El secreto que nos une

Capítulo 7

Emma

El recuerdo de Damián y sus palabras punzantes seguía martillando en mi cabeza: “Algunos sabemos de primera mano lo que cuesta sobrevivir a ella…” Lo repetía una y otra vez mientras ayudaba a mi hija a acomodar su unicornio en la mochila. Su risa, ligera y contagiosa, llenaba el pequeño departamento, y por un instante, todo lo demás quedó en segundo plano

‎—¡No, mamá, así no! —protestó entre carcajadas, mientras intentaba meter a la fuerza a un unicornio de peluche dentro de su mochila escolar—. ¡Va sentado derechito, como un pasajero de avión!

‎Me incliné a ayudarla y terminé riendo también.

‎—Oliv, cariño, si lo metes así no te va a caber el cuaderno.

‎Ella me miró con los ojos muy abiertos, idénticos a los de su padre, aunque yo me empeñara en no pensar en eso.

‎—Entonces no llevo el cuaderno. El unicornio es más importante.

‎—Ajá… —suspiré, rindiéndome—. Si algún día te preguntan por qué no hiciste la tarea, voy a decir que fue culpa de un unicornio rebelde.

‎—¡Exacto! —respondió con una sonrisa que desarmaría a cualquiera.

‎Me quedé observándola un segundo, con ese calor dulce en el pecho. Mi hija era mi mundo entero, mi curita contra todas las cicatrices.

‎El timbre del departamento sonó de repente, interrumpiendo la paz. Olivia corrió hasta la puerta como un torbellino.

‎—¡Yo abro!

‎—Oliv, espera, primero pregunto quién es —alcancé a decir, aunque ya tenía la mano en la perilla.

‎—Tranquila, mamá —dijo, y al abrir se quedó congelada, con los ojos muy abiertos.

‎Yo también me tensé al ver quién estaba ahí. Liam.

‎Sonrisa ladeada, una carpeta en la mano y ese aire relajado de siempre.

‎—Hola, White —saludó, levantando la carpeta como si fuera un boleto de entrada—. Tu secretaria olvidó darme una dirección de entrega, así que tuve que convertirme en detective.

‎—¿Detective? —preguntó Olivia, fascinada.

‎Liam la miró y quedó paralizado, después con curiosidad, como si la hubiera descubierto en el lugar menos esperado. Olivia era la copia exacta de Damián, hasta un tonto lo notaría.

‎—Hola, pequeña —dijo él, agachándose para quedar a su altura—. Soy Liam. ¿Y tú eres…?

‎—Olivia —respondió, con esa naturalidad arrolladora suya—. Pero todos me dicen Oliv. ¿Tú eres amigo de mi mamá?

‎Liam la observó con más atención, tanto que tuve que intervenir.

‎—Es… un compañero de trabajo, Cariño.

‎Ella no pareció notar mi incomodidad.

‎—¿Quieres entrar? Estamos organizando la mochila. Aunque el unicornio no cabe, ¿quieres ayudarme?

‎Él soltó una risa suave.

‎—Claro. Soy experto en mochilas rebeldes.

‎Lo dejé entrar, aunque la tensión me punzaba el estómago. Mientras Olivia lo arrastraba hacia la sala con una confianza desarmante, yo cerré la puerta y respiré hondo.

‎—Listo, unicornio asegurado —anunció Liam al rato, sonriéndole cómo si no se hubiesen conocido hace cinco minutos.

‎—¡Te dije que sí cabía! —dijo ella, orgullosa.

‎Me crucé de brazos, fingiendo severidad.

‎—Eso fue trampa. Seguro usaron magia.

‎—Un poco de magia nunca viene mal, ¿no crees? —replicó Liam, sonriendo, aunque sus ojos se quedaron un instante fijos en los de Olivia.

‎Yo conocía esa mirada. Era la misma que había visto en él años atrás, cuando solía animar a Damián a invitarme a salir. Esa mezcla de cariño y entendimiento.

‎Olivia bostezó, cansada por tanta emoción.

‎—¿Mamita, puedo ver un ratito mis dibujos animados?

‎—Sí, cariño. Ve —le acaricié el cabello, y ella salió corriendo con el la señora manchitas bajo el brazo.

‎El silencio se instaló apenas quedamos solos. Liam apoyó la carpeta sobre la mesa y me miró en serio.

‎—Emma… —dijo, bajando la voz—. ¿Por qué nunca me dijiste?

‎Me quedé helada.

‎—¿Decirte qué?—fingí demencia.

‎—Que tenías una hija. —Sus ojos viajaron hacia el sofá, donde Olivia ya reía frente a la televisión—. Que tenías… esa hija.

‎No pude responder. Tragué saliva, luchando por mantenerme entera.

‎—No es lo que piensas —susurré al fin.

‎—Entonces dime qué es. —Su tono no tenía reproche, solo una calma extraña, como si no quisiera presionarme, pero tampoco mentirse a sí mismo.

‎Me pasé una mano por el cabello, buscando oxígeno.

‎—No puedo contártelo todo, no todavía. Pero… confía en que hice lo único que podía hacer.

‎Liam asintió despacio, sin apartar la mirada de mí.

‎—Siempre confié en ti, Emma. Aunque te fueras, aunque él… —se detuvo, sin terminar la frase—. Pero no me pidas que no vea lo obvio.

‎Sentí un nudo en la garganta.

‎—Liam, por favor…

‎— No es suya, no es lo que piensas.

‎El arqueó una ceja incrédulo.

‎— No soy tonto Emma, me vas a decir que no es su hija, mira sus ojos no los encuentras en ninguna parte, exepto en una persona.

‎Voltee a ver a mi hija, sabiendo que tenía razón.

‎Olivia tenía el cabello como el mío, era lo único, del resto se parecía mucho a Damián, en el físico, incluso en la actitud, era como si hubiera creado una mini copia de él.

‎—Emma… —Liam se inclinó un poco hacia adelante, con esa mezcla de incredulidad y preocupación que siempre lo hacía ver más humano que cualquiera

‎—. Si me dices que no es suyo… ¿entonces por qué no me contaste nada durante todos estos años?

‎Suspiré, bajando la mirada, temerosa de sus ojos que parecían leer hasta lo que yo no quería mostrar. Sabía que arriesgaba todo al decirle algo, que era el mejor amigo de Damián y que podía juzgarme, incluso alejarse. Pero también sabía que no podía seguir ocultando lo obvio; Liam merecía, al menos, entender un poco del porqué.

‎—No podía… Liam —dije, con la voz quebrada—. Hubo alguien, alguien que me obligó a desaparecer, que… que no podía dejar que nadie nos encontrará —tragué saliva, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se hacía más fuerte—. Por eso tengo que protegerla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.