—Creo que los mariscos me están dando alergia —Ivette dejo los tenedores que sólo segundos antes había tomado en mano, muy suavemente en la mesa.
—Todavía no lo han servido —En está ocasión el invitado también quería un poco de guerra.
—Entonces tú eres el que me causa alergia...
—Ivette...
—No no, Ivette nada —Su cara se mantuvo impasible ante la realidad de aquel momento —Esto es demasiado. Demasiado.
»¿Qué se supone que haga? ¿Que vaya y lo abrace? ¿Me postre a sus pies y le de las gracias por elegirme? ¿Qué se supone que haga, maldición?
—Cariño por favor —Geovanny intento mediar —. Al menos deberías darle una oportunidad.
—Las oportunidades se dan cuando nos conocemos y nosotros, ambas partes, están de acuerdo a darse una oportunidad. No esto.
Ivette sentía sus ojos húmedos y el corazón latiendo tan rápido que por unos segundos pensó en qué se le saldría del pecho.
—Esto es una oportunidades de las que no les pasa a todas. Es mejor disfrutar que pelear, cariño —Jean Carló estaba perdiendo los estribos. Lo que al principio le pareció una buena idea, ahora ya no estaba tan seguro —Él te puede dar la vida que te mereces.
—¿Y que vida es esa? —Una que otra lágrima solitaria resbalaba por su mejilla —¿Una de lujos?
—Si, tiene mucho dinero —Geovanny lo dijo con tanta ilusión en la voz que despertó alarmas en Ivette que jamás hubiera pensado.
—¿Y cuál fue mi precio?
Tal vez nunca lo dijo en serio y tal vez nunca pensó que esa pregunta realmente tendría respuesta. Irónicamente si la tuvo.
—Tres millones de euros.
Fue como si un cubo de agua fría le hubiera caído encima, la respiración le faltó, pronto empezó a ver miles de puntos negros en los ojos y por varios segundos pensó que se desmayaría, pero no. Tomo una bocanada de aire y sus pensamientos empezaron a despejarse.
—Tres millones de euros ¿Eso valgo para ustedes?
Sin duda alguna nunca más se sentiría más decepcionada que ese en su vida.
—Me prometió que te cuidaría y que nunca te faltaría nada.
—¡Oh por Dios! —Ivette lanzaba chispas por sus ojos mientras que su mente bullia sin control sobre su siguiente paso —Los presidentes también prometen sacar el pueblo de la pobreza sin embargo solo roban y hacen daño.
Se dejó caer en la silla a su lado y respiro profundo. Lo profundo que sus pulmones le permitieran, su cabeza dejo de procesar y solo por unos segundos se permitió sentir el dolor de la situación, lo que realmente significaba aquello. Y aún así no pudo justificar a sus padres. No pudo darle sentido a lo que acababan de hacer.
Sin duda nada podría justificar les, tampoco podía justificar a Alessio. Todos parecía una trama del siglo pasado, las decisiones concernientes a su futuro se la habían retirado de las manos sin siquiera avisarle.
Levantó la cabeza y cuadro los hombros miro las tres personas en la mesa y detuvo la mirada el tiempo suficiente en cada uno como para que sintieran el dolor que en esos momentos sentía ella.
—Recogere mis cosas y me iré contigo —Sus palabras fueron solo para Alessio quien la miraba y no se inmutó
Desde el primer momento en la que la hizo investigar supo que todo sería así. Presentía que ese intercambio “por su bien” le haría más daño del que sus padres pensaron.
Alessio la siguió mirando mientras subía las escaleras, su madre parecía estar indignada por no aceptar aquella propuesta con brazos abiertos , su padre murmuraba un sin números de palabras de arrepentimiento; pero no sé atrevía a hacer nada o a decirlo en voz alta.
Por otro lado, Ivette dejaba cada prenda muy necesaria caer dentro de una pequeña maleta de mano. Sólo se llevaría lo necesaria y se negaba a seguir sufriendo por esas personas a las que no le importo dejarla en manos de sabrá Dios quién solo por dinero.
Nunca podría perdornarlos.
Bajo las escaleras y fue directamente a la puerta.
—Ya podemos irnos —dijo desde la puerta.
Alessio, Giovanny y Jean Carló fueron a la par de ella. Jean Carló se adelantó a abrir la puerta, la vio pasar sin siquiera mirarlos y tal vez y solo tal vez entendió lo que meses antes, cuando casarla parecía un excelente plan, no había visto.
La habían vendido a un único postor sin poner peros, sin siquiera pensar un solo segundo en lo que le parecería a ella.
Tuvieron que pasar varios minutos antes de que al fin Ivette entrará a la limusina que esperaba a Alessio. Tuvo que quedarse afuera y respirar, doblarse sobre si misma y hacer que sus pulmones se abrieran y volvieran a funcionar. Lo hizo lejos de los ojos de sus no amados padres. El dolor le estaba retorciendo las entrañas y hacia que su cabeza quisiera explotar.
—No me siento bien —murmuro muy a su pesar.
No quería mostrarse débil, pero tanto dolor la estaba sobrepasando.
—Entra al coche —ordeno Alessio viendo aquello como treta de una niña mimada.
—No puedo moverme.
Ivette se preguntaba en qué momento se le había salido todo de las manos. Sus rodillas tocaron el suelo mientras que sus manos la sostenían lo poco que podía. Alessio la miro y por unos segundos pensó dejarla ahí, lo pensó hasta que la vio caer sobre sus rodillas y maldijo.
No tenía que ser médico para saber que su prometida estaba sufriendo un ataque de ansiedad de los peores. La levantó en sus brazos y la entro a la limusina, tomo hielo de alguna esquina, se quitó su camiseta y luego empezó a restregarle en la frente.
—¿Cuál es tu lugar favorito? —pregunto Alessio intentado distraerla.
Su respiración seguía irregular y él temía que se desmayaría.
—El mar.
—Entonces quiero que huelas el mar —Alessio inhaló y le mostró con hacerlo —y luego espantes los peces —exhalo.
Repitió unas veces más hasta enseñarle bien como hacerlo.
Ivette no podía creer que ese extraño —su prometido— le este intentado ayudarle con esa técnica de niños. Se resistió por unos breves momentos.