El amanecer apenas despuntaba cuando el grito de Mikeyla rompió la calma del bosque.
Alexandra despertó sobresaltada, la espada en mano. A pocos pasos de ella, su hermana se retorcía en el suelo, envuelta en una neblina oscura que pulsaba como si tuviera vida propia.
—¡Mikeyla! —corrió hacia ella, pero una ráfaga de energía la empujó hacia atrás.
La oscuridad crecía, extendiéndose por el suelo, marchitando la hierba, devorando la luz.
Los ojos de Mikeyla se tornaron negros por completo, y su voz, entrecortada, parecía venir de otro lugar.
—Alexandra... no puedo... detenerlo...
Alexandra se levantó, herida pero decidida.
—¡Sí puedes! ¡Mírame, Mikeyla! ¡Eres más fuerte que esto!
Encendió su fuego, formando un círculo de llamas alrededor de ambas, intentando contener la expansión de la energía oscura. Pero el choque entre la luz y la sombra hizo vibrar el aire. El suelo se agrietó bajo sus pies.
—¡Sal de mi camino! —gritó Mikeyla, su voz mezclada con un tono desconocido, como si otra entidad hablara dentro de ella.
Alexandra dio un paso al frente, con el fuego danzando en su cabello.
—Entonces tendrás que pasar sobre mí, hermana... pero no dejaré que la oscuridad te robe.
El poder prohibido estalló. Una ola de energía arrasó el bosque.
Cuando el resplandor cesó, Alexandra estaba de rodillas, respirando con dificultad. Mikeyla había desaparecido.
Solo quedaba un rastro de sombras que se perdía entre los árboles.
Alexandra apretó el puño, la furia y el miedo ardiendo dentro de ella.
—Te encontraré, hermana. Aunque tenga que cruzar el reino entero de las sombras.
Y así, con su espada en llamas, emprendió el camino hacia lo desconocido.
Editado: 25.10.2025