El Secreto Del Guardaespaldas

CAPÍTULO 3

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Mary y Rafael se encontraban abrazados, sentados en la cama de ella, conversando. Era de noche y todos descansaban ya.

— Tengo que contarte todo, antes de que iniciemos cualquier cosa. — Dijo Rafael, soltando un suspiro lleno de pesar.

— En serio que no me importa. — Musitó ella. — No te sientas obligado a nada.

— Quiero hacerlo... — Insistió él.

Mary sólo asintió y se quedó en silencio.

— Mi papá era muy violento. — Comenzó a narrar él. — Nos golpeaba mucho a mi mamá y a mí. A ella la mandó varias veces al hospital, incluso con algún hueso roto.

— ¿Nunca llamaron a la policía? — Preguntó ella, frunciendo el ceño con enojo.

— Una vez. — Susurró él. — Pero nos fue peor. Sólo estuvo unos días en la cárcel, salió bajo fianza y le dio una golpiza mucho peor a mi mamá.

Soltó un suspiro y la acomodó en sus brazos.

— No teníamos a dónde huir, no teníamos dinero, no tenemos parientes ni nadie que nos echara la mano. Así que estábamos atrapados en ese infierno.

— Dios mío... — Musitó ella, tratando de contener las lágrimas.

— Cuando crecí, empecé a defender a mamá. — Continuó Rafa. — Me hice más alto y fuerte que él, así que yo le daba sus trancazos y dejó de molestarnos un poco, sobre todo cuando yo estaba en la casa.

— Me imagino. — Asintió ella en voz baja.

— Un día, regresé de la escuela y me lo encontré golpeándola de nuevo. Ella estaba en el suelo, inconsciente, mientras él la pateaba con saña. Me le fui encima y empezamos a luchar. Y ahí todo se fue al carajo...

— Dios mío... — Musitó Mary, horrorizada, levantando la vista hacia él.

— Cayó mal y se desnucó. Por eso me detuvieron.

— Fue un accidente. — Negó ella, con rotundidad.

— Pero se murió. — Respondió Rafael, encogiéndose de hombros.

Permanecieron abrazados un rato más, él contándole todo, ella escuchando con el corazón oprimido por el dolor al conocer la historia tan cruda, tan difícil, tan llena de sufrimiento de ese hombre. Al final, la joven estaba con el rostro bañado en lágrimas.

— Dios mío... — Musitó ella, limpiándose las lágrimas. — ¡Cuánto dolor! ¡Cuánto has padecido! Ahora entiendo el por qué nunca sonríes.

— Nunca he tenido motivos para hacerlo. — Respondió él simplemente, encogiéndose de hombros.

Mary levantó la vista, lo miró por un instante y luego lo besó en la mejilla.

— Te prometo, Rafita, que a partir de hoy voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que sonrías y seas feliz.

— Lo soy ahora. — Asintió él con una muy tenue sonrisa. — Poder tenerte por fin en mis brazos me ha convertido en el hombre más feliz del mundo, créeme.

Ella sonrió ampliamente justo antes de que Rafael se inclinara a besarla.




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