La niebla cubría los senderos y el grupo avanzaba con cautela. Cada crujido de rama, cada sombra proyectada por las linternas parecía tener vida propia.
—Escuchen… —susurró Dima—, dicen que quien se adentra demasiado en Galipán siente que alguien lo sigue.
Héctor miró hacia atrás, su linterna iluminando árboles que parecían moverse. Daniel se rió nerviosamente, pero nadie pudo ocultar un escalofrío.
Tony tomó la mano de Leopoldo y dijo:
—Recuerden, scouts: siempre juntos. La curiosidad es buena, pero el respeto a la montaña y a sus secretos es más importante.
Los rumores hablaban de cómo el Doctor Kanoche, incluso después de muerto, dejaba guardianes: cuerpos embalsamados, rígidos, que vigilaban su hacienda. Nadie sabía si eran leyenda o realidad, pero el aire que respiraban los hacía sentir que algo observaba cada paso.
A medida que subían, encontraron restos de piedras talladas y un sendero parcialmente destruido. La sensación de misterio se hacía más fuerte. Marvin tropezó y levantó un frasco polvoriento, que parecía tener algún líquido oscuro en su interior.
—¿Qué es esto? —preguntó, sosteniéndolo frente a las luces de la linterna.
Tony le quitó el frasco con cuidado:
—Sea lo que sea, pertenece a la historia de este lugar. Mejor no tocar nada más.
Mientras continuaban, comenzaron a escuchar susurros que se mezclaban con el viento. Voces que no pertenecían a ninguno de ellos, como si los árboles mismos contaran secretos antiguos.
Al final del sendero, ante ellos, se alzaba la silueta de la Hacienda Buena Vista, oscura y silenciosa, con ventanas que reflejaban la luz de la luna como ojos vigilantes.
—Ahí es donde comienza la verdadera historia —dijo Tony—. Manténganse juntos y alerta.
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Editado: 31.08.2025