Emma.
Hace 5 años
La biblioteca está en silencio, solo interrumpido por el pasar de páginas y el teclear de algunos estudiantes, Damián sentado a mi lado, finge leer pero en realidad me lanza papelitos doblados como si fueran misiles de papel. Trato de mantener la vista en mi libro, aunque sé que sonrío antes de abrirlos.
En uno dibuja un gato con lentes, en otro escribe, “Deja de hacerte la estudiosa, sé que ya me estás mirando de reojo”.
Niego con la cabeza, pero mis mejillas me delatan.
De pronto, me arrebata el bolígrafo y escribe en mi cuaderno, con esa letra desordenada que tanto me molesta:
“Algún día vas a dejar que te distraiga en serio”.
Lo miro de reojo, con la intención de devolverle el bolígrafo, y él me sostiene la mirada con esa media sonrisa que parece conocer todos mis secretos. Y, aunque me esfuerzo por seguir subrayando, la verdad es que ya me distrajo desde hace rato.
*****
La voz de Olivia me arranca del recuerdo cuando saltamos los charcos del camino hacia el colegio. Lleva sus rizos despeinados y la mochila le cuelga hasta las rodillas. Habla emocionada de las acuarelas que van a usar en clase, y yo asiento, obligándome a volver al presente.
En la puerta, sin embargo, su entusiasmo se apaga. Se detiene, aprieta los labios y baja la voz.
—mami, te puedo contar un secreto.
Asiento, imaginado lo peor de inmediato.
— Mis compañeros se burlan porque no tengo papá—dice con la voz triste.
El golpe me llega al pecho tan fuerte que siento que me falta el aire. Me agacho a su altura, acaricio su cara y sonrío para que no note cómo me tiembla la voz.
—Tú tienes algo mucho más valioso, mi amor. Una mamá que te adora con todo su corazón.
Asiente despacito, pero sé que no le basta. Esa mirada inocente me exige una verdad que ya no puedo seguir escondiendo. La veo entrar al salón con pasos chiquitos y la mochila que parece pesarle más que nunca.
Camino de regreso con un nudo en la garganta. Cinco años inventando excusas, cinco años diciéndole que su papá está “en la luna” porque no supe ser una buena madre. La he escondido como si fuera un error, cuando es lo único bueno, lo más hermoso que me dejó la vida. ¿De qué sirve el silencio, si igual estamos en peligro? ¿De qué sirve la mentira, si cada noche me mira pidiéndome respuestas.
Respiro hondo y miro al cielo. No cometí un error al tener a Olivia. El error sería seguir negando quién es. Y esta vez lo tengo claro: no pienso esconderla más.
El auto me espera estacionado frente al colegio. Me seco las mejillas con la manga antes de subir. Hoy no puedo darme el lujo de llegar con los ojos hinchados: la agencia organizó una campaña en el parque central, y mi papel es clave. Soy la encargada de coordinar con el equipo creativo, con la prensa y con el maldito Liam, que a veces me saca de quicio con su desorden, pero que al final siempre salva las ideas.
************
Llego unos minutos tarde y ya todo está en movimiento: cámaras montadas, luces en posición, un equipo ajustando pancartas coloridas con el logo de la empresa. Respiro hondo, coloco mi credencial y activo el modo profesional.
Lo que no esperaba era verlo a él.
Damián está de pie junto al director creativo, revisando los ángulos de grabación como si le pertenecieran. Viste camisa blanca remangada, los brazos cruzados, la mirada fija en el monitor. Ese mismo gesto que conocía de memoria en la universidad… y que ahora me quema la piel con solo verlo.
La sesión en el parque avanza con normalidad, pero la normalidad muere apenas siento la mirada de Damián clavada en mí. Está cerca, demasiado cerca, supervisando los planos como si necesitara estar pegado a cada uno de mis movimientos.
—No sabía que ahora compartías tiempo con Liam —su voz llega baja, casi cortante mientras finge revisar la tablet del rodaje.
Trago saliva, intentando sonar casual.
—Es un viejo amigo , nada más.
Sus labios se curvan en esa media sonrisa que me irrita.
—Claro… “nada más”. Qué conveniente que tu “nada más” esté siempre tan pendiente de ti.
Lo fulmino con la mirada, pero por dentro sé que no miente, Liam no me deja sola, y no porque me vigile… sino porque sabe la verdad, sabe que hay alguien a quien no le caigo muy bien.
Antes de que pueda responder, Damián se inclina apenas, rozando mi espacio personal.
—Dime una cosa, Emma… —su tono se vuelve ácido, con un filo de celos— ¿qué es exactamente lo que Liam sabe y yo no?
El corazón me golpea en el pecho. Él no sabe la verdad, pero lo intuye. Y en ese instante me arrepiento de cada mirada cómplice con Liam, porque ahora parece justo lo que no es.
—Nada que te importe —respondo entre dientes, apartándome.
—Oh, me importa —susurra, clavándome la vista como si quisiera desarmarme por completo—. Y mucho más de lo que imaginas.
Al otro lado, Liam cruza los brazos, observando en silencio, como si entendiera que está justo en medio de un campo de batalla que no eligió.
Trato de ignorarlo y seguir con mi trabajo, pero mi concentración está hecha trizas. Cada vez que me muevo, siento el peso de la mirada de Damián siguiéndome, calculando, como si estuviera intentando leerme.
—No has cambiado nada —comenta de pronto, cuando paso junto a él cargando unas carpetas.
—¿Perdón? —pregunto, girándome con brusquedad.
Él se encoge de hombros, con esa maldita sonrisa burlona dibujada en los labios.
—Que sigues siendo la misma… te pones nerviosa con facilidad. Aunque admito que ahora eres más difícil de distraer.
El comentario me quema las mejillas, porque de inmediato recuerdo las veces que me robaba bolígrafos o me hacía dibujitos en la libreta para sacarme de concentración. Y, por un instante, sus palabras casi me arrancan una sonrisa. Casi me aparto, intentando recomponerme, pero él no se lo pierde.