El suelo tembló con una fuerza que hizo crujir las montañas lejanas. De la grieta surgió un resplandor negro, líquido y cambiante, como si la oscuridad misma estuviera viva. De aquel abismo brotaron voces antiguas, ecos de los caídos, reclamando lo que alguna vez les fue prometido.
Mikeyla retrocedió, el corazón latiéndole como un tambor de guerra. —No puede ser… el eco fue sellado hace siglos.
Alexandra levantó su espada, cuyos bordes comenzaron a arder con fuego azul. —Entonces alguien lo ha liberado.
Kael se arrodilló, tocando el suelo con la palma. Sintió el pulso de aquella energía recorrer sus venas, y su mirada se oscureció por un instante. —No es una fuerza… es una conciencia. Está buscando un cuerpo que la contenga.
La grieta se ensanchó, devorando el terreno a su alrededor. De su centro emergió una figura envuelta en sombras líquidas: una silueta femenina con los ojos tan profundos como el vacío.
Su voz resonó con un eco que parecía hablar desde todas las épocas a la vez.
—Soy lo que su juramento olvidó. Soy el reflejo de lo que negaron.
Mikeyla dio un paso adelante, aunque el miedo le oprimía el pecho. —Tú… eres el eco oscuro.
—No —respondió la entidad, sonriendo—. Soy tú, Mikeyla. La parte que renunció al poder para no convertirse en monstruo. Pero ya es tarde. Lo que negaste ha despertado.
Kael intentó invocar su vínculo, pero el medallón que colgaba de su cuello se agrietó, como si algo lo estuviera quebrando desde dentro. La energía del vínculo se distorsionó, conectando a los tres en un lazo de dolor y memoria.
Alexandra gritó el nombre de su hermana mientras una ola de sombra los envolvía. En ese instante, Mikeyla sintió su cuerpo dividido: una parte suya resistía… y la otra la llamaba desde dentro de la oscuridad.
El eco oscuro extendió la mano, rozando su mejilla. —No puedes destruirme. Solo aceptarme.
Y antes de que pudiera responder, el mundo se quebró en un estallido de luz negra.
Editado: 13.11.2025