Emma.
No sé si estaba preparada para irme, no después de tanto tiempo estando aquí. Ya me había acostumbrado a la ajetreada vida en Nueva York. Pero sabía que era lo que tenía que hacer.
Esta ciudad fue mi refugio cuando mi mundo se vino abajo, cuando todo lo que amaba se derrumbó. Me da algo de nostalgia dejarla, pero… haría cualquier cosa por ella.
Bajo la mirada y la observo empacar sus peluches emocionada. Cuando le conté que nos mudaríamos, pensé que se iba a poner triste, pero no fue así. Estaba emocionada de ver a sus abuelos y a su tía.
Toma la pequeña jirafa que mi hermana le regaló y la alza para mostrármela.
—Mami, ¿podemos llevar a la señora Manchitas con nosotras? Ella se va a portar bien.
—Claro que sí, mi amor. —Le acaricio el cabello—. Ella viene con nosotras.
Respiro profundo.
No le he dicho toda la verdad. Le dije que solo vamos a vivir cerca de la familia, pero no le conté el verdadero motivo. Ni siquiera estoy segura de que podría entenderlo. Ni de si yo misma estoy preparada para enfrentarlo.
Volver a esa ciudad significa enfrentar el pasado que tanto quise dejar atrás. Significa aceptar el trabajo en la empresa de Damián, aunque todo en mí grite que no.
Pero no tengo opción: Olivia merece estabilidad, merece un futuro, merece algo mejor que esta lucha constante.
Sé que cuando él la vea… verá en sus ojos el reflejo de los suyos. Porque son iguales. Y no sé si eso me da más miedo por mí… o por ella.
El camino de regreso está lleno de silencio, interrumpido solo por la vocecita curiosa de Olivia.
—Mami, ¿y mi papá? ¿Él sabe que vamos a mudarnos?
Contengo el aire, intentando que mi voz no tiemble.
—Tu papá… está de viaje, cariño. Muy lejos.
Ella asiente, conforme por ahora. Pero sé que un día no bastarán esas palabras.
Cuando llegamos, la ciudad nos recibe con ese aire conocido, que huele a pasado y recuerdos.
En el aeropuerto nos esperan mis padres, que corren a abrazarnos. Olivia se cuelga del cuello de su abuelo entre risas.
Mi madre me mira a los ojos, como si supiera que algo me pesa más allá del cansancio.
—Bienvenida a casa, hija. —Dice con suavidad, apretándome entre sus brazos.
Nos acomodamos en el coche. Olivia, con la señora Manchitas en brazos, empieza a contarle a su abuela todo sobre Nueva York, sus amigos, su escuela, todo en voz cantarina, con ese brillo que me parte el corazón.
Sé que pronto empezarán más preguntas. Y sé que pronto tendré que enfrentar a Damián.
También sé que tendré que hablar con mi hermana sobre sus problemas, aunque ella insiste en fingir que está bien.
Pero por ahora, solo respiro. Por ahora, disfruto estos minutos de tranquilidad antes de que todo vuelva a empezar.
Olivia bosteza, se recuesta sobre mí y me susurra medio dormida:
—Mami… ¿crees que a la señora Manchitas le va a gustar nuestra nueva casa?
Sonrío y la beso en la frente.
—Estoy segura de que sí, mi amor. De que sí.
Regresar aquí nunca estuvo en mis planes. No después de todo lo que pasó… después de todo lo que me hicieron. No fue solo el miedo; fue la certeza de que me arrebatarían a Olivia antes siquiera de verla respirar. Y huí.
Lo dejé todo atrás: mis amigos, mi casa, mi hermana… y a él.
Volver duele más de lo que pensé. Porque esta ciudad no solo guarda recuerdos bonitos; también guarda fantasmas que aún me queman la piel.
Pero tenía que hacerlo. Porque aunque el miedo sigue ahí, aunque sé que es peligroso, Olivia merece más que lo que puedo darle sola.
Y porque después de tanto tiempo, aceptar ese trabajo en la empresa de Damián es mi única salida. La única manera de asegurarle un futuro… aunque me parta el alma saber quién será el dueño de cada uno de mis días.
Mientras Olivia duerme abrazada a la señora Manchitas, yo miro por la ventanilla del coche, viendo cómo la ciudad va despertando recuerdos que creía dormidos.
Siento un nudo en la garganta, uno que no me permite respirar del todo.
Lo he pensado mil veces: ¿cómo ocultar tanto? ¿Cómo seguir con esta mentira sin que me consuma?
No es fácil. Cada noche, cuando Olivia me pregunta por él, me desarma.
Cada vez que veo sus ojos tan iguales a los de Damián, recuerdo todo lo que perdí… y todo lo que juré proteger.
Pero estoy decidida.
No importa lo que me cueste, no importa el miedo que me carcoma por dentro: él no debe saberlo.
Porque si lo descubre… temo lo que pueda pasar.
Temo que me la arrebate, temo que mi hija se convierta en una pieza más de ese juego de poder del que yo misma huí.
Y no puedo permitirlo.
Por ella… por nosotras.
El coche se detiene frente al edificio.
Es un rascacielos moderno, de ventanales oscuros que reflejan el cielo de la ciudad. El portero abre la puerta con una sonrisa educada y mis padres bajan primero.
Tomo a Olivia en brazos, que despierta lentamente, frotándose los ojos.
Subimos en el ascensor hasta el piso más alto.
Las puertas se abren revelando nuestro nuevo hogar: un penthouse elegante, pero con detalles que lo hacen cálido.
El suelo es de madera clara, las paredes blancas y grandes ventanales que dejan entrar la luz de la ciudad como si fuera parte de la casa.
En la sala, un sofá amplio tapizado en terciopelo gris oscuro, cojines de distintos tonos burdeos y dorados.
Unas plantas enormes en las esquinas dan un toque vivo.
La cocina, moderna y abierta, brilla con sus superficies de mármol blanco y detalles en cobre que reflejan suavemente la luz.
Cierro los ojos un momento, respirando el olor a nuevo, a pintura fresca y muebles recién desempacados.
Es un lujo… pero no es frío. Tiene algo que lo hace sentir hogar.
Quizá porque desde que entré, supe que aquí intentaré construir algo distinto para Olivia.