—Joder —Ivette dejo escapar la pequeña exclamación segundos antes de moverse. Le dolían ciertos músculos que nunca antes le habían dolido. Movió las piernas y estiro los brazos, choco con un gran cuerpo al lado de ella y giro completamente.
Alessio estaba dormido aún, esa noche había dormido más tranquilo que en muchos meses, justo desde que se había trazado la meta de que quería a esa chica de pelo castaño y ojos grandes. Y en lo que de su parte refería, había valido cada maldito segundo. En cuanto a Ivette a ella le gustaba mirarlo, recostó su cara de su brazo y lo miro detenidamente mientras él estaba relajado, si, le estaba empezando a gustar muchísimo y como no quería detener ese gusto hacia él que la estaba recorriendo poco a poco, ni siquiera pensó en ello. No todos los pecados son malos, y por si acaso, por uno que otro vale la pena ir al infierno los milenios que sean necesarios.
Ivette trepó un poco en la cama, hasta el brazo izquierdo de él y se recostó, luego paso su brazo por la cintura quedándose ahí, respiro profundo y muy en el fondo sentía que eso en algún momento se acabaría, así que se había trazado la meta de disfrutar todo lo que él quisiera darle, lo tomaría con las dos manos. Alessio sintió los movimientos de ella, por unos leves segundos temió que le fuera a hacer daño, él tenía mas fuerza y ella no lograría nada, sin embargo se quedo a expensas y la dejo hacer. Una sensación de puro bienestar le recorrió el cuerpo, fue una sensación que había experimentado pocas veces en su vida y estaba muy seguro que podía acostumbrarse. Si, ella a su lado se sentía como si ese fuera su lugar en el mundo.
—¿Que vamos a hacer hoy? —susurro Alessio envolviéndola totalmente en su cuerpo —podemos dar una pequeña vuelta por ahí, ir a comer a Paris, o quedarnos en casa.
—¿Paris? —El anhelo en su voz fue un elixir para los sentidos de él —Hace tres años estuve allá con una amiga —Ivette omitió que es a la única persona que había llamado mejor amiga.
—¿Cómo se llama? —Alessio estaba interesado en todo lo de ella.
—Edna —Ivette giro la cara unos centímetros y deslizó la punta de la nariz por el cuello de él —Nos conocimos por casualidad. Fue unos de esos sucesos súper raros en que sientes que el destino te estaba ayudando. Fue muy raro.
Alessio podía casi entender lo que estaba describiendo, solo que él sí tuvo algo que ver con su destino. Ivette seguía acariciando su cuello con la punta de la nariz, cambio de instrumento y empezó a depositar suaves besos.
—Hueles a flor de Cerezo —Ella se estaba extasiando de él, las relaciones entre hombres y mujeres nunca le habían llamado tanto la atención como en ese momento.
—Tu también —La exitacion le empezaba a opacar la voz.
—¿Se te antoja un mañanero?
—¿Solo uno?
Una carcajada se perdió entre sus bocas. Había una sutil mezcla de desasosiego, furor y sensualidad. Ivette tenía muchas ganas de hacer de todo lo que había escuchado y soñado que se podía hacer con un hombre. Por mutuo acuerdo Ivette quedó abajo, la postura del misionero eran la más vieja del mundo, pero en ese momento fue la ideal. Se besaron sin piedad , no tuvieron que tocar nada más, estaban ansiosos uno del otro; Ella enredo su mano derecha en su pelo y su mano izquierda en su espalda, él sujeto su trasero. Enredó los muslos de ella en los de él, deslizó las manos más atrás hasta casi levantarla y se introdujo poco a poco en ella.
La luz que entraba por la ventana era suficiente para permitirle ver sus facciones, sus ojos dilatados, sus labios abiertos, sus pelos revueltos. Sus manos envueltos en él. Empezaron a moverse, sincronizaron sus movimientos, se miraban y sonreían. Posiblemente eran locos. No había amor involucrado pero si deseo, mucho deseo y pasión.
Jadearon y hasta gritaron, finalmente él cayó sobre ella, ninguno hablo durante algún tiempo. Ella le acariciaba la espalda y ahora él besaba el cuello de ella. También olía a flor de Cerezo, ya estaba acostumbrada a ella y se pregunto a quien saldrían sus hijos o cuántos hijos tendrían. Eso no importaba, nada importaba.
Las circunstancias no existían en sus mundo y la suerte era muy traicionera.
―Recuerden no separarse.
Murmullos y oraciones gritadas en todos los idiomas se escuchaban en las aceras de París, turistas y paisanos, adorando lo hermoso que tenían. Maravillados de que otros también pudieran ver lo que tenían. Así que no había mucho que objetar.
Entre todo ese tumulto de gente blanca, negra y amarilla, diferentes edades y nacionalidades, versados en lo básico de la vida o los que iban mas allá para darle un giro poderoso a su vida estaban ellas dos. Nacidas y criadas en lugares del mundo muy distintas, oportunidades distintas, lenguas maternas distintas y sobre todo sueños muy parecidos.
La una soñaba con ser libre mientras que la otra soñaba con darle un sentido real a la palabra libertad.
—Háganse a un lado, maldición —Chillo apartando a todos de su medio, quería tomar una foto con ella de por medio de la Torre Eiffel o si no nadie le creería. —¿Me puedes tomar una foto?
Cedió su móvil a la chica con rizos algo parecido a ella, si fuera mas morena, claro.
—He hecho lo que he podido —La otra chica devolvió el celular a su dueña —. Tienes unos rizos bonitos.
—Tu igual —Tendió la mano —, Soy Edna.
La encargada del paseo turísticos las interrumpió, se vieron arrasadas por el tumulto hasta el bus de turistas. Edna miraba la foto que recientemente le habían tomado y pulso el botón de enviar. Tenía evidencia de que estaba en París, la foto y la torre Eiffel lo habían demostrado. Haber ganado ese concurso de radio es lo mejor que le había pasado en toda su larga vida y pensaba aprovechar cada segundo.
—Soy Ivette —La chica que le había tomado la foto se dejo caer en el asiento al lado de ella —, están todos los asientos llenos.