El Secreto Del Conde

Capítulo 8

 

Aitasis se levantó de la bañera y se cubrió con una toalla. A continuación miró hacia la puerta.

Era la primera vez que dejaba que otros se involucran en su vida, pero la situación lo requería así. Ella siempre confiado en su instinto y lo seguiría hasta el final, Agnes había hecho bien pidiéndole ayuda a la única persona que sabía su identidad en Bow Street. De cierta forma admirada al conde, este se había mantenido callado por el simple hecho de ser leal a su padre, pasando por encima de sus principios. Era una persona en la que se podía confiar sin importar que. Aitasis no podía asegurar que el conde la ayudaría, al fin al cabo era hombre y machista.

Aitasis se envolvió la bata de baño y abrió la puerta. El conde estaba allí sentado en su cama y sus miradas se encontraron. Era la primera vez que Aitasis estaba desnuda frente a un hombre, por más que la bata de baño fuese larga debajo de ella no tenía nada. Tenía que aceptar que Lord Uriel Westhampton era un hombre muy guapo, su cabello rubio que parecía oro, sus ojos eran negros, era mucho más alto que su padre y tenía unos brazos fuertes.

Su cuerpo reaccionó de un modo en que jamás hubiese creído que pasaría.

El Conde se puso de pie—Puse tus ropas en agua y le quite toda la sangre, no creo que puedan secarse bien en esta noche tan fría

Aitasis asintió—Gracias hermoso

Él extendió su mano derecha. Aitasis la miró y luego lo miró a él. Ella por instinto tomó su mano.

—Comencemos de nuevo—le susurró él—mi nombre es Uriel—Aitasis lo miró—Soy un conde y secretamente detective de Bow Street pero eso no importa ahora. En estos momentos solo soy Uriel

—Uriel...—repitió ella—¿Cómo el arcángel?

Él sonrió—era el favorito de mi madre

Ella le devolvió la sonrisa—Mi nombre es Aitasis

—ese sí que es un nombre bastante peculiar

Ambos se soltaron y ella se echó a reír—según mi madre significa "Escudo"

Uriel asintió—Muy interesante ¿nos sentamos? Sé que no es el lugar para una dama, pero por lo menos aquí hay fuego

Había dos sillones junto a la chimenea, Aitasis se sentó y se hizo una trenza en su cabello rubio y Uriel le dio una taza de café.

—Gracias

—¿Un "Gracias" así a secas? Me gustaba más el "Gracias hermoso"

Aitasis se echó a reír—¿En serio te creíste que eras hermoso?

Uriel se sentó—¿Acaso me mentiste? Creo que entraré en depresión toda mi vida—ella se echó a reír—¿Qué te hizo ser así de especial?

Aitasis apuró su café y dejó la tasa en la mesita—la pregunta correcta sería "¿Quién?" —Uriel la miró—mi abuelo materno murió cuando mi madre tenía unos quince años, pasaron cinco y mi abuela conoció a otro hombre: Akutzu Miyoritawa, era japonés

—¿Era? ¿Ya murió?

—Sí, para mí era mi abuelo. Mi madre no lo quería pero yo sí; una vez cuando tenía seis años a mí papá lo amenazaron con matar a su familia, entonces mi madre y yo nos fuimos a vivir una larga temporada con mis abuelos allá en Japón. Estudié allá, aprendí japonés y conocí lugares como Tokio, Hokkaido y Nagasaki. Mi abuelo tenía un dōjō de Jiu-Jitsu y me entrenó a escondidas de mi madre.

—¿Qué es eso?

—El Jiu-Jitsu si lo traducimos sería como El arte suave. Es un arte marcial de combate sin ningún tipo de arma y te permite hacer técnicas contra uno o más agresores.

—Por eso tu agilidad en el combate cuerpo a cuerpo

—Así es. Pero no solo mi abuelo me entrenó físicamente sino también espiritualmente, es importante que estos dos estén equilibrados—explicó Aitasis—Mi abuelo fue un gran Shinobi lo que se conoce también como ninja del estado y gracias a mi entrenamiento yo ocupé su lugar.

>>Mi madre nunca se enteró pero un día llegó una carta de papá diciendo que ya todo estaba fuera de peligro. Yo en ese entonces ya tenía quince años y para mí fue muy difícil entrar a un academia para señoritas remilgadas en Inglaterra y como si no fuese suficiente castigo ya ¡Aquella maldita presentación de sociedad! —exclamó Aitasis exasperada—¿es que acaso los hombres no se dan cuenta que no solo somos una máquina de hacer bebes? Yo por ejemplo fui una Shinobi del estado japonés pero era algo que no podía gritar a los cuatro vientos. No sabía nada de vestidos, ni lazos, ni cómo preparar el maldito té, pero todo lo aprendí para poder fingir ser una dama. —Uriel asintió—fue cuando cumplí dieciocho que cometí la estupidez de decirle a mi padre que quería ayudarlo...

Aitasis se encontraba en Bow Street junto con su doncella pisándole los talones. El pasillo estaba lleno de hombres que la miraban con lascivia y les decían palabras obscenas; su doncella miraba a ambos lados con el miedo patente en su mirada.



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En el texto hay: espias, nobleza, detectives

Editado: 07.06.2020

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