Emma.
Hace 5 años..
No puedo dejar de mirar hacia atrás.
Cada paso que doy por este maldito aeropuerto se siente como una sentencia.Tengo el pasaporte sudado entre las manos, los dedos temblorosos.
La fila avanza, pero mi cabeza no.
Repaso cada palabra que dije. Cada error.
No debí abrir la boca.
No debí confiar.
No debí contarle nada.
La paranoia me recorre la espalda como un hielo que no se derrite. Lo veo en cada rostro.
En el guardia que chequea los documentos.
En la señora que empuja su maleta demasiado cerca.
Siento que todos saben.
Siento que me van a detener.
Entonces vibra el celular.
Un mensaje. Solo uno. Sin nombre.
"Crees que puedes huir. Pero te voy a encontrar. A ti… y a la cosa que llevas dentro."
El mundo se me hunde.
El ruido del aeropuerto desaparece. Solo escucho mi respiración, entrecortada.
Miro a mi alrededor, como si el remitente estuviera cerca, observando.
Mis piernas quieren correr.
Pero ya estoy huyendo. ¿Cuánto más se puede huir?
Presente..
Despierto de golpe.
El corazón me martilla en el pecho y la camiseta está empapada en sudor. Otra vez. Las malditas pesadillas regresaron.
No necesito mirar la hora para saber que es de madrugada. Todo está en silencio, pero ese silencio... se siente espeso. Casi culpable.
Quizás es por eso. Por estar aquí. Por haber vuelto al lugar donde todo comenzó.
Me llevo una mano al rostro, intentando calmar la respiración.
Cinco años y aún no puedo dormir tranquila. Cinco años y todavía siento que alguien va a entrar en cualquier momento a arrancarme la vida… o algo peor.
Cierro los ojos, obligándome a volver al presente. Ahora todo está bien.
El primer día en esta ciudad fue agotador, pero Olivia está feliz. Tan feliz, que hasta me hace sentir culpable.
Hoy me dijo que hizo un amigo en el parque y que quiere volver mañana para jugar con él. Lo dijo sonriendo, con esa carita manchada de helado, como si el mundo nunca hubiera sido cruel.
El aroma a café llena el aire, pero yo apenas lo noto. He dormido poco y mal. Después de la pesadilla, cerré los ojos apenas unos minutos antes de que sonara la alarma.
Ahora estoy de pie en la cocina, aún en pijama, con el cabello recogido a medias y los pies fríos sobre el suelo. Frío, como el nudo que no se ha soltado de mi estómago desde que desperté.
—¡Maaaamá! —la voz aguda de Olivia retumba desde el baño—. ¡No encuentro el cepillo! ¡Creo que lo escondiste!
—Está en el cajón de siempre, cielo. ¡Míralo bien!
Silencio. Luego pasos veloces y una cabecita despeinada aparece en la puerta de la cocina. Viene arrastrando su bata con dibujos de conejos.
—¿Me vas a peinar como princesa o como rockstar hoy?
—¿Tú qué prefieres? —le sonrío mientras bato los huevos en la sartén.
—Mmm… princesa con un poco de rockstar —dice, subiéndose a la silla con esfuerzo—. Mamá… ¿te puedo contar algo?
—Claro, mi amor —le respondo, mientras le sirvo el jugo.
—Ayer, cuando tú estabas trabajando y la tía Alice hablaba por teléfono… conocí a un señor elegante.
Mi cuerpo se tensa, pero intento mantener el tono suave.
—¿Ah, sí?
—Sí. Muy elegante. Tenía un traje bonito, olía rico… y se veía como los hombres de las películas.
—¿Y… qué pasó?
—Yo tenía hambre —dice, como si esa fuera la parte importante—, y le pedí un pastel. Y también chocolatico caliente. Me lo dio.
Trago saliva.
—¿Le pediste tú?
—¡Sí! Pero solo un pedacito, y él me dijo que claro, y me lo dio. Era de chocolate. ¡Estaba buenísimo! —ríe—. Pero es un secreto, mamá. No se lo digas a la tía Alice, ¿sí?
—¿Un secreto?
—Shhh —hace el gesto con el dedo en los labios—. Él fue muy amable.
La observo por unos segundos, mientras intento ordenar mis ideas.
—Está bien, princesa. Pero prométeme que no vuelves a aceptar comida de extraños. Ni aunque parezcan salidos de una película. ¿Me lo prometes?
—Mmm… solo si tú prometes que me vas a peinar como una princesa rockstar.
Sonrío, rindiéndome.
—Trato hecho —le digo, y me acerco para peinarla—. Pero ven acá, que esos rizos hoy están rebeldes.
Le beso la frente mientras mi mente sigue dando vueltas. Porque todo suena… demasiado casual.
Y sin embargo, no puedo dejar de sentir que no fue un encuentro cualquiera.
Mientras Olivia se va con su tía, le doy un beso en la frente y la veo subir al auto. Me obliga a sonreír con su manita agitando desde la ventana, tan ajena a todo lo que se avecina.
Cuando cierro la puerta, el peso del mundo vuelve a caer sobre mis hombros. Me visto rápido, con el estómago hecho un nudo. No es por la oficina, ni por Damián. Es por esa sensación que no se va. Como si el pasado estuviera más cerca de lo que creo.
Tomo mi bolso, reviso que esté todo en su lugar. Llaves, celular, credencial...
Pero entonces veo algo más.
Un sobre blanco. Sin remitente.
Sobre la mesa del recibidor.
No lo había notado antes.
Mis dedos tiemblan al tocarlo. El papel es grueso, caro. Formal.
Lo abro.
Una sola foto.
Tomada desde lejos.
Olivia, en el parque, comiendo helado.
Solita.
Doy un paso atrás. La sangre se me congela.
Y un post-it amarillo pegado en la esquina:
“Espero que tú primer día haya sido agradable, ya es hora de que me perdones Emma, hize lo mejor para ti."
Se me escapa el aire.
Se exactamente de quién se trata, podría reconocer esa caligrafía perfectamente.
La recepción de Campbell Holdings es impecable, como siempre. Mármol, vidrio, y ese silencio elegante que pesa más que el aire. Camino directo al ascensor, tragándome las ganas de vomitar. El sobre sigue en mi bolso, como si quemara desde dentro.