El secreto de su voz

Capítulo 33

¡Bienvenida al mundo de las apariencias!

Así me dijo una vez un señor en la parada de autobuses, yo solo me encontraba ahí parada en silencio y él sentado me miraba una y otra vez, hasta que al fin solo me dijo esa frase. No recuerdo si volví a verle, ni si tomamos juntos el siguiente autobús, solo me hizo una reverencia con su sombrero lo cual me había sacado una sonrisa, ¿quién usa sombreros en esta época? Pero supe que aquel señor, lo había dicho con una buena intensión.

No sabía que me faltaba, no sabía que hacer más allá de lo que mantenía a mi control, pero solemos preocuparnos por aquello que no podemos controlar. Y últimamente me estaba volviendo una experta en preocuparme en lo incontrolable y vivir aparentando lo que no era. Así estuve un largo rato en mi cama mirando al techo. Eran las dos de la madrugada y no conseguía dormir, mi mente loca empezó a recordar, empezó a trasladarme a los sitios y momentos que trataba de olvidar.

Estábamos Sebastián y yo en mi casa, yo preparaba algo de comer, mientras él estaba sentado en el sofá. Yo lo miraba desde la cocina, estaba muy extraño últimamente, era la primera vez en dos semanas que lograba hacer que se quedara una tarde conmigo.

—Si el silencio es tu nuevo lenguaje, aprenderé a hacer señas—propuse desde la cocina.

Él sonrió y sin embargo no dejaba de mirar un punto fijo alrededor de la sala. Coloqué los sándwiches en un plato. Caminé hacia él y me lancé en el sofá a su lado, haciéndolo volver en sí.

— ¿En qué tanto piensas, Payaso? Porque en mí no es, y dudo mucho que sea en la clase de matemática de esta mañana.

—Tienes razón… —hizo un breve silencio y tomó uno de los sándwiches—Es complicado de explicar, estoy pensando en lo más difícil que haré en mi vida.

— ¿Qué es eso tan difícil? Debe ser muy importante, pues hace mucho no te veía así. ¿Debería preocuparme?

—No creo, Natalie, muchas veces las decisiones difíciles solo lastiman a quien las toman.

Me limpió un poco de salsa que tenía en la comisura de mis labios y me miró fijamente con una dulzura inefable, tocó el borde de mis labios con suavidad y noté como sus ojos se cristalizaban. Se acercó lentamente hacia mí, coloco su mano al borde de mi cara, se posó en mi frente y luego la besó. Sentí el calor de su lágrima al caer en mi mejilla.

—Está muy bueno el pan —halagó cuándo se apartó de mí.

Apenas lo había mordido.

‹‹Tres semanas después te fuiste, cómo no me di cuenta que de eso trataba tu difícil decisión››.

Estaba en mi cama recordando aquel momento, recordando sus mirada, el sutil sonido de su voz al hablarme. Lo tibia que se encontraban sus manos, las risas de aquella tarde y aquel sentimiento que florecía en mí ser cuando me tomó con cuidado y besó mi frente.

Aquella madrugada recordé todo de Will y Sebastián, los momentos graciosos, y los serios. Me levanté de la cama y abrí mi armario. Una pieza brillante cayó al suelo y me dispuse a recogerla, era parte del vestido lila que Sebastián me había regalado, tomé el vestido y lo contemplé un momento. Lo volví a guindar y tomé el reproductor del gabinete, coloqué un poco de música. Me puse los auriculares y empecé a bailar. Fingía bailar con Will cuando nuestra canción sonaba, y me trasladaba a los momentos de karaoke con Sebastián. En esa madrugada fui feliz al saber que tenía cosas buenas que recordar de ellos dos, recuerdos que pasaban por encima de todos los momentos dolorosos. Y amé aquel repertorio de canciones y las lágrimas entre risas que aquello me provocaba. Así como la canción de Richard Marx, Now and Forever, yo sería su Nita.

 

(…)

Para la última semana de Enero, llegué a la escuela puntualmente e inmediatamente noté mucho bullicio entre los estudiantes. Todos corrían a la cancha de baloncesto, hablaban y rumoraba lo que había en ese lugar. Rápidamente me fui hasta ahí. El cartel era tan grande que podías visualizarlo perfectamente desde la entrada. Estaba colgado en la pantalla de puntuaciones y un poco de pintura roja había caído en el piso. Me pareció lo más perfecto que Mat y yo pudimos haber hecho.

Manuel, Tim y Facundo llegaron al lugar corriendo y apartando a las personas. Cuando levantaron la vista hacia el cartel maldijeron tan fuerte que todos los presentes escuchamos. Observé al resto de los estudiantes, los cuales estaban entretenidos capturando todo con sus celulares.




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