El secreto de Luciano

Capítulo 13

Sayen despeinada y con su piyama puesto abrió la puerta de mala gana ¿Quién es capaz de molestar a tales horas? Es sábado y aun son las ocho de la mañana y a pesar de que ignoró el timbre y los golpes en la puerta, estos han sido tan insistentes que preocupada, pensando que podía ser algo urgente, se levantó. Su hermano, en cambio duerme como si nada y envidia su pesado sueño.

 

Luciano la contempló sorprendido al verla en ese estado, aunque es claro que ella no iba a tales horas estar de pie. Ver el rostro de este escritor en la mañana tras la puerta no es lo que más quisiera Sayen un sábado y eso se nota con claridad por su semblante. Arrugó el ceño y refunfuñó.

 

—¿Qué haces a estas horas aquí? —preguntó la mujer intentado arreglar su desordenado cabello aun incomoda al encontrárselo frente a su puerta, más por la forma como golpeaba.

 

—Necesito hablar contigo —suspiró y bajó la mirada como si buscara las palabras precisas— ¿Podemos salir y hablar?

 

Sayen lo observó con atención confundida por su actitud humilde. Miró al cielo, intentando buscar una respuesta y no pensar que solo está haciendo todo esto para fastidiarla, hizo una leve mueca mientras cruzaba los brazos.

 

—Está bien, pero espérame en tu auto, te dejaría pasar, pero mi hermano no creo que tenga muchas ganas de verte... luego de lo último que pasó —susurró esta última frase cohibida al recordar aquel beso—. Yo saldré rápido.

 

Levantó su voz en la última frase y cerró la puerta antes de que Luciano le respondiera. Corrió dándose una ducha rápida y se vistió probándose varios pantalones hasta decidirse por uno adecuado. Tomó sus llaves y salió del departamento evitando ser oída por su hermano, pero aquel incluso si se pusiera a gritar no despertaría.

 

Abajo dentro de su vehículo con la mirada fija en su celular, Luciano la espera. Golpeó el vidrió haciéndolo saltar y le abrió la puerta enseguida. Frunció el ceño notando el cabello húmedo de Sayen.

 

—No te vayas a resfriar —y dicho esto se bajó del vehículo abriendo la cajuela y sacando una toalla mediana.

 

Volvió a subir y sin mediar palabras empezó a secarle el cabello ante la expresión confundida de la mujer que en silencio observa el rostro tranquilo de Luciano. Esta serio y callado, parece estar pensando, pero no dispuesto a compartir lo que pasa en su cabeza, e incluso por momento rehúye la mirada de la joven mujer como si se sintiera cohibido ante la fija atención de ese par de ojos marrones.

 

—Listo —sonrió con suavidad al notar que el cabello está más seco.

 

—...Gracias —murmuró Sayen turbada por esa actitud tan cercana, ni siquiera su hermano ha hecho algo así y por eso no sabe que más decir.

 

Luciano dándose cuenta recién de lo que acababa de hacer tosió nervioso, solía hacer eso con Natalia cuando aquella se daba una ducha y se iba a acostar con el cabello húmedo, y la reprendía por exponerse así a un resfrío para luego buscar una toalla y secarle de esa forma. Es extraño que hiciera lo mismo con Sayen sin darse cuenta de que la relación de ellos no tenía ese nivel de confianza.

 

—Vamos, te invitaré a desayunar, necesito hablar contigo —exclamó el escritor sin mirarla, cohibido, y sin esperar respuesta hecho andar su auto.

 

Condujo en silencio hasta detenerse en un pequeño local, entraron y pidieron desayuno. El lugar, pequeño pero limpio y ordenado les produjo una agradable sensación de bienestar. Se acomodaron en los amplios asientos de color rojo con vistas a la entrada rodeada de pequeños arbustos.

 

—Quiero empezar... —Luciano se turbó por un momento— en pedirte disculpas por lo que pasó hace días mis intenciones no eran... abusar... de ti... Ya sabes que no eres de mi gusto.

 

Sayen lo contempló estupefacta antes de ponerse a reír. ¡Qué manera de disculparse con tan poco tacto! No es de creer que sea escritor y no tenga las palabras adecuadas para unas disculpas sin hacer sentir al otro como si acabaran de insultarlo.

 

—Ha sido la disculpa más grosera que he oído en mi vida —tomó algo del café que les acababan de llevar a la mesa.

 

—Hice el intento —murmuró molesto, por la forma como ella se rió de él, no sabe lo difícil que fue decidirse ir a disculparse y buscar las palabras adecuadas para que no creyera que quiso abusar de su inconciencia.

 

—No te preocupes, fue el peor beso que recibí en mi vida, algo que solo recordaré para reírme —y dicho esto colocó su barbilla sobre el dorso de ambas manos cuyos brazos están apoyados en la mesa, contemplándolo con fijeza y una ligera sonrisa irónica.

 

—Pues eso no me han dicho otras mujeres —se quejó después de toser ante las palabras de la mujer, no pensó nunca escuchar que una mujer fuera capaz de decirle algo así.

 

—Bien poco exigentes esas mujeres entonces —cruzó los brazos sin dejar de mirarlo con burla—. En fin, por algo dicen “Buen escritor, mal besador”

Y dicho esto se alzó de hombros. Luciano pensaba responderle, pero la camarera los interrumpió trayendo los jugos, las tostadas y los huevos. Comieron en silencio sin mirarse.

 

—Lo siento —habló el joven escritor desviando la mirada—. No fueron unas disculpas correctas.

 

—Está bien, yo tampoco debí ser tan grosera —sonrió con suavidad Sayen, sus intenciones no habían sido provocarlo con el tema del beso.

 

Ambos volvieron a guardar silencio.

 

—De verdad es que necesito tu ayuda —indicó Luciano mirándola con fijeza, Sayen lo contempló con disposición a escucharlo—. Necesito que una vez más finjas ser mi novia.

 

La mujer lo observó turbada, ya Felipe le había dicho algo sobre eso, y de verdad le gustaría ayudarlo, pero el recuerdo de las amenazas de Adrián Cánovas, el padre de Laura, la hacen titubear. Bajó la mirada ante la expresión preocupada de Luciano.




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