El secreto de su voz

Capítulo 16

16

 

 

 

Quedé muy sorprendida con lo que estaba viendo. Era Sebastián hablando con el corazón y aun así con mucho rencor. Lo que no entendí era porqué razón estaba en una carpeta con mi nombre si él quería eso en un tribunal. Debía suponer que las reproducciones que había escuchado previamente, las grabó cuando todavía estaban en el pueblo, en sus ratos libres, cuando yo no estaba cerca, después de trabajar o en las madrugadas.

Yo no sabía que Paulina era la media hermana de Mat, pero sí supe de su retiro de la escuela, creí en ese momento que todo era normal, ya muchas personas lo habían hecho.

Luego de saber lo que le había sucedido a Lorena y a Jessie era de esperarse que algo similar le hubiera acontecido a Paulina. Lo que no paraba de darme vueltas, era la información que sabía de los padres de Sebastián. Cuántas veces no le había dicho a Sebastián que deseaba que su madre fuera mi madre, ahora entiendo por qué siempre estuvo diciéndome: “Si supieras como es ella, la odiarías”. Ahora entiendo ese trato tan frío que él le daba y sus constantes rechazos cuando intentaba abrazarlo. Él odiaba a su madre.

Continué mirando entre los archivos y encontré unos escritos. Abrí el primero que apareció.

Día 1

Para: Nadie

 

No quiero enviarle esto a alguien, solo quiero escribir y decir lo que siento. No tengo a nadie a quien decirle lo que siento, a quien confesarle lo sufrido, y más cuando todo cada día parece más confuso.

Las pesadillas vuelven a mi cada noche, no he conciliado el sueño en semanas. Este manojo de mentiras, de querer huir y no regresar jamás me está saturando la mente. El deseo de salvarme de todo este macabro juego que empezó siendo algo simple e inofensivo, terminó en tortura.

No soporto tanto sufrimiento, tanta injusticia, tantas verdades que no puedo decir. Que me ahogan en este río de tormentos. No sé cómo seguir viviendo con esto. Sabiendo que puedo ir y ayudar a hacer justicia. Si hablo, muchos caen, yo caigo, hasta la más inocente cae. Y mientras, pienso en la mejor forma para que esa inocente diga la verdad y salga ilesa de este juego.

Una noche como hoy vuelvo a desear ser un niño de diez años, jugar en el bosque y olvidarme de que hay un monstruo en casa. La única que realmente vale en esta historia está lejos de saber que soy parte de su dolor.

A veces despierto y no quiero ver el sol. No quiero ser Sebastián Harrison; quisiera ser un chico cualquiera que pasa desapercibido por los pasillos.

Cuando tenía cinco años mi padre y mi madre hacían cosas que hoy me doy cuenta que eran malas, llegaban grandes cajas a la casa con contenidos extraño (tal vez drogas) personas armadas, a veces traían a jóvenes con rostros muy tristes, luego de eso siempre se hablaba de mucho dinero.

Iba a cumplir los diez años cuando los policías entraron a la casa y se llevaron a mamá, la tomaron a la fuerza y la subieron a un auto. Una chica que también era policía me dijo “respira tres veces antes de salir”, ella quería que me calmara para poder llevarme a la comisaria.

Fue entonces cuando entendí el trabajo de mamá y por qué mi padre hacia silencio. He vivido y respirado el dolor de personas y recordando sus lágrimas, siento que les debo el poder sonreír, ser alegre o feliz. Pues fui testigo de sus dolores… dolores que con los años pasaron a pertenecerme.

Solo me basta con mirar a Nita sonreír para sentirme tan vivo como un niño cuando ve pasar un heladero.

Mientras leía aquel escrito comprendí a un Sebastián que también sufría, también le dolía, y a su vez era tan humano como yo. El nudo en la garganta se estaba volviendo más incontrolable, más fuerte y tenso. Conecté mi memoria y pasé todos los escritos de Sebastián. Me los llevaría a mi casa para leerlos sola y con calma.

Al rato Mat entró y al ver sus ojos rojos e hinchados comprendí que estuvo llorando.  Guardé silencio unos minutos, después le pregunté por qué lloraba.

— ¡Es muy complicado de entender!—contestó agarrando su morral— ¡Yo no pedí esto! —expresó en tono alto.

— ¿Crees que yo sí? —aclaré desconcertada.

— ¡¿Qué clase de lunáticos son?! Paulina solo tiene quince años y me mata la idea de pensar qué le pudieron hacer. Ella no dice nada, no habla con nadie, está muy callada. Cuando la voy a visitar al hospital se queda mirando por la ventana en vez de verme y hablar conmigo. Es una niña ¡no entiendes! —gritó muy fuerte y me asusté.




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