La entrada a la cripta estaba cubierta por un pesado portón de hierro oxidado. Las cadenas crujieron cuando Héctor las movió, y un olor penetrante a químicos antiguos les golpeó el rostro.
—Esto… no huele natural —dijo Dima, retrocediendo un paso.
Marvin apuntó con su linterna hacia el interior y la luz reveló filas de ataúdes perfectamente alineados. Algunos mostraban restos de cuerpos embalsamados, y sus ojos parecían mirar directamente al grupo.
—¿Qué hizo este hombre? —susurró Daniel, con la voz temblando.
Tony mantuvo la calma:
—Kanoche era un médico obsesionado con la inmortalidad… y esta cripta es su legado.
De repente, un viento gélido recorrió el pasillo y susurros inaudibles llenaron el espacio. Las linternas parpadearon y por un instante todos vieron figuras rígidas moverse entre los ataúdes, como si los cuerpos embalsamados tuvieran vida propia.
—¡Retrocedan! —gritó Tony—, pero sin perder la calma.
Marvin tropezó y cayó frente a un ataúd que parecía más reciente que los demás. Al mirar dentro, vio un rostro momificado que parecía observarlo directamente. Su respiración se aceleró, y supo que el Doctor Kanoche no había dejado este lugar sin vigilancia… y que ellos habían despertado algo que debía permanecer dormido.
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Editado: 31.08.2025