El secreto que nos une

Capítulo 8

Emma.

‎El mensaje seguía brillando en la pantalla de mi celular como un cuchillo recién afilado:

‎"Si ella está viva, es porque todavía no me he cansado de jugar… la próxima vez no habrá escapatoria, maldita zorra."

‎Sentí que la sangre se me congelaba en las venas. Apagué el teléfono de golpe, como si eso pudiera borrar las palabras, pero el temblor en mis manos me delataba.

‎—Emma —murmuró Liam a mi lado, con los ojos fijos en mí—. ¿Qué fue eso?

‎No podía decirlo en voz alta, no allí, no con Olivia dando vueltas en los columpios. Sin embargo, mis labios susurraron una confesión mínima, apenas un soplo:

‎—Una amenaza.

‎Liam frunció el ceño, recorrió el lugar con la mirada como si esperara ver a alguien escondido entre los árboles.

‎—¿De quién?

‎—No lo sé —mentí, porque la verdad era aún peor: sí lo sabía, o al menos lo sospechaba. Y solo pensar en ese “alguien” me helaba los huesos.

‎Traté de recomponerme, de que Olivia no notara nada. Ella reía a carcajadas, sus trenzas volaban con cada impulso en el columpio. Esa inocencia era lo único que me mantenía en pie.

‎—Tenemos que irnos —le dije a Liam, guardando el celular en el bolsillo

‎—De acuerdo.

‎Me puse de pie y llamé a Olivia con un gesto, intentando sonar despreocupada.

‎—Oliv, cariño, es hora de volver.

‎Ella frunció el ceño en protesta, pero justo cuando corría hacia mí, su voz feliz cortó el aire:

‎—¡Mira! ¡Es el señor elegante!

‎Me quedé helada. Giré la cabeza lentamente, como si necesitara confirmar que mis peores temores estaban frente a mí. Y ahí estaba.

‎Damián.

‎Ya había escuchado ese sobrenombre antes, cuando Olivia me contó de aquel desconocido que le regaló un chocolate. Era él. Era Damián.

‎El pánico me recorrió de pies a cabeza.

‎¿Cuál era la posibilidad de que se encontraran?

‎Caminaba con paso firme, seguro, acompañado de una rubia despampanante que no soltaba su brazo y lo miraba como si fuera el único hombre sobre la tierra. Pero él no la miraba a ella. Sus ojos estaban clavados en mí… y en Olivia. Su expresión desconcertada me atravesó como un dardo.

‎El corazón me dio un vuelco. Esa punzada que no sentía hace años me perforó el pecho. Siempre supe que durante mi ausencia él habría seguido con su vida, quizá con alguien más, pero verlo allí, con esa mujer perfecta a su lado, me desgarró de un modo que no estaba preparada para enfrentar.

‎Liam se tensó a mi lado, como un escudo instintivo.

‎—Esta mala suerte no es normal. Vamos, las sacaré de aquí —dijo apretando mi mano.

‎La rubia nos alcanzó primero, sonriendo con falsa cordialidad.

‎—Liam, qué gusto encontrarte aquí —dijo, acercándose y dejando un beso en su mejilla.

‎—Es un parque normal, y nos vimos ayer. No actúes como loca —respondió él, rodando los ojos con hastío.

‎Ella sonrió falsamente.

‎—Tú siempre tan amable, querido. Y dime, ¿quién es esta que te acompaña hoy? ¿Tu nueva compañera de cama?

‎Me miró evaluándome de pies a cabeza antes de retroceder y aferrarse al brazo de Damián, que se había quedado atrás mirándome fijamente.

‎—No sabía que eras especialista en vidas ajenas, Sophia —intervino Liam con ironía.

‎Ella lo ignoró, aún enfocada en mí.

‎—Sophia Collins, un placer conocerte, querida. Hacen una linda pareja. ¿Cómo te llamas?

‎—Emma —respondí seca, intentando no mostrar la tormenta que me recorría por dentro.

‎Olivia, ajena al campo de batalla invisible que se había abierto, corrió hacia Damián con entusiasmo.

‎—¡Señor elegante! ¿Te acuerdas de mí?

‎Él bajó la vista, y por un instante se quedó petrificado.

‎—Sí… claro que me acuerdo, señorita parlachina —dijo al fin, la voz un poco más ronca de lo normal.

‎Sus ojos viajaron de Olivia a mí, y la pregunta se le dibujó en el rostro antes de salir en palabras:

‎—¿Viene contigo, Emma? —preguntó, analizando cada reacción mía.

‎Sentí que el aire me abandonaba. Un segundo más y mi secreto quedaría expuesto.

‎—Es… —balbuceé, buscando una mentira desesperada.

‎Pero Liam se adelantó con naturalidad, con la habilidad de un actor nato:

‎—Es hija de una amiga nuestra —respondió con calma, colocando una mano en el hombro de Olivia—. Emma la cuida a veces. Ya sabes, madres trabajadoras, agendas complicadas…

‎Mi hija lo miró confundida, pero no dijo nada, y por primera vez lo agradecí.

‎—¿Y desde cuándo ustedes son tan amigos? —preguntó Damián, alzando una ceja—. No sabía que tuvieran amigos en común.

‎Maldito entrometido.

‎—Pues estos cinco años separados solo reforzaron nuestra amistad —dijo Liam, intentando sostener la mentira.

‎¿Reforzar amistad? Era un mal mentiroso, Damián no se iba a creer semejante excusa.

‎Damián entrecerró los ojos, como si la explicación no le bastara. Su mirada se clavó en la niña, luego en mí, y su mandíbula se tensó con un gesto que reconocí demasiado bien: estaba procesando, atando cabos que no debía atar.

‎—¿Y desde cuándo tú y Liam comparten tardes en el parque? —preguntó de nuevo con un deje de ironía, mirando a su mejor amigo como si hubiera algo que se le escapaba.

‎Liam sonrió, aunque sus ojos ardían con un desafío sutil.

‎—Desde que Emma volvió, supongo. No veo nada de malo en recuperar amistades, ¿o sí?

‎Sophia se inclinó hacia Damián, molesta por la incomodidad evidente.

‎—Cariño, no tienes que pedir explicaciones —dijo con un tono meloso, casi posesivo, acariciándole el brazo.

‎Yo, mientras tanto, sentía que el piso se desmoronaba. Tenía que sacar a Olivia de ahí, antes de que un comentario inocente destrozara todo.

‎—Tenemos que irnos —dije con firmeza, tomando la mano de mi hija.

‎Damián dio un paso al frente, como si fuera a detenernos.

‎—Emma… —su voz me detuvo en seco, grave, cargada de algo más que simples celos—. No sé qué juego estás jugando, pero no me gusta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.