El secreto de su voz

Capítulo 6

 

6

 

 

 

Lorena Lombardo se encontraba en el último asiento mirando por la ventana. Su mirada era distante y pareció no verme entrar, o tal vez sí me miró cuando entré, pero prefirió ignorarme. También estaba una señora leyendo La Biblia o eso parecía, así que me senté en la parte izquierda del autobús, en el penúltimo asiento. Apoyé mi cabeza del vidrio de la ventanilla, suspiré sutilmente y dejé reposar mis hombros.

Siempre me pregunté por qué Lorena era tan callada. Había estudiado con ella la primaria y no era así. Ella era más extrovertida y muy alegre. Era sencillamente encantadora y de muy lindos sentimientos, sin más, de un día para otro, cambió, y esa sonrisa radiante por los pasillos se esfumó repentinamente. Ahora su mirada es de tristeza. Recuerdo que era una gran artista, los cuadros que pintaba eran hermosos, llenos de vida, un talento extraordinario. Ahora solo dibujaba para la clase de artes y sin el entusiasmo de antes. Eché la mirada hacia donde estaba ella, la sostuve unos segundos y volví a colocar mi cabeza en la ventanilla.

El autobús se detuvo, me levanté y bajé de ahí. Me volteé y la miré, sin embargo, ella no despegó su mirada de la carretera.

El autobús me había dejado a unos cuantos metros de mi casa. Para ese momento me encontraba caminando sin la más mínima alegría.

Es increíble cómo la honestidad se había ausentado de mi vida. Ya para mí todo estaba mal, mi familia, Sebastián, y yo en especial; mis padres se olvidaron que tenían otra hija. Sabía que era fuerte y duro lo de mi hermano, pero yo también necesitaba afecto y atención. Ahora solo dejaba que el mundo me absorbiera y yo fuese lo que ellos querían.

Ya había olvidado los abrazos y esos días en donde todo era perfecto. Ya no confiaba en las personas que me rodeaban, ni en lo que era. Me educaron a hacer del llanto la imagen más visible de mi fragilidad, solo recordar todas esas noches cuando discutían entre ellos en donde me tapaba los oídos con las almohadas. El amor en mi vida había desaparecido.

Caminé por el pasillo de entrada a casa, subí los escalones del pórtico sin hacer mucho ruido y me adentré en ella. Cerré la puerta con seguro y coloqué las llaves en la mesa, subí a mi habitación. Al entrar observé la cama y me lancé sobre el colchón, solo cerré mis ojos.

Mi mente se trasladó a ese sábado dieciocho de abril.

Para muchos era un día como cualquier otro, para mí, significaba mucho; desde niña había anhelado ese día, no obstante todo estaba saliéndome mal y me hacía sentir muy sola. Sebastián estaba sentado a la orilla del mar, mientras que yo caminé a su encuentro. Era mi cumpleaños número quince.

— ¡Al fin llegas! —Dijo él levantándose de la arena— Quiero que mi regalo sea el más especial.

— ¿Qué hiciste, Sebastián? —Él me tomó de la mano.

No me quiso responder directamente lo que había hecho, pero me lo dio a entender. Me mostró una venda y me la colocó. Aseguró que era una sorpresa y debía tener los ojos cerrados. No me llevó muy lejos. Me quitó la venda y contó hasta tres. Abrí los ojos, todo era increíble, lo que vi hizo que comenzara a derramar varias lágrimas y lo abracé muy fuerte de la sorpresa.

— ¿Te gusta? Porque si no es así buscar piedras por varias horas no valió la pena.

Luego dijo, que si yo sonreía había valido la pena pasar horas preparando mi regalo.

Con las piedras hizo un corazón enorme en la arena decía “Feliz cumpleaños, Nita… Te Quiere, Sebas”. Había pétalos de rosas de varios colores alrededor del corazón y en el medio una cajita con un medallón.

 

(…)

Pasaron cuatro días, había comenzado a creer que hasta ahí llegaba todo de ese juego de Sebastián. Sin embargo, no lograba comprender cada una de sus palabras. Todo eso me desconcertaba, ya no estaba tan enfocada en los estudios, iba a la cabaña cada tarde y no había nada nuevo. Desapareció otra vez.

Estaba muy cansada. Sentada en la sala de mi casa, sola una vez más, recogí mis sandalias y me fui a la habitación. Agarré unas pastillas, las tomé una por una y me acosté en la cama.




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