El secreto de su voz

Capítulo 22

 

22

 

 

 

 

 

La noche llegó aquel último día del año y por primera vez lo sentí más sobrio y sin nada más qué agregar. De regreso a casa, aquella tarde, había observado a los niños con sus vestiduras elegantes, los juegos en los pórticos de sus casas; las señoras, y familias que llegaban a casa y eran recibidos con una enorme sonrisa.

 Subiendo los escalones del porche de mi casa vi a mi padre sentado junto al armazón, y al echar la vista hacia la ventana vi a mi madre, mirando a la nada, tal vez pensando qué hacer. Mi padre me miró detenidamente, yo le correspondí la mirada por unos segundos y luego me dispuse a entrar; un manojo de sentimientos sucumbió mi alma y de pronto me daba cuenta de que no podía dejar que aquel último día del año sucediera de esa manera.

Subí hasta la habitación de Will, era la última al finalizar el pasillo, toqué cada uno de sus afiches y fotografías, las cuales mi madre todavía mantenía en su sitio, con la esperanza de que cada aroma de Will permaneciera en casa.

—Quisiera tenerte aquí, tal vez así no sentiría esta ausencia y va-cío en mi pecho, ya descubrí que me he quedado sola en esta casa tan grande y llena de recuerdos… ¿Recuerdas hermano cuando corría hasta tu habitación solo para jugar a los exploradores o hacer carpas en donde me contabas cuentos hasta quedarme dormida? Espero que recuerdes nuestras peleas y que hayas disfrutado tus victorias, así como yo los recuerdos con una sonrisa—Me senté en su cama mirando la fotografía que tenía en su mesa, donde estábamos él y yo comiendo torta de chocolate—. ¿Acaso esto era lo que quería lograr? Acabar con todos estos trozos de familia; tú bien sabrías cómo arreglarlo, o no, pero al menos todo estaría calmado.

Escuché algunos cohetes y risas de niños por la calle. El ruido de los autos al pasar y la euforia del día. Solía pasar ese día con Sebastián mientras mis padres se sentaban en la sala o estaba de viaje alguno de los dos. Esa vez, ese fin de año, lo pasaría rodeada de una profunda tristeza, ya nada era lo que creía y menos lo que pensaba que fuera.

Pensé algunas cosas unos minutos y me puse a imaginar cómo se sentiría aquel niño los fines de años en que mi padre no estaba con él, ¿acaso sentiría el mismo desapego y tristeza que siento yo de pronto? Al ver que no existía la navidad en la familia Fleming deseaba con mis fuerzas que otros sí la tuvieran. Me levanté de la cama de mi hermano y salí de su habitación.

Bajé los escalones y caminé hacia el pórtico, me detuve en la puerta unos minutos, miré cómo las calles se alumbraban y las personas festejaban aquel evento tan esperado. Miré hacia mi izquierda y mi padre aún se encontraba sentado mirando hacia el frente, con sus lentes de lectura puestos, aunque ni siquiera se le notaba el entusiasmo por mirar hacia su libro. Suspiré y coloqué mis manos en los bolsillos de mis jeans y luego acomodé mi cabello en una cola de caballo y me senté a su lado. Me miró de reojo y solo nos mantuvimos en silencio; un silencio tranquilo y contemplativo de una última noche de año, sintiendo la brisa fría, mientras veíamos a los niños divirtiéndose ante aquel clima helado.

—Solías decirnos que no podíamos jugar en el patio cuando era fin de año ¿lo recuerdas? —pregunté mirando fijamente al patio, con un tono de nostalgia.

—Tu hermano y tú siempre ensuciaban la ropa antes de medianoche impidiendo tener una foto familiar decente, por eso no se los permi-tía —respondió con voz calmada y mirándome, aunque yo aún no podía mirarle.

—Eran buenos tiempos —comenté a media voz—, tiempos donde las días eran felices… recuerdo que a aquel árbol, el de la casa del frente, Will y yo lanzábamos cohetes y salíamos corriendo para que se no se enteraran que habíamos sido nosotros. —Una leve sonrisa se posó en mi rostro y mi padre sonrió.

—Siempre supimos que eran ustedes, pero eran niños y se diver-tían.

—¿Recuerdas esa vez que Will arregló mi vestido?—escuché su risa—Fue porque un chico tonto me lo rompió y él no iba a dejar que me viera fea en noche buena, así que buscó aguja e hilo y lo cosió, quedó peor, pero no me importó usarlo con orgullo—suspiré tiernamente y con nostalgia—. Nos prepararon torta de chocolate esa noche y tocaste el piano para nosotros… eran buenos tiempos.

—Nita, ¿podrás perdonarme? —preguntó acercándose a mí, me volví a mirarlo.




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