El eclipse temblaba en el cielo. La luz y la sombra se mezclaban en una danza frenética que partía el mundo en dos.
Alexandra caminó entre las ruinas humeantes del campo de batalla. Sus pasos resonaban entre los cuerpos de sombras que ahora yacían inmóviles.
Al final del valle, Mikeyla la esperaba, rodeada por su ejército aún latente, su mirada perdida en un vacío sin fondo.
—No tienes nada que ofrecerme —dijo Mikeyla con voz baja, casi rota—. Ya vi todo lo que necesitaba ver.
—No. Solo viste lo que el Eco quiso que vieras —respondió Alexandra—. Pero yo estuve allí, Mikeyla. Déjame mostrarte la verdad.
Antes de que la oscuridad pudiera reaccionar, Alexandra alzó su espada y la clavó en el suelo.
Una luz blanca, pura, los envolvió a ambas.
En un instante, el campo de batalla desapareció.
Se encontraron en el pasado: el jardín del castillo, las flores aún intactas, el canto de los cristales vibrando en el aire.
Y frente a ellas, sus padres.
—Padre… madre… —susurró Mikeyla, con lágrimas ardiendo en sus mejillas.
La reina Lythara se inclinó, acariciando su rostro.
—Mi pequeña sombra de fuego… nada en ti fue error. Tú eras la mitad que el mundo necesitaba.
El rey Aeryon sonrió—: Juntas, ustedes dos eran la promesa del equilibrio eterno.
Pero entonces… el aire se distorsionó.
Un sonido rasposo se filtró por el viento, como una risa antigua, fría, interminable.
El cielo del recuerdo se agrietó.
El Eco del Olvido emergió, invisible pero presente, su voz reptando por cada rincón de la mente de Mikeyla.
—¿Equilibrio? ¿Eso te dijeron…?
El jardín comenzó a marchitarse.
Las flores se ennegrecieron.
El sol se volvió un círculo de ceniza.
Ante los ojos de Mikeyla, sus padres se retorcieron en la luz rota.
Un rayo oscuro los atravesó. La reina cayó primero, su corona rodó por la hierba muerta.
El rey corrió hacia ellas, pero su cuerpo también se desvaneció en polvo.
—¡NOOO! —gritó Mikeyla, cayendo al suelo.
—¡Eso no es real! —intentó gritar Alexandra—. ¡No escuches al Eco! ¡Esto es una ilusión!
Pero el dolor ya había envenenado su alma.
El poder oscuro dentro de Mikeyla rugió, respondiendo al recuerdo distorsionado.
Su energía explotó en una oleada negra que destrozó el plano del recuerdo.
Cuando despertaron, la tierra temblaba.
Alexandra cayó de rodillas, sangrando por la fuerza del impacto.
Frente a ella, Mikeyla se alzaba entre un torbellino de fuego oscuro, los ojos encendidos de furia.
—¡Tú me lo ocultaste! —rugió—. ¡Tú sabías la verdad! ¡Tú me lo quitaste todo!
Alexandra intentó hablar, pero el grito de Mikeyla rompió el aire.
Un estallido de sombras la lanzó por los cielos, y el símbolo de luz que las unía se quebró en mil fragmentos.
El eclipse terminó.
Y del resplandor final… solo quedó la oscuridad.
Editado: 13.11.2025