El secreto que nos une

Capitulo 2

Emma.

Me miro en el espejo por segunda vez. La mujer que me devuelve la vista no es la misma de hace cinco años. Ya no soy esa Emma a la que manipularon, a la que le arrebataron todo lo que amaba. Ahora… soy otra. Más fuerte. Más firme. Y con una razón mucho más grande para luchar: mi hija.

‎—Estás lista, mami —pregunta Olivia desde la cama, abrazada a la señora Manchitas, su inseparable peluche.

‎Me giro y sonrío con ternura al verla tan pequeña y a la vez tan sabia en su inocencia. Me agacho frente a ella, acaricio su cabecita y beso su frente.

‎—Claro que sí, amor. Hoy empieza algo importante para nosotras.

‎Olivia asiente con la seguridad de quien cree firmemente que su madre puede con todo. Y no piensa equivocarse.

‎En la sala, Alice —mi hermana menor— ya está lista para quedarse con ella. Le doy las últimas instrucciones sobre la merienda, su libro de cuentos favoritos, y la rutina para la siesta. Me detengo antes de salir.

‎—Cualquier cosa, me llamas de inmediato.

‎—Ve tranquila, Em. Nosotras estaremos bien.

‎Respiro profundo antes de salir. El aire de la ciudad se siente más pesado que nunca. Subo al auto y no puedo evitar que las manos me tiemblen un poco. El chofer me observa por el espejo retrovisor, pero no dice nada. Sabe que es mejor no preguntar.

‎Todo el trayecto a la empresa siento un nudo en el estómago. Cada semáforo parece darme una oportunidad de bajarme, de escapar. Pero no lo hago. No puedo.

‎Campbell Holdings se alza imponente frente a mí. Un rascacielos moderno, de cristal azul y acero negro, reflejando el cielo como si quisiera dominarlo también. Es una de las empresas más poderosas a nivel internacional, con una red de negocios que va desde hoteles de lujo hasta automóviles de alta gama. Pero hoy no me intimida… o al menos eso intento creer.

‎Entro con paso firme, aunque el corazón me retumbe como un tambor. La recepcionista, una mujer joven y demasiado arreglada para un lunes, me sonríe con profesionalismo.

‎—La están esperando, señorita White. Puede subir a la sala ejecutiva del piso 24.

‎Asiento sin decir una palabra. El ascensor parece eterno, y mi reflejo en las paredes de metal me muestra una mujer seria, con tacones decididos, traje ajustado y una mirada que no acepta retrocesos.

‎Las puertas se abren con un ding. Camino por el pasillo de mármol pulido, cada paso retumbando con el eco de mis recuerdos. Al fondo, dos puertas de cristal esmerilado se abren automáticamente.

‎Y entonces, el silencio.

‎Una sala de juntas amplia, iluminada por ventanales que muestran la ciudad entera. En el centro, una enorme mesa de madera oscura rodeada de ejecutivos de alto nivel. En la cabecera, él.

‎Damián Campbell.

‎El aire se corta. Él alza la vista. Se queda congelado. Sus ojos se abren, y aunque no dice ni una palabra, lo veo todo. Reconocimiento. Confusión. Y algo más profundo: impacto.

‎Se pone de pie por reflejo. Todos lo siguen, pensando que es protocolo. Pero él solo me mira. Fijo. Como si el mundo hubiera dejado de girar.

‎El director creativo carraspea y rompe el silencio:

‎—Damas y caballeros… les presento a nuestra nueva publicista internacional. Ella será quien se encargue de reposicionar la imagen global de la marca junto al señor Campbell.

‎Damián aún no ha dicho una sola palabra.

‎Doy un paso al frente, clavando mis tacones en el suelo como si marcara territorio.

‎—Buenos días —digo, con voz firme—. Soy Emma White, publicista especializada en campañas estratégicas de alto impacto. A partir de hoy, estaré al frente de la división de imagen global.

‎La sala enmudece.

‎El padre de Damián, sentado dos puestos más allá, entrecierra los ojos. Él también me recuerda. Lo sé.

‎Damián sigue sin moverse. Solo su mandíbula delata su tensión. Yo no bajo la mirada.

‎Me siento justo frente a él.

‎Y así comienza todo otra vez.

‎El silencio se extiende un segundo más de la cuenta.

‎—Emma White —dice el director creativo, rompiendo la tensión sin darse cuenta—, es una de las publicistas más reconocidas del sector. Experta en reposicionamiento de marca y estrategia emocional. Tuvimos mucha suerte de conseguirla.

‎Algunos en la sala asienten, otros simplemente no saben dónde mirar.

‎—Estoy convencido —continúa, sin notar la incomodidad flotando— de que tú y Damián harán un dúo espectacular. Dos mentes brillantes, ¿qué puede salir mal?

‎Las palabras cuelgan en el aire como una broma cruel del destino.

‎Damián por fin habla, aunque su voz apenas le responde.

‎—¿Tú? —murmura, como si no pudiera creérselo.

‎—Yo —respondo sin vacilar, con una sonrisa tan medida como afilada.

‎La tensión es casi física. La respiración de la sala es contenida.

‎Y aunque todos intentan seguir la reunión como si fuera normal, nadie ignora la chispa en el aire. Nadie.

‎Yo ya no estoy aquí por él. Estoy aquí a pesar de él.

‎Y esta vez, no pienso desaparecer.

‎Me acomodo en mi asiento, saco mi libreta de apuntes y me giro hacia él con profesionalismo quirúrgico.

‎—Un placer, señor Campbell —digo como si lo viera por primera vez en mi vida—. Espero que podamos trabajar juntos sin inconvenientes.

‎Damián no parpadea. No sonríe. No respira.

‎Solo me mira, con esa mezcla de furia e incredulidad que no necesita palabras.

‎—¿Así va a ser? —dice en voz baja, para que solo yo lo escuche—. ¿Me vas a hablar como si fuéramos dos extraños?

‎Le dedico una mirada fría, impenetrable.

‎— No sé a qué se refiere, señor Campbell.

‎Él se ríe, pero no hay humor en su risa.

‎—Qué conveniente. Te vas como si nada… y ahora regresas fingiendo que nada existió.

‎Clavo la mirada en sus ojos verdes, los mismos que alguna vez me hicieron temblar.

‎—Exactamente eso, señor Campbell. Nada existió.

‎Su mandíbula se tensa. El resto de los ejecutivos empieza a mover papeles y revisar notas, incómodos por la electricidad entre nosotros. El director creativo, ajeno al terremoto emocional, sonríe.




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