Sofía y James estaban en distintos puntos de la ciudad, y sin saberlo, ambos se llevaban en sus mentes. Él, con la ansiedad que le causaba el saber, que pronto conocería todo lo que pudiese sobre la mujer que más amó y que más lo lastimó, mientras que ella solo pedía salir bien librada del compromiso que él le causó con la comunidad y, así no tener que verlo nunca más.
Cuando Sofi dejó a Abby en el campo de soccer, se fue a reunir con una de las vecinas, que tenía un buen amigo periodista. Con eso se aseguraba que, si su pasado no accedía a dejarla en paz, ella expondría su juego sucio e injusto ante el mundo. Ya no le importaba nada, solo alejarlo de su vida y librarse de él para siempre.
Con la esperanza de que mañana sería el último día que tendría que tratar directamente con él, se encaminó al campo de fútbol a buscar a su hija. Al llegar, la vio jugando con su balón, siendo observada por su joven niñera. Cuando la pequeña se percató de que su madre estaba allí, corrió hacia ella, luciendo feliz.
—¡Mami, volviste! —exclamó, emocionada, abrazándola por la cintura.
—Siempre volveré, princesa. ¿Cómo te fue?
La niña comenzó a narrarle sus proezas del día, mientras Sofi le hacía señas a la niñera, y emprendían el camino de regreso al auto, con una incansable y entusiasta Abby diciéndole que ese fin de semana tendrían un partido amistoso, previo a las finales.
—Mami —llamó, otra vez su atención, cuando ella guardaba las cosas en el maletero del auto—. El villano vino a las prácticas —eso la asustó, encendiendo sus alarmas—. Me vio patear el balón, me dio consejos y quería hablar contigo.
“Y quería hablar contigo”, quedó dando vueltas en su cabeza, haciendo que un susto se instalara en el medio de su pecho.
—¿Cómo pasó eso?, ¿por qué te acercas a desconocidos? ¿Dónde estabas tú, Vera? —enjuició, a la mujer a su lado, perdiendo un poco el control.
Se mostraba alterada, pero eso era producto de saberlo cerca. No era bueno que un Bennett lo estuviera.
—Lo siento, Sofi. Ella corrió hacia él, cuando la práctica terminó, y yo no me di cuenta de inmediato. Esperaba que estuviera con las otras niñas. —se disculpó, apenada, y Sofía asintió, viendo a su hija.
—No puedes acercarte a extraños y menos a ese hombre. ¿Está bien?
—Pero, mami, él no quiere ser más un villano. Nos quiere ayudar con el campo de fútbol.
—¿Cómo sabes eso?
—Él me lo dijo. Prometió que le buscaría una solución, y pidió hablar contigo, con mi mamá.
Escucharla decir eso, le creó una profunda angustia, mucho más grande de la que tenía. ¿Será que James ya sabía que Abby era su hija? Eso pensaba, mientras creía que era imposible, que no había forma de que lo supiera, porque él vio a Ròs, él cree que es de ella, ¿o no?
—¿Dijo mi nombre cuando te preguntó por mí? —quiso saber, agarrándola por los hombros, asustándola, y al comprenderlo la abrazó, disculpándose.
—¿Por qué te pones así, mami? ¿Tan malo es? —pasó su pequeña mano por su cara y ella la besó—. No te nombró, solo preguntó por mi mami.
Sofi respiró un poco y buscó calmarse. Se reprochaba el haberse puesto de esa forma delante de su hija. Así que buscó mostrarse más serena para darle una orden de forma clara.
—Abby, tú sabes que yo solo te cuido. Eres lo más importante para mí, por eso te pido que no te acerques de nuevo a ese hombre. ¿Lo entiendes, verdad? Dónde James Bennett esté, tú no estarás. ¡Promételo, Abby!
La niña, sin atreverse a cuestionar nada, se limitó a mover repetidas veces su cabeza, moviendo sus coletas en señal de afirmación. Nunca había visto así a su mamá y le dio miedo. No quería volver a verla enojada. Ahora entendía, un poco mejor, lo malo que era ese señor.
Por otra parte, el guapo empresario llegaba a su residencia en Edimburgo. Bajó rápido del auto y subió a su penthouse, donde esperó impaciente a que el detective llegara.
Quiso servirse un poco de licor ambarino, pero era demasiado pronto para hacerlo. Prefería estar en sus cinco sentidos, así que buscó hacer algo mientras esperaba, cuando su teléfono sonó. Su madre lo llamaba, mas no respondió. Decidió enviar nuevamente la llamada, al buzón de voz. No estaba para lidiar con ella y su estúpido reclamo por faltar al compromiso social, justo ahora.
No pasó mucho tiempo cuando el timbre se escuchó. Spencer estaba allí, frente a él, con un sobre de manila en la mano, el cual no dejaba de ver porque seguramente contenía todo lo que necesitaba saber de Sofía Cruz, su mayor tormento.
—Veo que cada vez te superas más. Has logrado estar frente a mí, en tiempo récord. —halagó, a su detective, invitándolo a sentar.
—Fue un caso bastante sencillo —explicó, agradecido—. La vida de la mujer es muy común, sin grandes misterios.
—Háblame de ello. —pidió, juntando las manos, para calmar esa extraña presión que oprimía su pecho.
—Con lo poco que me dio, pude encontrar varias cosas sobre ella. Utilicé la ayuda de mi socio en Londres y lo primero que puedo decirle es que la señorita Cruz, no renunció a su beca en Oxford.
—¿Cómo dices? ¿Por qué te fuiste hasta allá? —logró decir, un poco balbuceante, al ser algo que lo agarró desprevenido.