El Secreto Entre Nosotros

Capítulo 6

Su forma de mirarla la ponía más nerviosa de lo que ya se encontraba; situación que disimulaba muy bien. La española quería acabar cuanto antes con esa tormentosa reunión para poder salir de allí y no volver a entrar nunca más en aquella oficina.

Sofía sentía sus manos frías y su pulso acelerado. Pese a eso, no podía evitar mirarlo; lo tenía enfrente, James había cambiado, pero, a su vez, seguía igual. Continuaba siendo guapo, solo que ya no era un chico, era un hombre de treinta y un años, con una dureza en la mirada que la traspasaba. En sus ojos no quedaban rastros de aquella chispa coqueta y de aquella veneración con que antes la miraba. Suponía que este era su verdadero ser, uno rastrero capaz de engañar, manipular, sobornar y dejar sin lo suyo a los demás, sin importarle que sean niñas.

—¿Cuánto ha pasado desde la última vez que te vi? ¿Ocho años? —preguntó, poniéndose de pie y su corazón brincó, oprimiendo su pecho.

Lo prefería sentado del otro lado del escritorio, bien lejos de ella.

—No lo sé, no llevó la cuenta. —esa respuesta detuvo su andar y lo hizo ladear un poco la cabeza.

Esta era ella, la verdadera, sin caretas; aquella que nunca conoció. Una cínica en potencia.

—¿Y qué tipo de cuentas llevas?, ya que no cuentas los años, imagino entonces, que solo cuentas el dinero. —su tono fue mordaz. Sofía no entendió su punto, y tampoco quiso preguntar.

Además, no se equivocaba. Gracias, a su situación económica, no hacía otra cosa más que vivir sacando cuentas.

—Me hizo venir aquí, señor Bennett, para discutir lo que nos atañe que es la cancha de fútbol de la comunidad. Le agradezco que hablemos sobre eso. —él curvó su boca en una media sonrisa y dio otro paso más hacia ella.

—¿Señor Bennett? ¿Así?, con marcada distancia, como si entre tú y yo nunca hubiese pasado nada. —pronunció, con notoria ironía, y los dientes apretados.

James se sentía confundido, no sabía qué lo molestaba más. Si tenerla en frente y ver que realmente él no significó nada, o esas ganas de insultarla y besarla que sentía al mismo tiempo. Era como si una se peleara con la otra para ver cuál ganaba, sin obtener ventajas. Ambas iban llegando a la meta en un claro empate que lo estaba enloqueciendo.

—No vivo en el pasado, señor Bennett. Y mucho menos si fue uno que prefiero olvidar. —eso los sorprendió a ambos.

A ella por mostrarse tan fría y valiente, y a él por chocar con la realidad.

—Yo también prefiero olvidar, pero no soy tan cínico como tú. —escupió, sin más, sorprendiéndola.

—¿Cínica yo, y eres tú el que se para frente a mí como si no hubieses hecho nada?

—Vaya, ya me tuteas —buscó incordiarla—. ¿Y qué hice, según tú? Porque hasta donde yo recuerdo, lo único que hice fue enamorarme de una mentirosa aprovechada —masculló, con reproche muy cerca de ella—. Siempre he querido saber por qué, ¿¡por qué me hiciste eso, Sofía!?

Ella no podía hablar, no entendía nada. Él se había vuelto loco; era la única explicación que encontraba. ¿Qué ganaba o qué buscaba haciéndola sentir culpable de algo que no llegaba a comprender?

—No soy ninguna mentirosa y menos una aprovechada. No sé de qué hablas, ni me interesa, porque no te he hecho nada. Yo no vine para que me insultes —se defendió—. Si no tienes nada que decir, referente a la comunidad, me iré. Mi pasado quedó enterrado desde que salí de Oxford. Tú y yo, nunca debimos volvernos a encontrar.

Ambos se quedaron observándose en silencio. Ella estaba herida por la manera en que la llamó, queriendo saber las razones, pero sin atreverse a preguntar, ya que eso sería buscar un acercamiento que no le convenía. Su único interés era mantenerlo lejos de su hija, y para eso debía irse cuanto antes de aquella oficina.

En cambio, él no salía de su estupor. Sofía Cruz era peor de lo que pensó. Realmente nunca le importó, nunca sintió nada, jamás sintió un poco de culpa, o remordimiento, por hacer lo que le hizo. Ella solo amaba el dinero, únicamente buscaba sacar provecho de esa unión. Lo mejor fue lo que pasó, ella no merecía ser su esposa y mucho menos su amor.

El problema es que en vez de aceptarlo y dejarla ir, él quería retenerla y hacerla sufrir.

—Tú y tu comunidad solo quieren preservar el campo de fútbol, ¿no es así? —le dio un giro a la conversación, sorprendiéndola.

—Es correcto —respiró, al darse cuenta de que él había entendido a lo que vino—. Ese campo pertenece a la comunidad. Es la casa de las “Abejitas Azules”.

—Bien, si lo quieres tendrás que trabajar conmigo.

—¿Disculpa?

—Lo que escuchaste. Eres arquitecta, ¿no? Convénceme de que el campo que tanto defiendes puede quedarse, puede ir de la mano con mi proyecto, y no mermará mis ganancias. Si logras convencerme, será tuyo. —James no sabía, ni entendía lo que estaba diciendo.

Solo sabía que no la dejaría ir tan fácilmente, ella tenía que pagar. Tenía derecho a atormentarla, o a meterla de nuevo en su cama, enamorarla y tirarla como la mujer fácil que para él era.

—¡Estás loco! Yo no pienso trabajar contigo. Yo ya tengo un trabajo. —por un segundo, sintió vergüenza. No pudo decirle que no se había graduado, que no era una arquitecta.




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