El Secreto de Sebastián.

El Secreto de Sebastián.

Sebastián estaba en el camino de entrada a su pueblo, sentado en la parada de autobús al lado de la carretera, abrazando una maleta que contenía unas cuantas mudas de ropa y palpando el dinero que su madre había logrado juntar a base de privaciones y contribuciones de los vecinos. Él, más que nadie, creía en su férrea vocación y en que llegaría a ser incluso papa en un futuro no muy lejano, trayendo fama y prestigio al pueblo.

Miraba hacia el horizonte, mientras esperaba el autobús que lo llevaría a la vida que su madre había soñado para él desde que lo trajo al mundo. Ese nacimiento ya era legendario entre quienes lo conocían. Cuando comenzaron los dolores del alumbramiento, en pleno campo, muchos vieron para su sorpresa cómo una paloma blanca como la nieve se posaba en la rama de un árbol justo sobre la cabeza de su madre. Eso fue considerado una señal, y las señales no debían tomarse a la ligera, decía su madre; por lo tanto, ella lo preparó desde su nacimiento para un camino de santidad.

Desde niño, rara vez ponía un pie fuera de casa, tenía contacto limitado con otros niños. Sus conocimientos provenían de los libros, especialmente de la Biblia, que en ese entonces conocía casi de memoria, y de las conversaciones interminables de sus cuatro tías solteras, quienes sabían la vida de todos en el pueblo y compartían secretos en medio de sus charlas. Esa fue su vida hasta que, con dieciséis años cumplidos y las mejores notas obtenidas tras una educación en casa, su madre lo despidió en la entrada del pueblo, instándole a seguir su destino. Al verla alejarse, a ella y a sus cuatro tías, supo que se enfrentaba a la incertidumbre.

Permaneció allí, aguardando el autobús, mientras leía un pequeño tomo de los salmos del rey David que llevaba consigo a todas partes. Un autobús destartalado apareció en la distancia, cubierto de óxido y abarrotado de equipaje en el techo. Se puso de pie y, con la maleta en mano, se acercó al vehículo. El chofer, de avanzada edad, revisó el boleto que Sebastián le enseñó y después le indicó uno de los asientos traseros. Sebastián se acomodó junto a la ventana y reanudó la lectura de los salmos mientras el bus comenzaba a moverse, y una ligera llovizna típica de la estación empezó a caer.

De repente, una chica apareció junto a él y lo saludó. Él respondió educadamente, con la timidez que siempre le caracterizaba. Pero ella, ajena a su silencio, siguió hablando, como si tuviera una necesidad urgente de comunicarse.

—Qué aburrido, me obligaron a leer eso en el colegio y no podía soportarlo. Me esforcé por no tirarlo a la basura —comentó, interrumpiendo la lectura de Sebastián sin notar el desinterés de él.

Sebastián intentó continuar leyendo, pero ella no lo permitió, compartiendo detalles de su vida que él no había solicitado y que, francamente, no le interesaban en absoluto. Sin embargo, por cortesía, decidió escuchar, aunque su mente no dejaba de vagar, concentrándose en las palabras de la Biblia que había aprendido de memoria.

Descubrió que la chica tenía dieciocho años, había dejado su hogar y se encontraba en el autobús en busca de un sueño peculiar: convertirse en escritora de relatos eróticos. Para ella, las historias de amor convencionales eran obsoletas. Según ella, el mundo necesitaba algo más provocador, algo que, aunque escandalizara a algunos, ofreciera lo que la gente realmente quería leer.

—Apuesto a que nunca has leído un relato erótico —afirmó, mirando a Sebastián con una sonrisa desafiante.

Él, visiblemente incómodo, no sabía cómo responder. ¿Debería decirle que sí? ¿Que no era cierto lo que ella pensaba? Finalmente, respondió con honestidad:

—No, nunca he leído algo así. Excepto "Cumbres Borrascosas" y un par de historias de Shakespeare... Pero no relatos como esos.

—Las historias de amor son inútiles. La gente no las quiere. Quiere leer algo que los haga sentir algo real, aunque sea escandaloso. Y yo se los daré —respondió ella, con una seguridad inquebrantable.

Sacó una pequeña libreta de su bolso, la abrió y empezó a leer un relato erótico en voz alta, sin ningún pudor.

"...y sus manos buscaron tocar su piel, mientras con la lengua iba haciendo pequeños círculos hasta llegar a..."

Sebastián se sintió incómodo. No sabía si debía intervenir o ignorarlo. No podía creer que alguien fuera tan abierta, tan desinhibida, con algo tan... profano.

—Por favor, ¿puedes detenerte? —le pidió, en un tono casi suplicante.

—Qué aburrido eres —respondió ella, con fastidio—. Tienes mucho que aprender, ¿sabes?

Con un gesto despectivo, se puso unos auriculares y se reclinó en su asiento, dejándole en paz. Sebastián suspiró aliviado, volviendo a sumergirse en su lectura.

Pasaron un par de horas y el sol comenzaba a esconderse en el horizonte cuando el autobús se detuvo en un pequeño pueblo para un descanso de una hora antes de continuar. Era una pausa necesaria para comer algo, estirar las piernas y visitar el baño, ya que esperaban varias horas de viaje por una carretera nocturna sin paradas previstas. Sebastián bajó del autobús, compró un refresco y algo de picar y recorrió los alrededores en busca de un lugar tranquilo para disfrutar de su comida. Finalmente, encontró un banco cerca de la plaza principal y se sentó para comer.

No pasó mucho tiempo antes de que la chica del bus se acercara y se sentara a su lado, pidiéndole un favor.

—Ayúdame a encontrar un teléfono público en este lugar olvidado por Dios —dijo, con un tono irónico que le sacó una sonrisa.

La miró un momento antes de sonreír y aceptar su petición. Caminaros juntos por las calles del pueblo, y se sorprendió de cuánta atención le prestaba. De vez en cuando, ella consultaba su reloj, y aunque no podía dejar de notar su actitud confiada, algo en sus gestos le intrigaba.

La luz del sol comenzaba a menguar, tiñendo el pueblo de tonos dorados que le daban un aire melancólico. Conversaron mientras se adentraban en las estrechas callejuelas, y ella compartió su frustración sobre las historias de amor convencionales. Para ella, la literatura debía ser algo más, algo atrevido, algo que hablara de lo que la gente realmente deseaba. Relatos eróticos, tal vez incluso escandalosos, eran su pasión.




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