A James le fue muy difícil soportar las largas horas que transcurrieron hasta el amanecer del día de hoy, donde espera impaciente en su oficina, desde muy temprano que llegó.
Ayer, cuando el detective salió de su penthouse, tuvo que detenerse a pensar muy bien lo que haría para no actuar con impulsividad. Una con la que luchó, todas las veces que se echó para atrás, al querer ir a buscarla. Ya le era fácil ubicar a Sofi, tenía su dirección gracias a Spencer; podía encontrarla, presentarse en su casa y exigirle una explicación, pero la pequeña Abby lo detenía. No quería discutir con su madre frente a ella, lo mejor era esperar.
Por eso, prefirió calmarse y hacer presión de otra forma, ordenándole a su secretario que se pusiera en contacto con su ex y la citara para las ocho de la mañana, recordándole que el plazo ya había vencido.
Siendo esa una llamada que ella jamás esperó y que la puso en ascuas, descontrolándola, desde ese momento, hasta que amaneció.
—Debes intentar calmarte, tiemblas como una hoja de papel frente al viento. —aconsejaba Ròs, a su amiga, en el otro extremo de la ciudad.
—No puedo evitarlo. Él dio conmigo, averiguó mi número de teléfono, utilizó su poder y si quiere puede usarlo como y donde sea.
—Cancelado y transmutado. Eso no pasará. Ese idiota solo está ofendido porque lo has dejado esperando. —intentaba calmarla, aunque por dentro dudara de sus propias palabras.
—Espero que sea así, Ròs. Que después de hoy, no lo vea nunca más.
Luego de eso, al mirarse una última vez en el espejo, infundiéndose ánimos, salió a la sede de la constructora en Edimburgo. Al inicio pensó que no llegaría porque su auto tuvo problemas para arrancar y casi lo toma como una señal del destino, pero, finalmente, lo había conseguido. Estaba en el lugar donde fue citada, subiendo en el ascensor para encontrarse con el único hombre que era capaz de volverla un manojo de nervios porque lo odiaba con la misma intensidad con que el rencor y el amor, habitaban dentro de ella.
—Señor, me informan que, la señorita Cruz viene subiendo en el elevador. —indicó su secretario por el interfono.
—Hazla pasar, apenas salga del ascensor. Y asegúrate de que nadie nos interrumpa, ni siquiera Harrison. ¿Se entendió?
—Sí, señor, completamente.
James acomodó su corbata, la cual sentía que le asfixiaba, y se quedó allí, sentado en su lujosa silla de ejecutivo, viendo sin pestañear hacia la puerta, por donde ella entró, unos pocos minutos después.
Estaba tan hermosa como siempre, y él no pudo evitar imaginar, cómo se habría visto embarazada con su vientre abultado por gestar a Abby. No tenía dudas de que lució preciosa con su embarazo.
—Me mandaste a llamar. —fue lo único que logró decir, luego de toparse con esos ojos claros que la observaban fijamente.
—Teníamos un trato y pasaron más de cuarenta y ocho horas.
—Más que un trato fue una imposición con chantaje incluido. Además, quisiera saber cómo conseguiste mi número de teléfono. —él sonrió de lado, poniéndose de pie.
Ella sola le había dado entrada a lo que tanto tenía atorado en mitad de su garganta.
—Puedo conseguir lo que quiera cuando me lo propongo. —ahí estaba su innata arrogancia, y Sofi se controló para no blanquear los ojos.
—Sigues igual de vanidoso que, cuando te conocí. —respondió, sin tener idea de a lo que él, en realidad, se refería.
—¿Tú crees? Porque yo solo digo la verdad. Me es fácil obtener información, cuando algo me interesa.
La bella mujer tragó en seco y dio un paso hacia atrás, cuando vio que él se acercaba un poco más, con cada paso que daba.
—Estoy aquí por el campo de soccer de: Las Abejitas Azules, y de una vez te digo que no puedo acceder a tus caprichos. No tengo las herramientas para presentar una propuesta, y tú sabes que tu ofrecimiento no es justo. Así que, o te retractas y permites que las niñas se queden con su cancha, o le diré a la prensa lo sucio y bajo que juega la constructora Bennett.
Sofi soltó todo como una seguidilla al caletre, pero habló con aplomo, luciendo segura de sus palabras, aunque por dentro se sintiera como una suave gelatina. Mientras que, James, metía las manos en los bolsillos de su pantalón y alzaba su ceja, un poco asombrado por la amenaza de su ex.
Debía reconocer que eso no se lo esperó.
—¿Terminaste? —preguntó, sorprendiéndola.
—Sí. —respondió, dudosa, al no entender su actitud.
Él debió haberse enojado y haber accedido a su petición, mostrándose nervioso y ansioso por la amenaza que proclamó. Entonces, «¿qué pasó?», se preguntaba.
—Bien. Ahora es mi turno de hablar, y lo primero que debo preguntar es: ¿por qué te fuiste de Oxford? —él necesitaba entender muchas cosas.
Era necesario escuchar su versión, y si le hablaba de Abby de una vez, ella se cerraría y eso era lo que menos quería.
—¿Qué tiene que ver eso con lo que hoy nos atañe? —estaba descolocada.
Jamás esperó que James le preguntara sobre su pasado, y menos, sobre algo que, para ella, él conocía muy bien.