El bosque estaba en silencio, como si el mundo contuviera el aliento.
Alexandra avanzaba entre los árboles calcinados, siguiendo un rastro tenue de energía oscura que aún flotaba en el aire. Cada paso la acercaba más a la verdad… y al peligro.
De pronto, el fuego de su espada parpadeó.
En el suelo, entre cenizas, descubrió un símbolo grabado en piedra: un círculo atravesado por tres líneas, rodeado de runas antiguas.
Al tocarlo, una visión la envolvió. Vio a Mikeyla, caminando por un valle de sombras, con los ojos perdidos y una figura encapuchada guiándola.
La voz del extraño resonó en su mente:
—El poder prohibido no pertenece a este mundo. Pero ahora corre por su sangre… y no hay vuelta atrás.
Alexandra cayó de rodillas, las llamas apagándose en su espada.
—¿Quién eres? ¿Qué le estás haciendo? —gritó, pero la visión se desvaneció.
Entonces, escuchó pasos detrás de ella.
Se giró de inmediato, y su corazón se detuvo.
—Mikeyla… —susurró.
Su hermana estaba allí, pero algo en ella había cambiado. Su piel parecía más pálida, sus ojos oscuros como la noche, y en su brazo brillaba el mismo símbolo que Alexandra acababa de ver.
—Hermana —dijo Mikeyla con voz suave, casi vacía—. No debiste venir.
—Te buscaría aunque el mundo ardiera —respondió Alexandra, encendiendo su fuego.
Una ráfaga de viento oscuro las separó.
Mikeyla levantó la mano, y las sombras se arremolinaron a su alrededor como si la obedecieran.
—No puedo detenerlo, Alexandra. El poder me eligió… y ahora él también te está mirando.
La tierra tembló. El símbolo en el suelo se encendió, proyectando columnas de fuego y oscuridad entrelazadas.
Por un instante, ambas hermanas quedaron frente a frente, divididas por su propio destino: una de luz ardiente, la otra de sombras prohibidas.
Entonces, una voz antigua susurró desde las llamas:
—Solo una puede romper el sello… o el mundo caerá con ellas.
Alexandra dio un paso adelante, decidida.
—Entonces que empiece la verdad.
Editado: 25.10.2025