VIOLA OAKLEY
Mi cuerpo se paralizó ante la sorpresa de no encontrarme a solas. Había estado a punto de desvestirme pero mi visitante se descubrió segundos antes.
La figura se encontraba de pie detrás de mí; escapar no era una opción. Cerré los ojos y me quedé quieta con la esperanza de que, si era algún ladrón, se marchara sin hacerme daño.
—Podría haber dejado que te desnudaras —comentó una voz masculina y conocida, con un tono agresivo que, junto con su tacto, siempre me ponía la piel de gallina. Hasta su fuerte colonia me resultaba incómoda.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunté alterada, sintiéndome extraña al estar poniendo en duda su presencia. Creía que no tenía el derecho de hacerlo, ya que gracias a él me encontraba en Valparosa.
—¡Ja! Pareces decepcionada, ¿acaso esperabas a alguien más? —preguntó con severidad, llevando su mano a mi hombro y acercando su cuerpo al mío. Sentí asco al pensar en sus intenciones. Noté que sus dedos se disponían a buscar mi cuerpo, pero di un paso al frente y me alejé.
—¡Hunter, deténgase! —exclamé y abrí mucho los ojos, sorprendida de haber respondido de aquella manera. Hunter era volátil y estaba segura de que él era capaz de explotar contra mí.
—Solo bromeaba. Viola, cálmate —aclaró. Pero en su rostro conservaba su típica expresión fría, ese gesto gruñón que tanto lo caracterizaba.
—¡No debería hacer eso, usted es un hombre casado! —advertí y me alejé aún más de él. Crucé los brazos y me di la vuelta para tenerlo de frente.
—Oh, perdóneme, delicada flor —contestó de manera sarcástica antes de alejarse hasta el escritorio junto la ventana. Cruzó las piernas, las puso sobre el mueble, sacó un cigarrillo y encendió esa porquería.
—Por cierto, sabes que siempre me ha molestado mucho que uses mi maldito apellido. ¿Por qué sigues haciéndolo? —se quejó y enfocó la vista en la curiosa flor.
Hunter no era un tipo atractivo, ni muy amable, pero desbordaba un aura violenta que alguna vez despertó mis más oscuros instintos. Años más tarde, me preguntaba qué había visto en él. Sin embargo, verlo tan indiferente mientras me infectaba la habitación de humo del tabaco me hizo sentir asqueada.
Me acerqué a la ventana y la abrí sin decir nada. Un golpe de aire entró y movió con suavidad su cabello castaño. Él no se inmutó, solo dejó escapar un quejido y continuó fumando muy tranquilo.
No era un tipo fácil ni agradable. No era sentimental, detallista, ni se preocupaba por los demás; solo por él y su labor. Así que el hecho de que fuera hasta Valparosa y hasta mi habitación significaba solo una cosa: tenía que resolver el trabajo con la mayor brevedad.
—¿Has logrado dar con algo de Utherwulf? —preguntó dándole un golpecito a aquel veneno, dejando que cayeran unas cuantas cenizas al suelo.
—No debería hacer eso…—dije con los ojos clavados en la pequeña llamita del cigarrillo.
—¿Quién está pagando esta habitación? Yo, ¿verdad? Así que creo que no debería importarte mucho. —Respiró hondo, aspiró un poco de aquella cosa y se acomodó mejor. Casi llegué a pensar que no tenía la intención de irse—. Dime, ¿qué has encontrado?
—Mire, le seré sincera, hoy no ha pasado nada importante. Es decir, hemos llegado, pero en una noche no puedo hacer gran cosa. —Me costó responder. Quise obviar el tema de la rosa, pues había terminado en nada—. Sabes que normalmente puedo resolverlo rápido, pero esta vez tengo dudas.
—¿Hemos llegado? ¿Así que no estás sola? —Frunció el ceño aún más. Parecía disgustado mientras me miraba, como si yo hubiese hecho algo malo.
—Sí, he venido con mi padre…
Escuchar eso lo calmó. Con una renovada indiferencia, arrojó el cigarrillo por la ventana no sin antes aplastarlo contra la madera del brazo de la silla. Esto me confirmó, que, a pesar de su matrimonio, no había superado lo que había ocurrido entre nosotros años atrás.
—Me dijiste que normalmente tardas horas en descifrar a estos payasos y ahora me dices que no has conseguido nada en una noche, no te entiendo —comentó—. En dos horas, ¿no has conseguido entender ni uno de sus trucos?