El secreto de su voz

Capítulo 23

Aquella noche solo escuché los lamentos de mi madre y su caminar  intranquilo. Mi padre llegó la mañana siguiente, entró a la habitación de Will y se quedó a dormir ahí el resto del día. Yo por mi parte,  salí a dar unas vueltas al vecindario, durante aquella caminata volví a ver aquel auto que pasó frente a mi cuando fui a Villareal; una vez más no pude ver el rostro de la persona que manejaba, pero algo me decía que aquello no era casualidad. Una hora más tarde decidí ir por mi auto e irme a la cabaña, pero mi andar se vio perturbado al sentir una vez más que me observaban, volteé y miré a los lados, pero no había nadie. En cuanto vi mi auto me subí y conduje hasta la pizzería. Obtuve la pizza y un par de refrescos, sin más, me dirigí a la cabaña, no tenía planes de regresar a casa esa noche.

Me senté en el mueble y coloqué el video de Sebastián, lo observaba una y otra vez sin activar el audio, no quería escuchar qué decía, solo quería verlo y recordarlo; ya que muchas veces sentía que lo estaba olvidando  y casi no conseguía recordar claramente su rostro. Luego me senté frente a la ventana para terminar de comer mi pizza, congelé la imagen del video y me concentré en ver cómo el atardecer comenzaba a dar sus últimos rayos de sol, para dar paso a la noche.

Coloqué la radio y la primera canción que escuché fue Hey Jude de The Beatles, de inmediato una sonrisa se posó en mi rostro y comenzaron a llegar a mí los recuerdos más importantes.

Era la primera semana del verano, se acercaba  el día del cumpleaños de mi madre. Tenía nueve años; Will me había hecho practicar durante días con la pandereta esa canción para cantársela a mamá en la noche, él tocaba muy bien la guitarra, pero yo era realmente mala con un instrumento tan simple como la pandereta.

—Es increíble que no sepas hacer algo tan simple en esa pandereta —comentó Will ya con muy poca paciencia.

—Lo siento, es que no me la llevo bien con este aparato —contesté mirando con odio la pandereta.

—No es un aparato, se llama pandereta… ¡Ay,  Nita! Cuándo  aprenderás a llamar a las cosas por su nombre.

Se concentró en tocar  los acordes en su guitarra y lo miré pensando que tal vez eso sí se llamaba pandereta y que el aparato era yo, por  no saber usarla.

—Y si mejor canto y no toco la pandereta… —propuse casi en susurro, ante lo cual  Will me miró detenidamente y suspiró.

—Está bien, cántala… pero ay de ti que lo hagas mal. —Sonreí tan tiernamente y comencé a brincar de la emoción y él al final se dejó contagiar de mi buen ánimo.

No canté tan mal aquella noche, después de todo, mi madre quedó encantada y yo luego aprendí a tocar la pandereta. Will me apoyó al momento de cantar puesto que me puse tan nerviosa que casi lloré.

Rememorar ese momento me hundió en la nostalgia y los momentos felices, de un momento a otro, vino otro recuerdo a mi mente, algo que había olvidado por completo.

Will me venía agarrando del brazo muy fuerte y me jalaba para ir más de prisa. Acabábamos de salir del colegio tenía doce años y él aún no  pisaba los dieciséis. Su rostro demostraba mucha preocupación y no alcanzaba a comprender por qué  él me jalaba tan fuerte o la prisa que tenía por llegar a casa aquella tarde.

Nuestros padres no estaban, ¿cuál sería la razón? Entramos a la casa y él cerró la puerta muy fuerte, comenzó a cerrar las ventanas y yo solo observaba sus movimientos, preguntándome qué pasaba en realidad. Luego se calmó y tomó asiento en el sofá, me planté al frente de  él.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué hiciste todo esto? —pregunté muy seria. Él  me miró fijamente, me tomó la mano, y pidió que me sentara a su lado— ¿Qué pasa Will? No me asustes.

—No es nada importante, hermanita… —Hizo un breve silencio y luego me miró con tanta dulzura, pero queriendo que le prestara mucha atención—Quiero que escuches lo que te voy a decir y nunca lo olvides. ¿De acuerdo?

—Está bien —respondí sin dejar de mirarlo, algo en mí presentía que no era algo bueno.

—Las cosas no son siempre lo que parecen. Jamás he hecho algo que ponga en juego la vida de alguien o la mía… Vivimos en un pueblo lleno de apariencias. Nunca calles lo que eres. No ser tú mismo  es como suicidarte ante la sociedad… Algo pasó y no puedo contarte, aún eres muy pequeña, no lo entenderías. No quiero que ellos te hagan daño, solo para vengarse de mí, no preguntes quiénes, hay personas que no quieren el bienestar de otros, eso  es todo.




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