El secreto de su voz

EL INCENDIO

EL INCENDIO

 

(Presente)

 

 

 

Me levanto de la silla y me asomo un momento en la ventana. Miro mis muñecas y arreglo la manga de mi suéter. Ya llevábamos casi tres horas y medias conversando. Es de ese tipo de conversación unidireccional, donde habla una persona y la otra finge escuchar.

Mientras miro por la ventana a mi mente viene el recuerdo de aquella noche en la que Will murió. Viene a mí de manera tan viva y clara que aún me estremezco.

Estaba corriendo en dirección a aquella casa, algo en mí me decía que debía ir. Mi corazón estaba acelerado y con un fuerte nudo en la garganta. Las calles estaban solas y la llamada que esperaba todavía no llegaba. Sentía mucho miedo. Escuché la sirena de los bomberos y veía cómo una ambulancia pasaba a toda velocidad cerca de mí. Corrí mucho más rápido y fui hasta allá.

Todo estaba en llamas. Salí corriendo hasta la puerta de aquella casa. Uno de los bomberos me detuvo y me agarró. Yo me estaba estremeciendo mucho. Las lágrimas caían sin parar, mi corazón se aceleraba. Sentía que todo en mí se desvanecía, mi corazón y mi mente se concentraban en aquellas llamas intensas y la presión en mi pecho. Grité muy fuerte, debía estar ahí… debían salvarlo.

— ¡Sáquenlo de ahí! ¡Mi hermano está adentro! —Grité, solo era una niña que no paraba de llorar al no saber de su hermano— ¡Will! —grité varias veces sin conseguir respuesta— ¡Sáquenlo!

Me sostenían, mientras la escena se proyectaba ante mis ojos, mi corazón latía muy deprisa, no lograban hacerme calmar. Algo me decía que él seguía ahí adentro.

Uno de los bomberos entró a la casa, dijo que había alguien adentro que aún estaba con vida, era un joven. Le pedía que por favor lo sacara de ahí lo más rápido posible. El bombero que me sostuvo, me prometió que lo iban a rescatar y me cargó hasta la ambulancia para que me calmaran. Solo escuché un fuerte estallido y volteé.

— ¿Qué piensas ahora?

—Recuerdo la noche en la que Will murió… yo estaba ahí, y vi cómo esa casa explotó. Estuve ahí hasta que la última llama fue apagada. Mantuve la esperanza hasta el final. Una esperanza que se desvaneció al ver su cuerpo dentro de una cubierta negra―Derramo unas lágrimas y mis ojos se cristalizan—. Tuve que ser fuerte.

— ¿Por qué?

—Tenía que ser fuerte por mis padres.

— ¿Y quién fue fuerte para ti?

Escucho su pregunta y resuena en mi cabeza.

‹‹ ¿Quién fue fuerte para mí? Nadie››.

Necesitaba protegerme del dolor, y la mejor manera en que logré hacerlo, fue obligándome a ser fuerte.

—Te gustaría que diéramos un pequeño paseo—mi giré a verla. Me sorprende su propuesta, pero aun así asiento.

Se levanta de la silla y deja su libreta en la mesa. Toma las llaves y se dirige a la puerta, la abre y voltea a mirarme; yo aún estoy de pie cerca de la ventana. Ella me hace señas para que vaya a su encuentro, con algo de timidez camino y salimos de la oficina.

Caminamos por el pasillo que va directo hasta el patio principal del lugar. Algunas personas están sentadas en el pasto, otras caminan, y unas juegan libremente. Nuestro andar es lento, y lo disfruto. Sentir las brisa fresca y escuchar el sonido del viento entre los arboles me trae paz. Prefiero estar aquí que allá adentro.

—Lo único que siempre me ha agradado de este lugar es el jardín —comenta e inmediatamente noto el cambio en su voz. ―Es como si el tiempo aquí no existiera, y entiendo si lo prefieres ante esas paredes de concreto.

—Solo me gusta porque me recuerda que sigo siendo libre —respondo mientras juego con mi cabello.

— ¿Por esa razón comenzaste a tomar las pastillas?

—Fue por algo más complicado que unas simples fotos. La primera vez que las tomé fue porque ya llevaba tres días sin dormir y lo necesitaba… su efecto fue casi inmediato, con el paso de los días las tomaba con más frecuencias. Ellas lograban callar las voces en mi cabeza, era la única forma en que lograba pausar mis pensamientos y descansar al fin de mi propia vida, sin acabar con ella.




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