Abrir los ojos le causó un dolor intenso tras los párpados, ya sea por la luz que se reflejo de repente o por las lágrimas contenida y por lógica y orgullo, se negaba a dejar salir. Alessio la llevo en brazos hasta la casa.
Desde la carretera no se podía divisar la pequeña mansión, si quiera se podía pensar en que fuera una mansión ni que en ella pudiera vivir un ser millonario e imponente sobre sus condescendientes. Grandes portones aseguraban el lugar, con un gran jardín que permitía neutralizar todo enemigo antes de que llegará a la casa.
Está poseía dos plantas, pintada en un suave color crema, dos grandes barrotes que parecían sostener todo el peso de la casa y una pequeña estatua de un pastor alemán en la esquina derecha con un pequeño letrero que relataba «Dana» en cursiva, las puertas de *microlattice revestidas de caoba pura. Por dentro estaba ubicada sistemáticamente para proteger y matar antes de ser encontrados.
Una pequeña sala de té se encontraba a la derecha seguido por una sala de entrenamiento un poco más atrás, el despecho es el tercer lugar a la vista; a la izquierda traerá, sin estar a la vista, están las escaleras. Alessio se guío sistemáticamente sin tropezar con nada, él la había diseñado.
Ivette no se movió en sus brazos mientras subía las escaleras ni cuando la depósito suavemente sobre la cama. Debía de admitir que la estaba tratando muy bien, no la estaba juzgando y muy al contrario la estaba consolando a su manera.
—¿Quieres un doctor? —Alessio estaba al lado de su cama sin saber que hacer. Interiormente estaba en una encrucijada y ella no parecía querer ayudar en nada —Te estoy hablando Ivette.
Se estaba empezando a enojar, no le gustaba que le ignoraran. Estaba acostumbrado a dar ordenes y ser obedecido de inmediato, eso era lo ideal y perfecto en su vida.
—No —Ivette respondió a regañadientes, sin querer ceder nada ante él.
Ninguno se movió, ella no lo sentía y él vio cada respiración, cada lágrima, por unos leves segundo sintió pena por ella y rabia por los padres que se le habían entregado en bandeja de plata; confiando ciegamente en el favor del dinero y la influencia.
Se sentó en el pequeño mueble de la habitación y la miro, «Es hermosa» pensó dentro de si, su pelo es rizado y rebelde, su piel blanca, largas piernas y ya sabía que no era delgada al estilo de las demás. Poseía curvas y eso le gustaba más de lo que podía admitir para los demás. Abrazarla tenía que ser una de esas experiencias geniales, intuyo. Ella abrió los ojos y miro el techo.
Movió las manos y las llevo a su cabeza, masajeo sus sienes, intento relajarse poner todo en perspectiva.
—¿Estás mejor? —Él la saco de sus pensamientos.
—Sí —pensó en no responderle, pero que sentido tendría.
En menos de lo que pudo reaccionar, Alessio se levantó del sillón y fue a la cama, se recostó al otro lado y la miro fijamente.
—¿Vas a luchar? —Le pregunto sin ser consiente de lo que preguntaba.
—Si tengo que hacerlo, sí.
Una sonrisa surgió del rostro masculino.
—¿Y cuando tendrás que hacerlo?
Estaban manteniendo una conversación civilizada, estaba a punto de aceptar que hasta cierto punto le estaba cayendo bien.
—Cuando tenga que hacerlo. —No había más explicaciones para eso, el instinto le avisaría.
—Hace dos días te vi y me viste, ¿Te acuerdas de mí?
Ivette miro el techo, se concentro lo suficiente y diviso su rostro en la bruma de los recuerdos. Estaban en esa cafetería, ella no había querido ir, pero su madre había insistido en ello hasta que logro arrastrarla con ella. Se había pasado el tiempo pensando en todo menos en lo que de había. Recordaba perfectamente haber chocado con su mirada y por unos minutos haberla sostenido, se había sonrosado y apartado la mirada. Sí, lo recordaba, recordaba sus ojos y su mirada espectacular.
—¿Qué hacías ahí? —Tenía una leve sospecha, pero quería la confirmación.
—Te miraba —La sinceridad siempre hacia todo más fácil —. Es fácil hacerlo, tienes ese tipo de imagen en el que se puede pasar desapercibido al principio, pero luego atrapa cuando ya se te ha visto.
—Una belleza rara —Su padre siempre había usado esa simple oración para describirla.
—¿Rara? no, mmm, más bien suntuosa. —Alessio la miraba atentamente, deslizando su vista por cada lado de su rostro intentado descifrar que le atraía tanto de ella.
—Una manera diferente de ver las cosas —Ivette giro la cara y lo miro, admitió para si misma, que el era bastante atractivo también y por una misteriosa razón la hacia sentir segura en aquel momento.
—¿Estás bien? —pregunto de nuevo Alessio, quería asegurarse, sospechaba que ella no era la que se enfermaba con regularidad.
—Si, ya pasó. —Ella tenso la mandíbula y no retiro la mirada.
La rabia apaciguada empezaba a brotar nuevamente.
—No soy tú enemigo...
—... Tampoco mi amigo
—Puedo serlo.
—¿Qué puedes ser?
—Tu amigo, tú enemigo, lo que decidas.
—¿Qué estás dispuesto a dar? —A Ivette empezaba a extrañarle tanta bondad
—No tientes tu suerte, Ivette —Las palabras fueron pronunciadas con mucho cuidado —¿Quieres cenar?
Tenía 34 años y había perfeccionado toda técnica de manipulación, sabía conseguir lo que quería, pero en cuanto empezaba a tratarse de ella. Alessio quería hacerlo a la antigua, consiguiendo solo lo que ella quisiera darle en cada debido tiempo. La miro atentamente y sonrió de lado. Ella seguía mirándolo, no desviaba la mirada y no le importaba enfrentarse a él. Eso le gustaba sobre todo lo demás. Sospechaba que sabía luchar y que lo haría las veces que fueran necesario.
—Creo que sí —También sabía rendirse y eso, eso le hirvió las venas y se determinó a ganársela, como ella quisiera. Cedería, la enamoraría, se ganaría su confianza y entonces se casarían.