Sofi no tuvo el valor de confesarle la verdad a su hija. No fue capaz de explicarle que habían perdido el campo de soccer. En su lugar, prefirió mentirle y decirle que aún estaban arreglando esa situación. Le costaba mucho sincerarse porque jamás le había dado un motivo para sentirse mal con ella, y no quería que la odiara.
Quizás su reacción no había sido la mejor, pero su relación con Abby era muy fuerte. La pequeña se había convertido en su todo, en lo único que de verdad tenía, y le costaba demasiado defraudarla, cuando por ella la vida daba.
Eso, sumado a los problemas que sabía, que le vendrían con la comunidad y las niñas, más la molesta vergüenza que estaba allí en su interior, dando vueltas, recordándole que no era una arquitecta como él lo pensaba, no la dejó dormir.
Se levantó muy temprano, arregló todo, dejó a Abby en el colegio después de tener problemas para poner en marcha el auto y emprendió camino a su trabajo. Aún no encendía el teléfono, prefería afrontar un problema a la vez.
—¡Sofía!, ¿qué haces aquí? —preguntó, Peyton, una compañera de trabajo, deteniendo su andar.
—¿Cómo que, qué hago aquí? ¡Aquí trabajo! —respondió, confundida, y cuando intentó retomar su camino, la regordeta mujer la detuvo.
—¿No sabes nada?
—¿Qué debo saber? —cuestionó, comenzando a perder la paciencia.
—Charles echaba sapos y culebras por esa boca el día de ayer. Estaba furioso porque no te encontró. —Sofía ya había previsto eso.
Se limitó a dejarle un mensaje excusándose y diciéndole que faltaría ese día, y desde allí no había vuelto a prender su teléfono, como bien lo planeó.
—Ya hablaré con él y me entenderá. Jamás he faltado antes, por sentirme mal.
—No estoy tan segura de eso. Sabes que Iona siempre ha estado detrás de tu puesto y…
Peyton no tuvo necesidad de explicar más porque Sofía tampoco le dio tiempo. Ella, simplemente, caminó deprisa hacia la oficina de su jefe, donde no esperó autorización para entrar, después de tocar, lo que la hizo encontrarse con una escena bastante desagradable.
—Lamento molestar, pero ayer no vine a trabajar y...
—Sí, ayer no viniste —interrumpió, su desagradable jefe, quien hacía con Iona, lo que tanto buscó en ella—. Ayer faltaste a tu compromiso laboral y de paso desapareciste. —miró a la otra mujer y le pidió salir.
Esta no dudó en mostrarle su sonrisa victoriosa a Sofi, al pasar por su lado.
—No me sentía bien, me fue imposible venir. —explicó cuando se quedaron solos.
—Lo cierto es, que no estuviste cuando te necesité. —la sorpresa no cabía en Sofía. La verdad es que Charles estaba resultando peor de lo que pensó.
—Siempre he estado, jamás he faltado, a menos de que Abby esté enferma; ¿eso no cuenta?
El hombre negó, cruzándose de brazos, recorriéndola con la mirada, haciendo que se sintiera incómoda.
—Me haces sentir como el malo, pero la verdad es que ya Iona ocupó tu lugar. Ella, al menos, no tiene hijos que interrumpan sus funciones, y es menos arisca que tú.
—¿¡Estás degradándome de puesto!? —si ya no era asistente, y volvía a su cargo de cajera, o peor, de mesera, su vida se complicaría porque, de nuevo, el sueldo no le rendiría.
Tendría que buscar un segundo empleo en algún lado.
—No, Sofía, no te estoy bajando de cargo, te estoy despidiendo. Me cansé de tus problemas de madre y de mujer complicada. No eres lo que necesito.
Por unos segundos se quedó callada por culpa de la impresión y la inmensa rabia que le causaron sus palabras. La frustración comenzaba a crecer dentro de ella, como elevadas montañas, y no podía evitar pensar que era culpa de James, por haberse aparecido de nuevo en su vida.
Ese remolino de emociones le dio impulso para contestar.
—Claro, yo no te sirvo porque tengo dignidad. Y gracias a eso no accedí a tus caprichos como vi que sí lo hizo Iona. —el hombre rio y se sentó detrás de su escritorio.
—Con dignidad no se come. Recuérdalo cuando el mundo se te ponga apretado —se burló—. Dile a mi asistente que te dé lo que te corresponde. Se te descontó la falta de ayer.
Sofía hizo todo lo posible para no llorar y mostrarse fuerte. Con los años había aprendido que llorar no valía de nada, porque eso no le importaba a la gente que te hacía mal. Ella aguantó lo más que pudo, hasta tener el sobre en la mano y salir de aquel lugar al que no pensaba volver nunca más.
Ella sabía que su despido no se debía a su falta. Era más que obvio que Iona vio una oportunidad y la tomó. Al final, quien lo lamentaría sería Charles, cuando viera que los problemas de oficina y proveedores, no se resolvían entre las sábanas.
Al entrar en su auto, se dio el permiso de llorar. Su mundo se comenzaba a poner muy chiquito. Solo podía calcular en cuánto tiempo se quedaría sin dinero, antes de conseguir un nuevo empleo, o escapar.
Solo en eso pensaba, cuando al prender el teléfono vio los cientos de mensajes en los grupos de la comunidad, y en el chat privado con el entrenador Carissi. Todos esperaban una explicación de lo ocurrido en la reunión que sostuvo con James. Lo mejor era hacerle frente a ese asunto cuanto antes, así que arrancó la carcacha de auto que tenía y se dirigió al campo de soccer para dar la cara.