A James le costaba entender que esto le estuviera pasando. Una mocosa insolente le había goleado el trasero, y de paso, lo enfrentaba con la mirada. Tenía pantalones, con razón era la capitana. Le lucía muy bien la banda en el brazo, no tenía dudas de que ella lideraba bien el equipo.
—En vez de mirarme así, deberías disculparte por agredirme. ¿No te enseñaron que debes respetar a los adultos?
—James, es una niña, es mejor que lo dejes así. Te puedes meter en problemas con sus padres. —le aconsejó Harrison, entre susurros, y detestó tener que darle la razón.
Al final, iba a dejar las cosas así, como el adulto responsable que era, pero, cuando intentó irse una vocecita chillona se lo impidió. Abby no lo dejaría marchar sin defenderse.
Era una chiquita difícil de domar.
—Mi mami me ha enseñado a respetar a todos, sean niños o ancianos, pero usted es un hombre malo y esos no merecen respeto. —no tuvo cómo contradecir eso, solo que este no era el caso.
—No soy malo, solo hago mi trabajo. —terminó explicando, cuando una voz los interrumpió.
Una mujer caminaba de forma rápida hacia ellos, y sintió que al fin un adulto se haría responsable de la conducta de aquella niña.
—¡Abby! ¿Qué estás haciendo aquí hablando con unos desconocidos? —interrumpió, Ròs. Le extrañó que la niña no estuviera con las demás.
—Así que usted es su mamá. —fue lo que dedujo James, al ver que se preocupaba y venía por ella.
Al detallarlo, la mujer sintió que le era familiar, e intentó recordar en dónde lo había visto.
—¿Quién es usted y por qué le interesa si soy la mamá? —respondió, a la defensiva, escudriñándolo con la mirada.
En otra ocasión, hubiese coqueteado con él porque era muy guapo, pero este no era el momento. Ese hombre tenía algo que le hacía saber que lo conocía. Esa sospecha no salía de su cabeza, y todo comenzó a hacer clic cuando lo vio hacer un gesto con su boca, que le hizo recordar mucho a alguien.
Pero no podía ser cierto. Él no podía ser ese desgraciado, ¿o sí?.
—El hombre que su hija agredió, ese soy —bramó, con molestia—. Debe educarla mejor, no puede ir por la vida golpeando y molestando a las personas. Le falta disciplina, a esa niña. —gruñó, sin importarle nada.
Pensó que la madre era peor que la hija. Con razón la pequeña enana era tan insolente.
—¿Tú hiciste eso? —indagó, de inmediato, viendo a su sobrina, obviando las ganas de insultar al amargado.
Sin embargo, cuando vio los ojos de Abby, notó que eran del mismo verde que los del hombre frente a ellas, lo que la hizo tener la casi certeza de que sí era él. Debía calmarse, le pareció buena idea echarle un vistazo a aquella foto que aún atesoraba su amiga. Según decía, era para recordarse siempre, lo ingenua que fue.
Debía hablar con Sofi, advertirle y ver esa fotografía cuanto antes.
—Sí, lo hice —afirmó, la pequeña, con la cabeza, moviendo sus colitas—. Le metí un pelotazo en el trasero, por malo. Él es el monstruo que quiere dejarnos sin campo de fútbol. —comenzó a llorar de mentiras, abrazando a su tía.
Lo hacía cada vez más fuerte y más alto, con el fin de llamar la atención de todos alrededor. Todo eso pasaba, mientras su madre estaba alejada de las personas, atendiendo al explotador de su jefe, quien le había dado la mañana libre, pero al parecer lo había olvidado porque seguía molestando.
Él, sin Sofía, no sabía llevar el lugar.
—James, vámonos de aquí. —aconsejó, el abogado, viendo como las personas comenzaban a estar pendientes de ellos.
—¿Lo que dice Abby es cierto? Porque de ser así, debió darle más fuerte. —declaró, la escocesa, viéndolo mal, aunque por dentro temblara.
Ese hombre era peor de lo que Sofía le contó. No solo engañaba a las mujeres, sino que destruía comunidades, dejando sin hogar y empleo a quien quisiera.
—No soy ningún monstruo, señora. Solo un empresario que hace su trabajo.
En la cabeza de Ròs todo se borró, y solo quedó rondando la palabra “señora”. ¿Cómo se atrevía a decirle eso, si tan solo tenía veintisiete años? Quiso estrangularlo, pero él merecía algo peor.
—¡Señora, su abuela! Dele gracias a Dios que no sé patear un balón, o acabaría con su entrepierna, yo sí le daría dónde es —aseguró, en tono mordaz, antes de sonreír y gritar—. ¡Vengan, vecinos, este es el hombre que quiere dejarnos sin nada! ¡Este sujeto es quien compró los terrenos del viejo Bill!
—¡Sí, yo lo escuché, es el monstruo, y me hizo llorar! —gritó también, la astuta pequeña, sacándole la lengua, al burlarse de él.
Bastó solo un segundo para que todos, incluyendo las niñas de ambos equipos corrieran hacia James, quien, junto a su amigo, corría con más fuerza hasta llegar al auto y huir.
Estando allí, luego de volver a respirar, Harrison rio tan fuerte que casi muere asesinado por la mirada que le dio el empresario.
—¿De qué diablos te ríes? —masculló, aflojándose la corbata.
—No me puedes negar que fue divertido. Una niña pateó directo a tu trasero, y terminamos huyendo de una oleada de gente que corría furiosa hacia nosotros, con unas pequeñas jugadoras de soccer detrás.