El secreto del rey demonio [boys Love]

Capítulo 7

Dairan y Arzhel regresaron a la capital, una vez que sus ropas estuvieron secas y amaneciera. El camino hacia la ciudad estaba cubierto por una neblina baja, espesa, que parecía arrastrarse entre los adoquines como un animal cansado. A medida que se acercaban, las murallas grises surgieron entre el vapor matinal como gigantes dormidos. El olor a pan caliente, sudor y humo viejo flotaba en el aire, el típico olor de la capital: vivo, ruidoso, caótico, pero de alguna forma reconfortante después de noches al raso.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Arzhel, ajustando la chaqueta sobre él mientras su mirada recorría los rostros desconocidos a su alrededor.

—Mañana iremos al palacio, supuestamente por la recompensa. Buscaré un momento para encontrarme con Emiris… —respondió Dairan, con esa voz que usaba cuando intentaba sonar confiado pero que siempre dejaba escapar una grieta de inseguridad.

—¿Y lo convencerás de que abandone todo?

Dairan se detuvo y miró a Arzhel. La calle estaba llena de ruido, pero entre ellos dos pareció instalarse un silencio incómodo, tirante, como si alguien hubiera apagado el mundo por un segundo.

—Básicamente.

—Y según tú eso servirá. No eres bueno con las palabras, pero planeas convencerlo.

—¿De verdad mi plan es tan malo? —preguntó Dairan, pero no como quien pide opinión: sonó más como quien espera que la respuesta no lo destruya.

Arzhel guardó su abanico y se puso serio. La sombra de un edificio le cayó encima, dándole un aspecto más austero, más… real.

—¿Por qué quieres llevarte a Emris?

Dairan bajó la cabeza, mientras unos pensamientos fugaces atravesaban su mente como pequeñas dagas calientes. Los recuerdos dolían. O quizá era el miedo. O ambas cosas.

—Porque… cuando el mundo se entere de Emris todos van a querer matarlo o secuestrarlo y yo…

Arzhel escuchaba atentamente sin interrumpir. Sus ojos estaban fijos en él, inmóviles, como si observaran no las palabras sino lo que había debajo: el temblor, la culpa, la desesperación silenciosa.

—Un niño no debe cargar con esta mierda. Los adultos fueron los que destruyeron el mundo. ¿Por qué Emris tiene que arreglar esto?

—Estoy muy de acuerdo —Arzhel pensó: “cada día me enamoro más de este hombre”. Sus labios temblaron con una sonrisa apenas visible—. Bien, mañana te ayudaré con Emris.

Dairan sonrió y luego murmuró un gracias casi imperceptible, como si temiera que la palabra se rompiera al salir.

—Pero ahora disfrutemos la capital. He escuchado que hay buena música y buena comida cerca de aquí.

—¿Y si mejor descansamos?

—Por los dioses, Dairan, ¿cuántos años tienes? Aún somos muy jóvenes y debemos disfrutar. —Arzhel rodó los ojos y lo empujó suavemente con el hombro, como si quisiera mover también ese peso invisible que Dairan llevaba siempre encima.

Dairan suspiró y solo se dejó llevar por Arzhel, que lo jaló por las calles concurridas. La capital estaba viva, demasiado viva: vendedores gritando, luces colgantes temblando como luciérnagas artificiales, el olor a pan caliente mezclado con perfumes dulzones y transpiración vieja. La gente pasaba rozándolos, empujándolos, riendo, como si no existiera un mundo en ruinas afuera. Arzhel avanzaba decidido, tirando de él con una energía casi infantil, pero con la firmeza de quien cree saber exactamente hacia dónde va.

Hasta que llegaron a una gran casa muy brillante y llena de colores vivos, tan iluminada que casi lastimaba los ojos. Dairan parpadeó dos veces, sorprendido por la ostentación de luces rojas y doradas, los cortinajes de terciopelo, los faroles con forma de flores gigantes. Y rápidamente supo que donde estaba era un burdel. No hacía falta ver los anuncios ni escuchar las risas pegajosas; el ambiente hablaba solo.

—¿Me traes a un burdel? —preguntó, levantando una ceja.

—No es lo que piensas, es que escuché que la buena música y comedia viene de aquí. Por favor no te pongas celoso —dijo Arzhel con una sonrisa que intentaba parecer inocente, pero que más bien parecía estar pidiendo perdón anticipado.

—Yo no estoy celoso. De hecho estoy feliz. Ver tan hermosas mujeres en poca ropa… —

La expresión de Arzhel cambió como si hubiera tragado una piedra. Sus labios se curvaron en una línea dura.

—Creo que mejor busquemos otro lugar.

Arzhel intentó alejarse, pero Dairan lo tomó del brazo. El contacto los detuvo a ambos como si se hubieran congelado. Sus miradas se encontraron, profundas, fijas, un segundo que se estiró demasiado. Y ambos se sonrieron, como dos idiotas atrapados en algo que ninguno quería admitir.

—Ya estamos aquí, solo entremos.

Arzhel asintió finalmente y entraron al lugar. Pero realmente no parecía un burdel; más bien un sitio espectacular donde gente rica disfrutaba sin remordimientos. La entrada estaba decorada con estatuas de mármol y lámparas de cristal que colgaban como estrellas atrapadas. El piso brillaba tanto que parecía agua sólida. Dairan no esperaba mucho, pero sí quedó sorprendido cuando vio el sitio completo: mesas elegantes, cortinas gruesas, músicos con trajes de seda, clientes con sonrisas satisfechas, algunos tan perfumados que su olor quemaba la nariz.

Una música sonaba en el fondo, tranquila y suave, como un río oscuro que se desliza entre piedras invisibles. Relajante, pero con una nota que vibraba demasiado profundo, como si algo en ella no estuviera del todo bien.

Arzhel y Dairan buscaron un lugar para sentarse y luego ordenaron un poco de comida mientras charlaban conversaciones triviales y nada profundas. A veces comentando sobre la música, otras sobre la comida, y a veces simplemente observando a la gente con expresiones entre curiosas y desconfiadas.

—La verdad no esperaba que el lugar fuera tan bueno —habló Arzhel.

—Creí que habías venido antes.

—No, en realidad no soy alguien que sale mucho de casa.

—¿Por qué?

—No me lo permiten. Solo salí esta vez por mi hermana, ya que era su cumpleaños.




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