El secreto de Luciano

Capítulo 27

"Tic tac, Tic tac" hizo el reloj ante la mirada estupefacta de Sayen, las diez en punto, a estas horas ya debería estar en la oficina trabajando, pero la alarma de su reloj no la despertó. Se bajó de la cama corriendo, pero se tambaleó con torpeza, recordando lo que había pasado la noche anterior. Se sonrojó y se dio cuenta lo extraña y distinta que se siente, había hecho el amor con Luciano y su cuerpo no dejaba de recordárselo. Sacudió la cabeza intentando no sentirse atolondrada al recordar sus caricias y no sonreír como tonta cada vez que lo remembrara. No sabe en donde está Luciano, si se fue a su casa o aún está en su departamento, pero no tiene tiempo para averiguarlo. Se metió a la ducha dándose un rápido baño. Se vistió y arreglo odiando al reloj cuyos minutos parecen correr más rápido de lo normal. Pero antes de girar el pestillo de la puerta y salir se encontró frente a Luciano que la contempló estupefacto.

 

—¿A dónde vas? —le preguntó entrando al departamento—. Compré pan y queso para que desayunemos.

 

—No puedo, de verdad no puedo, hoy debo ir a trabajar, es Lunes y...

 

—Ya hablé con tu jefe, le dije que estas demasiado enferma para hoy ir a la oficina —indicó con tranquilidad.

 

—¿Disculpa? —alzó las cejas sin creer lo que acababa de oír.

 

—Que ya le hablé a tu jefe... —se levantó de hombros caminando hacia la cocina.

 

—¿Le dijiste que hoy no podía ir a trabajar? —lo interrumpió con brusquedad.

 

—No va a pasar nada que un día te quedes en casa, así que relájate, la vida no es solo trabajar —señaló mientras pone el agua a hervir.

 

—No es eso, Luciano —lo tomó del cuello de su camisa preocupada—. ¡¿No te das cuenta de que se pueden dar cuenta de lo que hay entre nosotros?!

 

Abrió los ojos sorprendido ante la expresión intranquila de la mujer, que parece tan espantada que no pudo evitar reírse ante el rostro estupefacto de Sayen ¿Acaso se está riendo de ella? Lo contempló preocupada y dolida, el escritor le colocó la mano en la cabeza en forma cariñosa intentando calmarla.

 

—¿Y eso qué? —señaló—. A mí no me molesta.

 

—¿Que creen que dirán cuando sospechen que tú y yo pasamos la noche juntos? —levantó las cejas, inquieta, perdiendo la paciencia porqué parece no entenderla.

 

—No tienen nada que decir, eres mi novia no tengo porque ocultarlo —fijó su mirada en ella ¿O acaso es a Sayen a quien le avergüenza tenerlo como novio?

 

La mujer se paseó inquieta por el pasillo, evitando que él pudiera ver la expresión avergonzada de su rostro, el escuchar decir que no ocultaría que fueran novios la hace feliz, pero eso podía perjudicarlo de cierta forma, y eso es claro que no puede entenderlo.

 

—Eres un escritor muy popular entre las mujeres, imagínate lo que pasaría si descubrieran que estas de novio con tu editora eso...

 

La besó sorpresivamente. Sayen respondió el beso hasta recordar de lo que hablaban y lo alejó.

 

—Luciano tu no entiendes.

 

—Lo único que entiendo es que quiero estar contigo, que el resto del mundo se joda —y aprisionándola contra la pared sostuvo su rostro besándola con pasión—. Sayen quiero otra vez hacerte mía, una y mil veces hoy, y no soltarte nunca, olvidarme de todos los demás. Solo sentir tu aroma, tu respiración, el calor de tu cuerpo, fundirme contigo como si el mundo se fuera a acabar.

 

Y volvió a besarla hasta que sus labios se afiebraron hasta que el rostro de la mujer no dejaba de contemplarlo con la misma ansiedad, con las mismas ganas de dejarse llevar por la lujuria, por la locura, y tal como él lo dijo olvidándose de todo. Y se entregaron mutuamente con una pasión mayor a la noche anterior y a pesar de la inexperiencia de Sayen y de contener sus deseos libidinosos por esa misma razón, sentía que caía en una locura al alcanzar un éxtasis enloquecedor, en que su corazón estallaba satisfecho y abrazado al desnudo cuerpo de su novia.

 

—Si seguimos así vamos a morir de un infarto —señaló Sayen jadeante y ante esto Luciano no pudo evitar reírse.

 

La abrazó en silencio, no tuvo palabras para demostrar su felicidad. El fantasma de Natalia, el miedo de lo que sintió al acompañarla en el hospital, confundido si era el amor resurgiendo de las cenizas del pasado o era compasión al verla en ese estado se esfuma al tenerla a Sayen a su lado, al sentir su aroma, su corazón vibrando al lado del suyo, le acarició el cabello susurrándole al oído que durmiera. La mujer entrecerró los ojos y respondió el abrazo aferrándose al transpirado y desnudo cuerpo del escritor. 

 

Desayunaron horas más tardes, ambos se sienten tan felices y tranquilos que quisieran que siempre fuera así, y después salieron a caminar por los lugares cercanos, ya que Luciano le dijo que quería que conociera cierto lugar que a él le encanta. Nunca habían paseado con esa paz, el cielo azul y despejado de una tarde primaveral acompaña el sentimiento de ambos, el bienestar por la cual se sienten rodeados. 

 

—Este es uno de los mejores helados del mundo —indicó Luciano levantando su barquillo de pasas al ron.

 

—Nada se compara con pistacho —arrugó el ceño Sayen sonriendo.

 

—A ver, déjame probar —habló desafiante—. Y tu prueba el mío y veremos cuál de los dos tiene la razón.

 

—Te vas a arrepentir —le respondió en el mismo tono.

 

Lo probó y se quedó pensativo. Luego movió la cabeza a ambos lados.

 

—No, el mío es mejor —siguió comiendo su helado—. Listo, se cerró el caso, el mejor helado del mundo es pasas al ron.

 

—Eso no es justo —hizo una mueca—. ¿Eres el juez acaso? ¿Y mi decisión?

 

—Soy el juez, el mandamás, tu amo y tu señor, así que ahora voy a mostrarte mi palacio secreto —y la tomó de la mano antes de que reclamara caminando a ese lugar secreto donde cuando niño solía esconderse.




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