Tiempo atrás.
Condado de Oxfordshire, Inglaterra.
—Así que tú eres Sofía Cruz. —pronunció, con tono despectivo, la mujer frente a mí.
Me miró de arriba abajo, antes de pasar por mi lado, entrando sin avisar, observando todo alrededor de la misma forma.
—¿Usted es? —quise saber.
Su sola presencia me daba escalofríos, no entendía qué podía querer de mí. Se notaba que tenía dinero, lo que me hacía comprender mucho menos. Deseaba que se marchara, no estaba para visitas, no quería llegar tarde a mi boda.
—Soy Violet Bennett, la madre de James. —se presentó, y mi primera reacción fue sorprenderme.
No sabía que él era hijo de una familia acaudalada, nunca me lo mencionó, aunque debí suponerlo si estudiaba en Oxford y no era becado como yo.
Luego esa sorpresa, dio paso a la alegría. Si ella estaba aquí era porque se enteró de nuestra boda y me acompañaría al registro civil.
—Oh, señora Violet, qué ilusión tenerla aquí y conocerla. James no me avisó nada. —mi sonrisa se tensó, al ver que me miraba, como si fuese la cosa más insignificante sobre la tierra.
—No podía avisarte, cuando él no quiere verte más.
—¿Disculpe? —musité, casi sin voz, por el susto que me dieron sus palabras.
Ella se acercó en dos pasos hasta mí, y alzó mi cara, escudriñando mis facciones, con esa actitud fría que poseía.
—Ni siquiera eres tan bonita —masculló, de mala gana—. Y sorda tampoco eres. Tú me escuchaste bien, niña. James no quiere saber más de ti.
—¡Miente! No sé por qué me dice estas cosas, si nosotros nos amamos. Hoy nos vamos a casar. —aseguré, aferrada a la esperanza, casi al borde del llanto y ella sonrió con macabro cinismo.
—James Bennett jamás se casará con una pordiosera, becada. No manchará así nuestro apellido —escupió, su veneno, como la peor de las víboras—. Él solo se divirtió contigo, como el joven apuesto que es.
Yo negaba, no podía ser cierto cada horrible cosa que decía. Los besos y las caricias que él me dio, no pudieron ser falsas, no lo creía.
—¿Por qué es tan cruel, señora? ¡Yo no soy ninguna pordiosera, y mucho menos el juguete de su hijo! —su boca se curvó de medio lado, observándome de nuevo.
—¿No eres una pordiosera y llevas puesto un vestido de novia usado, que seguramente compraste en algún bazar hippie de la ciudad? —desbloqueó su celular y fijó su atención en mí—. ¿Cuánto quieres? Te daré lo suficiente para que desaparezcas, y comiences de nuevo; no soy tu enemiga. Me da lástima que hayas creído en mi hijo.
No entendía nada. Esto no podía estar pasando. Hoy era un día feliz, hoy me casaba con el chico que amaba, el más dulce y más guapo de la universidad. El mejor jugador del equipo de soccer, el que me animaba a no rendirme cuando me sentía tan lejos de casa.
—¿De verdad cree que soy una arrabalera que tiene un precio? —asintió, y yo apreté los puños, por el dolor y la rabia.
—No tengo dudas de ello. —su sofisticada prepotencia, me daban arcadas.
Jamás me había sentido tan humillada, e incluso así, creía que esto era parte de una pesadilla. No era real.
—¿Qué quiere que le diga? ¿Desea escuchar que quiero quinientos mil euros por dejar a su hijo y desaparecer de su vida? —mascullé, llena de ira.
—¿Ves que era fácil? La gentuza de tu nivel vale poco.
Negué, y reí, con pesar. Mi corazón se estaba rompiendo.
—Usted no está bien. No quiero su dinero y sabe, ¿por qué?, porque mi amor no tiene precio y, porque no le creo nada. James me ama, como yo lo amo a él. Yo ni siquiera sabía que era de familia acaudalada. —ahí estaba, de nuevo, esa actitud de suficiencia, tan desagradable.
Me miraba como si fuese una cucaracha a la que podría aplastar si quisiese.
—No te eches para atrás, querida. Todos tienen un precio. Tú no eres la excepción. —su prepotencia descarada era cruel.
—Pues se equivoca, solo quise ver qué tan baja era para ponerle precio a su hijo. No quiero su dinero, ni su compasión. Usted miente, James me espera para casarnos. —defendí mi amor porque creía en él.
Qué tonta fui…
—James no estará allí porque se casará con alguien de su nivel. Este sábado se llevó a cabo el compromiso. Míralo tú misma. —me enseñó su celular y lo vi.
Era él, vestido de traje, poniéndole un gran anillo a una hermosa chica, cuando me dijo que estaría fuera de la ciudad un par de días. Estaba en shock, temblaba, el alma me dolía, y aun así, yo seguía creyendo que eso era una mentira.
—¿Ahora sí me crees? —escuché, de nuevo, su voz, mas no podía verla, las lágrimas me lo impedían—. Repito, ¿cuánto vas a pedir para no volver jamás? Esa será tu mejor opción, porque si te quedas, me encargaré de que no dures un día más en la universidad. No conoces el poder de mi familia.
No pude seguir escuchándola. Esto debía tener una explicación, así que corrí. Salí de mi habitación en el campus y no paré de correr, a pesar de sentir como el acostumbrado clima de Londres hacía de las suyas y comenzaba a llover, confundiendo las gruesas gotas de lluvia con mis lágrimas. No paré hasta subir a un taxi y llegar al registro civil donde él debía estar, pero no estaba. Nunca llegó.