Emma
No sé si estoy haciendo lo correcto, me lo he cuestionado durante 5 años, si estoy haciendo lo correcto al ocultarle este secreto a él, se cuando queria una familia, Pero también se porque lo estoy haciendo.
Hace 5 años
—No lo hagas, Damián—repetí por segunda vez
El sonrió con el bebé falso en la mano
— Vamos mi amor, no es de verdad—dijo el con una sonrisa
— Pero tenemos que cuidarlo, si no como aprenderemos—alce una ceja tratando de convencerlo de no lanzar el bebé por la ventana.
— Que me ofreces, preciosa—dijo pícaramente acercándose a mi
— ¿Amor?
Soltó una carcajada como si hubiera dicho el chiste más gracioso.
— Me haces sentir como payasa, Dam
Él se acercó con esa sonrisa que siempre me desarmaba, la que usaba cuando quería convencerme de algo, Damián sabía perfectamente cómo manipular mis nervios… y mis ganas.
—¿Qué me ofreces, preciosa? —repitió, inclinándose un poco más, con el maldito bebé falso colgando de su mano como si fuera un llavero inútil.
Rodé los ojos, aunque por dentro ya estaba cayendo en su juego.
—Te ofrezco… que no repruebes esta práctica —le dije, intentando sonar seria, pero él solo rió bajo, ese sonido que me vibraba en el pecho.
—Yo no voy a reprobar nada —murmuró, acercándose tanto que pude sentir su respiración en mi cuello—. Además… sabes que quiero aprender a hacer esto bien.
—¿A cuidar bebés falsos? —me burlé
Él negó despacio.
—A cuidar uno de verdad… algún día.
Mi corazón dio un salto estúpido, del tipo que solo él lograba provocarme. Me mordí el labio sin querer, y definitivamente lo notó porque sus ojos bajaron directo hacia mi boca.
—¿Ah, sí? —pregunté, tratando de sonar divertida y no completamente afectada.
—Sí —susurró, esta vez dejando el bebé falso sobre la mesa para tomar mi cintura—. Siempre he pensado que seríamos buenos padres… tú y yo.
Mis manos se tensaron en su pecho.
—Damián…
—No te asustes —dijo, besando la comisura de mi boca sin tocar mis labios—. No te estoy pidiendo nada ahora. Solo… —inhaló hondo, como si lo que iba a decir fuera demasiado sincero incluso para él— …solo me gusta imaginarlo.
Sonrió
—Una niña —añadió, con esa seguridad que me dejaba sin aire—. Siempre te he dicho que quiero una niña primero.
Reí nerviosa.
—Y ya tienes nombre, ¿no?
—Claro —respondió sin pensarlo, como si lo hubiera tenido claro siempre—. Olivia.
Le di un empujón suave.
—Estás loquito.
—Locamente enamorado, sí —me corrigió, atrayéndome más cerca—. Y dime, Emma… ¿no te gustaría? —sus dedos se deslizaron por mi cintura, como si ya estuviera imaginando esa vida.
Quise responder, lo juro. Pero tengo grabada en la piel la sensación exacta del momento en que bajó la cabeza y me besó la clavícula, lento… como si estuviera marcando un futuro para ambos.
Salgo del recuerdo con un nudo en la garganta.
Cinco años… y todavía duele
Duele porque sé que, tarde o temprano, él va a enterarse es inevitable, Cada vez estamos más cerca, más enfrentados, más expuestos.
Pero lo que me aterra no es Olivia.
Lo realmente oscuro… lo que jamás podría perdonarme si saliera a la luz… ese secreto es el que me mantiene despierta en la madrugada.
Respiro profundo antes de ayudar a Olivia a ponerse su pequeña chaqueta.
—Mami —me toma de la mano con su vocecita suave—, hoy todos van a traer a sus papás. Es el día de los retratos familiares.
Mi corazón se aprieta.
—Lo sé, amor. Pero tú puedes dibujar a quien tú quieras.
Olivia baja la mirada.
—A mí me gustaría tener un papá como los otros niños.
No lo dice llorando. Lo dice resignada, como si fuera una verdad que ha aprendido a aceptar. Y eso… eso me rompe más que cualquier grito.
— Papá no me quiere, mami?—pregunta con los ojitos aguados.
Esa simple pregunta me deja el corazón apretado.
— Mírame mi amor, papá si te quiere, ya sabes que trabaja mucho para darte esos regalos que tanto te gustan—alzo su mentón para que me mire.
Durante todos estos años, cada mes escribo una carta, compro regalos y se los doy a cuenta de su supuesto padre, creí que haciendo eso no iba a doler su ausencia, pero al parecer me equivoqué
—Mis amiguitos no me creen cuando digo que papá está en la luna—dice está vez con lágrimas corriendo por sus mejillas.
La abrazo fuerte, tragándome las lágrimas que me queman.
—Tú no estás sola —logro decirle—. Yo siempre voy a estar contigo, ¿sí? Siempre.
Ella asiente, pero su carita sigue triste cuando la dejo en la guardería.
Camino hasta el auto sintiendo una presión en el pecho, como si el peso de todo lo que oculto ya fuera demasiado.
Y aun así… tengo que trabajar.
Tengo que actuar normal.
Tengo que ir a su penthouse.
Porque Damián quiere “hablar de unas cosas pendientes”. Y yo soy su publicista personal. No tengo opción.
El elevador sube tan lento que casi puedo escuchar mis propios pensamientos gritándome que huya.
Cuando llego a su piso, trato de respirar hondo antes de tocar la puerta.
Uno.
Dos.
Tres golpes suaves.
La puerta se abre… y mi estómago se cae al piso.
Una mujer rubia me mira desde el marco. Lleva apenas una camisa larga que no llega a cubrir del todo, puedo ver su ropa interior, el cabello revuelto, la piel encendida como si…
Como si acabara de levantarse de la cama de alguien.
—Hola —dice con una sonrisa sobrada, acomodándose la camisa como si recién recordara que yo estaba ahí—. ¿Y tú quien eres?
Mi cerebro se queda en blanco.