El secreto de mikrax

Escena 20-El eco del alma perdida

El cielo se había vuelto una mezcla de grises enfermos y rojos ardientes.
Sobre los campos donde alguna vez creció la vida, ahora solo quedaban cenizas y pasos de criaturas sin alma. Mikeyla, en el centro de aquel desierto oscuro, extendía sus manos cubiertas por la energía negra que se arremolinaba en torno a ella como un torbellino viviente.

—Que todo el reino recuerde mi nombre —susurró con una voz que ya no parecía humana—. Mikeyla… la hija olvidada de la luz.

Las sombras se inclinaban ante ella. Cada noche, un nuevo ejército se alzaba desde el suelo, formado por los recuerdos de los que alguna vez amó. Rostros conocidos se mezclaban entre los espectros: antiguos guardianes, inocentes del pueblo, incluso niños. La oscuridad se alimentaba de su culpa, de su rabia… y de su tristeza.

A la distancia, Alexandra observaba desde la colina de las estrellas caídas. El viento traía hasta ella los lamentos de las sombras.
—No hay retorno fácil cuando el alma se rompe —murmuró el anciano Erian, su consejero—. Pero aún queda un lazo. Si logras hablarle antes de que el eclipse termine, puede que su corazón escuche.

Alexandra apretó su espada contra el pecho. Una lágrima cayó sobre la hoja brillante.
—No la dejaré perdida. Aunque tenga que entrar en su oscuridad, la encontraré.

El sonido de los tambores de guerra resonó desde el valle. Mikeyla levantó su mirada hacia la luna cubierta por nubes negras. En sus ojos, por un instante, una chispa de duda tembló.
Algo dentro de ella —pequeño, casi invisible— seguía llamando a la luz.



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En el texto hay: fantasia, accion, ficion

Editado: 13.11.2025

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