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Rafael, Mary y doña Aurora estaban dentro de un vehículo que don Alonso, su jefe, les había prestado. Los tres habían pedido permiso de tomarse un fin de semana completo para poder viajar a conocer a los papás de la joven.
— Cuéntame de tu familia, Mary. — Dijo doña Aurora. — La verdad es que me preocupa un poco que les lleguemos de sorpresa, sin avisarles.
La joven soltó una franca carcajada.
— Le aseguro que van a estar muy contentos. — Afirmó después de reír. — Hace mucho que no los veo, casi no voy a visitarlos.
— ¿Por qué? — Preguntó Rafael, con extrañeza.
Ella se encogió de hombros.
— Son más de cuatro horas de camino. — Explicó. — No hay autobús directo para mi rancho, tengo que hacer trasbordos, es bastante complicado. Y, la verdad, no quería perder mi trabajo. El dinerito que gano ayuda mucho a mis papás. ¿Saben? Mi familia es muy humilde. Somos campesinos, mi papá tiene unas tierritas y dos o tres vacas, pero apenas y sacan para vivir al día.
— ¿Tienes hermanos? — Preguntó la señora.
— Tengo un hermano mayor. — Respondió ella, con algo de tristeza. — Pero se fue a los Estados Unidos a buscar una mejor vida y ya no regresó. Hizo su vida allá y llama a mis papás muuuuy de vez en cuando. Y como está ilegal, pues no puede venir a visitarlos, como se podrán imaginar. Además, sé que se juntó con alguien y ya tiene hijos, así que hace mucho dejó de mandarles dinero.
— Supongo que eso es ley de vida. — Comentó la mujer con un suspiro. — Los hijos son prestados.
— No, señora, para nada. — Negó Rafael. — Ni creas que yo te voy a dejar de lado. Me case o no con Mary, prometo seguirte apoyando. ¿Cómo crees que te voy a dejar sola y sin ayuda?
— Y si no lo hace, lo agarro a sartenazos. — Afirmó la joven con seriedad. — Usted se va con nosotros para donde nos movamos. Que conste... Aunque, yo no voy a dejar de trabajar, porque también pienso seguir ayudando a mis papás, por supuesto, soy su único sostén.
— Perfecto. — Asintió él. — Estamos de acuerdo en eso, entonces, vamos a seguir apoyando a nuestros respectivos padres.
Doña Aurora sonrió con ternura.
— Gracias hijos, pero yo tengo mis ahorritos, afortunadamente. — Asintió. — Además, también pienso seguir trabajando mientras Dios me de fuerzas y don Alonso y doña Sofía me sigan queriendo ahí. La verdad es que disfruto mucho cocinar en esa casa. Así que, créanme que no pienso estar dándoles lata.
— No es lata, mamá. — Negó Rafael. — Así que ya dejemos el tema. ¿De acuerdo?
— Bien. — Asintió la señora. — Tengo que confesar que estoy muy emocionada con ese viaje. Además de conocer a los papás de Mary, admito que jamás en la vida he visto una vaca viva ni de cerca. Aunque no me lo crean. Nunca he estado en el campo y, por supuesto, tampoco me he montado en un caballo.
— ¿En serio? — Preguntó Mary, totalmente sorprendida.
— Yo tampoco. — Negó Rafael. — Las vacas sólo las he tenido cerca en mi plato, justo antes de comérmelas.
Todos se empezaron a carcajear ante eso.
— Pues si quieren, les puedo enseñar a ordeñar una. — Dijo Mary luego de reír.
— ¿Tú sabes hacerlo? — Preguntó doña Aurora, totalmente sorprendida.
— Pues sí. — Asintió la joven, con seriedad. — Cuando estoy en el rancho, hago de todo: Ordeño, monto, ayudo en la siembra y en la cosecha. Créanme que nunca están de más un par de manos para ayudar a mis viejos.
— Me lo puedo imaginar... — Asintió la señora.
— Más adelante hay una salida de la carretera. — Señaló Mary. — Tómala y sigue con cuidado. Es camino de terracería y no sé qué tan fregado esté. Tengo entendido que ha estado lloviendo por esa zona.
Rafael asintió en silencio, disminuyendo la velocidad del auto y encendiendo las luces direccionales mientras ponía total atención al camino.