El secreto del rey demonio [boys Love]

Capítulo 5

Arzhel se acercó a Dairan mientras seguía abanicándose, como si la tensión que llenaba el aire no fuera con él. Dairan no pudo soportarlo más y sacó su látigo.

—Tranquilo… —murmuró Arzhel.

Pero Dairan se lanzó a atacarlo sin darle tiempo a nada. Arzhel esquivaba cada golpe con una elegancia irritante.

—¿Qué planeas? ¿Acaso quieres matarme? ¿Quieres quedarte viudo tan pronto? —bromeó Arzhel mientras daba un paso atrás.

Dairan estaba demasiado nervioso para escuchar. No dejaba de atacarlo, aunque Arzhel notó que no estaba usando siquiera la mitad de su verdadera fuerza.

—¿Por qué no me devuelves el ataque? —gruñó Dairan.

—¿Cómo podría atacarte? —respondió Arzhel.

Entonces, con un movimiento rápido, Arzhel atrapó el látigo de Dairan con una sola mano.

—Suéltame —escupió Dairan.

—No sé por qué te pones así por perder —dijo Arzhel con una sonrisa suave—. No te preocupes. Te trataré muy bien cuando seas mi esposo.

—En tus sueños.

Dairan intentó jalar el látigo, pero se dio cuenta de que Arzhel era increíblemente fuerte.

—No seas mal perdedor. Hicimos una apuesta —le recordó Arzhel.

Entonces Arzhel tiró del látigo con facilidad, desarmándolo. Ambos quedaron mirándose en esa posición tensa, la luz de la luna reflejándose en sus rostros y dejando sombras que parecían devolverles miradas ajenas.

Dairan se lanzó sobre Arzhel. Este soltó su abanico y también el látigo, levantando los brazos para detener el ataque sin herirlo.

—Por favor, haz memoria, Dairan —pidió Arzhel.

Dairan no dejó de atacarlo, y Arzhel no dejó de defenderse. Pero, más que una pelea, parecía una danza perfectamente coreografiada: dos cuerpos ágiles, rápidos, ninguno logrando tocar realmente al otro.

Después de unos minutos, Arzhel se detuvo. Y cuando Dairan tuvo la oportunidad de golpearlo, no lo hizo.

—Dairan, es hora de dormir —dijo Arzhel con calma—. Mañana tenemos que llevar a ese niño con su familia.

Sin esperar respuesta, Arzhel comenzó a bajar del tejado. Dairan lo siguió, todavía lleno de preguntas… y, aunque no quería admitirlo, también un poco asustado.

Al día siguiente, los cuatro partieron temprano a pie. El amanecer todavía bostezaba y el camino tenía ese olor a tierra tibia que deja la noche cuando se retira. La dinámica, ya casi una rutina, era simple: Arzhel acosaba a Dairan sin ningún tipo de vergüenza, Emris se quejaba del calor como si fuera un anciano de ochenta años y Elis se burlaba de él cada vez que abría la boca.

El sol caía con tanta fuerza que Dairan sentía que el maquillaje se le iba a derretir como cera de vela barata. Cada tanto se limpiaba el sudor de la frente con una rapidez casi desesperada, como si temiera que en cualquier momento su rostro se corriera y quedara en evidencia. De pronto, una bocanada de aire frío le rozó la nuca. Se giró apenas y vio a Arzhel abanicándolo.

—¿Quién hizo esta arma? —preguntó Dairan, dejándose llevar por el frescor que lo salvaba del infierno del mediodía.

—No lo sé —respondió Arzhel, encogiéndose de hombros—. Es herencia familiar.

—Es bonita.

—Si quieres, te la puedo dar.

—Soy más de látigos.

—¿Quién hizo tu arma?

Dairan no respondió. No hacía falta. Arzhel, con esa sonrisa suya que parecía conocer pecados ajenos, ya sabía la respuesta.

—No es justo que yo responda tus preguntas y tú nada.

—Porque tú ya sabes todo de mí.

Atrás, Elis observaba la escena con un fastidio tan evidente que casi podía oírse. No soportaba no ser el centro de atención, y ver a su hermano tan pendiente de Dairan —ese tipo que ella consideraba feo sin ningún tipo de pudor— le revolvía el estómago.

Entonces fijó la mirada en Emris, que caminaba a su lado con la inocencia pegada a la cara, y una sonrisa malvada se dibujó en sus labios.

—Emris.

—¿Sí?

—La otra vez, cuando mi hermano te protegió, te quedaste paralizado. ¿Acaso te dio miedo?

El niño se sonrojó, como si le hubieran encendido una fogata bajo la piel.

—No es eso…

Los ojos de Elis se abrieron como dos platos.

—Entonces no puedes luchar. O sea, que eres peor que un cobarde. Eres un inútil.

—¡No soy un inútil!

—Todos los hombres aprenden a luchar. Aunque sean ricos, aunque vengan de una cuna con oro en las patas. ¿Quién eres tú para no aprender?

Arzhel, adelante, empezó a escuchar la conversación. No dijo nada, pero su paso se volvió más lento, atento.

—Dime, ¿cómo podrías proteger a tu novia?

Los ojos de Emris temblaron y se llenaron de lágrimas, gruesas, como si llevaran tiempo acumulándose.

—Deberías aprender. Yo podría enseñarte… si me haces una reverencia y me besas la mano.

La expresión del niño cambió de golpe. De tímido pasó a indignado, como si alguien le hubiera golpeado la dignidad.

—¿Qué sucede? Es un buen precio —continuó Elis.

—Qué clase de señorita eres… Las mujeres no deben luchar. No importa si son de clase baja o alta… ¿Cómo podrías conseguir un novio así?

Dairan soltó una leve risa. No lo esperaba: ese niño torpe, tímido, podía defenderse mejor que muchas personas con la lengua venenosa de Elis. Arzhel también se sorprendió, levantando apenas una ceja. Elis, en cambio, se puso roja como si le estuviera subiendo fuego por la garganta. Sus manos fueron directo a los dos cuchillos que llevaba ocultos.

—¡Cómo te atreves!

Emris, sin pensarlo dos veces, corrió hacia Dairan y se escondió detrás de él como un gato asustado.

—Ya basta, niña —dijo Dairan, sin mover un solo músculo más de lo necesario.

—¡Tú cállate! ¡No te metas!

—Basta, Elis —ordenó Arzhel.

Ella estaba a punto de protestar, pero una sola mirada de Arzhel la hizo guardarse las palabras y también los cuchillos. Bajó la cabeza y dio un paso atrás.

—¿De verdad no sabes nada, niño? —preguntó Arzhel, ahora hablándole a Emris con un tono menos duro.




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