Recostó la cabeza en el hombro de él y tiro el pelo lejos de su boca, las últimas cuarenta y ocho horas habían sido toda una locura. Habían organizado su boda, la luna de miel y habían tenido sexo en el despacho —Inesperado, pero bien recibido —. Había dicho Alessio mientras la abrazaba segundos después, Ivette le había asentido sin hablar y con mucho sueño.
—Creo que le diré a Edna en la próxima carta que me mande las cartas a la casa —. Ivette alejo su cabeza del hombro de él y lo miró para ver su reacción. No había nadie más que ellos dos en la parte trasera de la limusina.
—Me parece bien —Alessio se encogió de hombros —, ¿Puedo preguntar sobre las cartas y la escasez de tecnología en su relación?
—Es muy sencillo, la verdad —Ella sonrió para si, se acomodo mejor en su lado del asiento —. Mi vida siempre ha sido peligrosa, aprendí muy chiquita que a las personas que de verdad te importan la alejas del peligro y yo soy ese peligro.
—¿Por qué eres un peligro?
—Porque sí, nunca he sabido en lo que andaban mis padres. Sin embargo estaba segura que no era nada bueno. —Movio la mano y le enseño una pequeña fisura en la muñeca derecha —. Soy listón negro en Karate, y artes marciales mixtas, tengo un vasto conocimiento en armas casi de todo tipo y puedo hablar inglés, español y chino, aparte de italiano por supuesto. Mientras mis amigas iban de pijamada yo tenía que estudiar para algún examen de idiomas o alguna actividad deportiva.
»Eso no es normal para nadie y las personas que conozco seguro que no tienen esa preparación endemoniada.
—Vaya, como para hacerte enojar. —Alessio estaba tratando de quitarle algo de peso a la seriedad que se estaba posando en ella. Entendía como se sentía, básicamente había pasado lo mismo, solo que él cambió el inglés por el francés y el chino por el árabe, era experto en armas cortas y artes marciales mixtas.
—Supongo que ahora agradezco saber todo eso y lo malo es que no puedo regresar el tiempo —Se entristeció unos segundos y luego sonrió —. Trato de mantener a salvó todo lo que de verdad quiero.
»Edna y yo empezamos mandarnos cartas, son más difíciles de rastrear y da un margen de tiempo para escapar.
—¿Un margen de tiempo para qué?
—Para la señal —Se debatió en si contarle o no —. Prométeme que no sé lo contarás a nadie nunca de los nuncares —Extendió la mano y saco su dedo meñique y Alessio hizo lo mismo —. Bien. —Se convenció a si misma que hacía lo correcto.
»Desde el principio tenemos una clave; es una carta con un CD que solo tiene una canción, y la canción es la señal de que algo va mal. Y luego de esa canción tenemos otra señal que definiría la gravedad de la misma.
—¿Y la puedo saber? —Alessio estaba intrigado por aquel sistema de alarma.
—Si me voy al infierno, me voy con el cuerpo entero —Ivette levanto el vestido blanco hasta enseñar su tobillo derecho ajustado con una tobillera con un pequeño dije representando el árbol de la vida —. Este es el árbol de la vida y ella tiene uno muy parecido a este pero el dije de dentro en su avión.
—¿Y qué representan?
—Para ella el viaje y las experiencias; y para mí la vida, lo que aprendo o sufro en ella. Y cuando nos unimos lo somos todos.
—Tienen un buen sistema, pero aún hay un punto que no entiendo —Halo a Ivette de la mano y la recostó contra él —¿Cómo sabes que llegarán los dijes?
—No lo sé y sinceramente es una parte de mi vida que no me gustaría saber.
Se recostó en la cabecera del asiento, cerró los ojos y se dejó guiar por la respiración de él. Dejarse llevar por Alessio era más fácil que oponerse. Hace tres meses su vida era todo un torbellino y aún lo era, pero era más fácil de llevar si estaba acompañada; Estaba siendo muy egoísta y se reprochaba de vez en cuando no llamar nunca a sus padres, luego se le pasaba cuando recordaba la realidad de todo lo que pasaba y de como estaba involucrada en una vida de misterio.
Alessio salía todos los días de nueve a cinco, al parecer tenía un trabajo de oficina o solo eran sus imaginaciones. Si, seguro que sí. Sin embargo estaba el otro punto de riesgo de que llevarán guardaespaldas y pistolas, ella misma llevaba una en la cinturilla de su de corset, debajo de toda aquella tela de un vestido de bodas escogido por una página de internet hacía cinco días. La boda era una tan normal y tan rápida que le gustó. No lo pensó, solo lo hizo y ahí estaban, casadas y cansados.
—Tenemos de hablar de unos cuantos asuntos Ivette —Alessio tomo su mano mientras bajaban del coche de matrimonio —. Primero nos cambiamos y luego hablamos.
—Vaya por Dios —Se dejo cargar en brazos hasta pasar la puerta.
¿Había alguna pareja normal en la tierra?
No tenía idea y no estaba preocupada por eso en ese momento. Se desvistieron en silencio, él ayudo a bajar su cremallera y beso su cuello; sonrió al ver su corset y paso una bata sobre sus hombros. Tenía tantas cosas que decirle, su subconsciente le atiborraba a preguntas, por ejemplo, de porque no lo hablo antes de consumar el matrimonio, darle la salida; una salida real como la que le había dicho que podría tener en el principio.
—¿Qué tan malo es lo que vamos a hablar? —Ivette se apretujo a su brazo mientras caminaban al balcón superior.
—No sé cómo te lo vas a tomar. Así que no sé que tan malo será.
Habían vasos, limonada y un plato de picaderas para dos. En sus dedos anulares habían dos sortijas solitarias y bonitas que en el pasado pertenecieron a los abuelos de Ivette. Alessio las había conseguido cinco años antes en una subasta y explicarle el porqué los tenía fue aún más largo que lo pensado.
—Bien Ivette —Alessio cerro sus emociones, sus hombros se tensaron, su voz se profundizó y sus ojos adoptaron un brillo peligroso —. Oficialmente eres bienvenida al Clan Ricci.
»Actualmente traficamos todas las armas de fuego largas y cortas; si pasan de América a Europa y Asía yo lo sé, también controlamos la mitad de todo el tráfico de drogas desde España a Suecia, teniendo en cuenta las demás familias y sus respectivos territorios. Todo lo que se mueve en esta mitad del mundo lo sabemos, también sabemos cómo deshacernos de las personas que no nos sirven, y por supuesto, también los que nos traicionan. —Se echo delante y se sirvió de la limonada, añoraba un buen trago de coñac o cualquier licor fuerte que le quitará la sensación de amargura de en medio del estómago.