El secreto de su voz

Capítulo 25

25

 

 

 

 

 

Era fría aquella mañana, no era como las demás está era tensa y silenciosa. No sabía si era debido a la reacción de la carta, o al simple hecho de que mi vida estaba cambiando.

En el transcurso del día había pasado la mayor parte del tiempo leyendo algunos apuntes para mis evaluaciones futuras, pero no tuve tanta concentración. El sentimiento de ser acosada resultaba angustiante. Saber que era vigilada parecía una gran tortura, por más que intentara estar normal, sentía que si daba un paso en falso estaría acabada. No me sentía tranquila caminando por el pueblo, ni estando en mi casa, incluso mirar por la ventana me parecía algo aterrador. Un acosador espera de su víctima debilidad e inseguridad, yo estaba teniendo ambos sentimientos.

Antes había tenido la sensación de ser observada, pero olvide el tema pensado que todo era producto de mi volátil imaginación.

Esa misma tarde del domingo previo al inicio de clases, decidí salir a correr un poco y despejar mi mente. Encerrarme en casa solo acrecentaba mi pánico. Me coloqué los auriculares, ajusté mi iPod a mi pantalón y subí el volumen al máximo.

Anduve por unas cuantas calles, luego tomé el cruce hacia la escuela para que el camino a casa se me hiciera más corto. Mientras trotaba por la acera de la escuela visualicé un camión y hombres bajando cajas frente a ella, las montaban en una carretilla y las pasaban por la entrada principal.

Me detuve al llegar a la entrada. No había nada extraño en aquellas acciones, las cajas eran de aparatos tecnológicos, tal vez era una donación del estado a la escuela. Un hombre me pidió que me apartara, estaba estorbando el camino y él debía cargar una caja grande y pesada. Me aparté y escuché la voz del director en la puerta.

— ¡Muchas gracias por esta donación!—Le dijo a un joven bien vestido. Él cual se encontraba viendo su teléfono.

Él levantó la mirada y sonriendo le estrechó la mano al director.

—Lo hago por la mejor escuela que tuve. Lo que soy se los debo a ustedes. —El director se rio amablemente y el joven se volteó para bajar los escalones.

Me miró y se detuvo en el primer escalón. Nuestras miradas se cruzaron, con sentimientos opuestos. Sentí que me faltaba el aire, y mi cuerpo se quedó inmóvil por unos segundos. Di un paso atrás, inmediatamente comencé a correr, como si mi vida dependiera de ello.

Llegué a casa, subí los escalones rápidamente, abrí la puerta y subí a mi habitación. Mis manos temblaban y mis piernas igual. Fui hasta el baño y busqué en el estante la caja con las pastillas. Por el temblor de mis manos se cayó la caja en el lavamos y todas las patillas de diferentes tipos se regaron en él. Todas se habían unido y no sabía cuál pertenecía a cada apartado de la porta pastillas. Al verlas regadas, apoyé mis manos del lavamanos y me miré en el espejo. Mi respiración estaba agitada, quería calmarme, de verdad lo quería, pero era una reacción natural, no esperaba volver a ver a Alexander Reynnos. Tomé dos pastillas iguales, la única que conocía y me fui a dormir.

Luego de cuatro horas desperté, me quedé mirando el techo por unos minutos, volteé mi cabeza a la derecha y observé la foto que tenía de mi hermano.

‹‹Levántate, sé fuerte… ya pronto despertaremos de esta pesadilla››.

Me froté los ojos y me senté en la cama, coloqué mis manos al lado de mis piernas y visualicé mi habitación. Recogí una camisa del suelo y la doblé. Posteriormente me levanté y comencé a recoger la ropa y los objetos que estaban tirados en el piso. Acomodé todo en el armario, giré y vi mi cama, caminé hasta ella y quité las sábanas, luego las cambié por unas limpias. Mientras arreglaba la cama, recordaba las veces que arreglaba la casa para no pensar. Tenía catorce años y sentía que al hacer eso todo mejoraría, mi madre vería mi empeño y volvería a quererme, pero no fue así. Observé completamente mi habitación perfectamente ordenada y me quedé de pie en total silencio.

Segundos más tarde miré por la ventana. Vi la luna blanca y brillante, los faroles de la calle apenas alumbraban la carretera, noté que la persona seguía entre los arbustos. Me coloqué mi chaqueta y me lo abroché bien. Iba abrir la puerta del frente, pero pensé unos segundos antes de colocar la mano en la cerradura. Abrí la puerta trasera con cuidado, y salí para así poder encontrármelo o encontrármela de frente. Lo visualicé y procuré que mis pasos fuera sutiles para no alarmarle y poder tenerlo frente a mí. Esa persona se encontraba mirando fijamente hacia mi habitación muy paciente y seguro. Respiré profundo y me acerqué con cuidado. Coloqué mi mano izquierda en su hombro, y su mirada de espanto fue fenomenal.




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