Vista
El grupo se acercó a la mansión que el viento hacía crujir con cada ráfaga. La fachada estaba cubierta de musgo y enredaderas que parecían querer devorarla. Las ventanas, rotas y oscuras, reflejaban la luz de la luna en destellos inquietantes.
Marvin dio un paso adelante y dijo:
—Se siente… como si algo nos estuviera observando.
Dima, con la linterna temblando en sus manos, iluminó la puerta principal, donde tallas antiguas mostraban figuras humanas entrelazadas con símbolos desconocidos. Héctor empujó la puerta con cuidado; un chirrido largo y metálico resonó por todo el pasillo principal.
Dentro, el polvo y el olor a madera podrida se mezclaban con un aroma extraño, metálico, que provocaba náuseas leves. Cada paso levantaba motas de polvo que flotaban en los haces de luz de las linternas.
Tony habló con voz baja:
—Recuerden, no estamos aquí para tocar nada… solo para observar y aprender.
Al fondo del pasillo, unas escaleras llevaban a la cripta subterránea. La sensación de frío aumentaba con cada escalón. Daniel, intentando aliviar la tensión, susurró un chiste, pero su voz quedó atrapada en un eco que parecía responderle.
De repente, Leopoldo detuvo a todos y señaló una sombra que se movía al final del pasillo. No era humana, pero tampoco completamente forma; se desvaneció antes de que pudieran acercarse.
—Vamos… despacio —ordenó Tony—. Cada sombra aquí tiene una historia.
El grupo avanzó, sin saber que el corazón de la mansión guardaba secretos que jamás imaginarían.
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Editado: 31.08.2025