—¿Y si no hubiera sido yo? —Alessio la sostenía por los hombros mientras estaban parados frente al balcón. Cada día se podía ver un deslumbrantes atardecer desde ese balcón, le quedaba detrás de la casa, él siempre llegaba a esa hora. Lo hacía por ella, para abrazarla, rozar la nariz con su pelo, susurrarle en el oído y llevarla a la cama luego.
—¿Si no hubieras sido qué? —Ivette no apartó la miarda del frente pero movió la mano hasta la de él. Era él segundo día después de la boda y siendo sincera con ella misma, se sentía como una mujer casada.
—Si no te hubiera comprado yo, ¿Lo has pensado?
—No —En ese momento si lo miro, no era la pregunta más romántica para ese momento —. Porqué pensar en lo peor cuando tengo lo mejor —. Hizo una muesca con la cara.
—¿Lo mejor? —Alessio se extasiaba de solo escucharla decir aquellas cosas. Los tres meses anteriores los había disfrutado pero también sentía miedo. A veces soñaba con el día que volviera a cada y ya no estuviera.
No se sentía enamorado, era mucho más que eso. Había confianza, respeto, dulzura y atención, todas esas cosas para él era mucho mejor que el amor. Las personas que amaban el dinero se hacían matar por conseguirlo, los que le tenían respeto lo multiplicaban.
—Si, pero no te ilusiones encanto, todo puede cambiar.
Camino despacio por debajo de la escalera de metal y la recorrió entera antes de empezar a subirla, cada paso que daba la devolvía en el tiempo; un año, ese era el tiempo que había pasado y las condiciones eran muy diferentes. En ese entonces no le fue posible defenderse y ahora ya podía hacer lo que quisiera, todo lo que quisiera se recordó en silencio. La puerta estaba cerrada con llave y de dentro provenían gritos ahogados. Pateo la mugrosa puerta tres veces y espero unos segundos antes de volver a hacerlo. Si no se equivocaba, y sabía que no lo hacía, estarían intentado violar a algunas de las chicas del prostibulo. Un escalofrío le recorrió brevemente mientras recordaba que casi caia ahí, agradeció al cielo que no haya pasado. No tenía nada que reprocharle a las chicas de esa profesión, cada quien debía de hacer con su cuerpo lo que mejor le pareciera.
Tres sonidos y la puerta se abrió, detrás de asomo un gardullon de metro noventa, grandes músculos y mala cara.
—¿Interrumpo algo? —Ivette puso su mejor cara de inocencia. ¿Inocencia?, pensó, ¿Me quedará algo?
—Si, largo —El grandullón de la puerta lo dijo con su mejor tono de bravucón. Ivette sonrió sin miedo.
—No Jon, él único que se va eres tú —Dio un paso atrás y espero cinco segundos antes de volver a hablar —. O sales o te saco...
No le interesaba Jon para nada, así que dejarlo ir era mejor y menos trabajo para ella.
—Hablaré con el jefe —musitaba Jon antes de salir y bajar por las escaleras.
—Mandale saludos de mi parte y un beso, tal vez se lo debas de dar con esa boquita tan sensual que tienes...
Cerró la puerta mientras su voz se perdía en el silencio que quedó luego. El pequeño cuartito era un autentico cuchitril, paredes y techo negro, el suelo parecía estar lleno de lodo. Un tanto extraño si se tomaba en cuenta de que quedaba en un segundo piso; espero que la vista se adaptará a la leve oscuridad. Su objetivo estaba en el fondo, no siquiera se había molestado en apartarse cuando oyó que la puerta se cerraba. Una chica sentada en una chica que sabía con certeza era de hierro era manoseada por el sujeto de su búsqueda. Era el último de la lista y quién tenía toda la información que necesitaba.
—Nunca has sabido tocar a una mujer —Ivette tenía ganas de provocarle y tal vez que quisiera atacarla —, ¿Por qué sigues insistiendo?
Sus manos se contrajeron y se puso derecho. Sabía con la certeza de que el sol sale todos los días, que su día había llegado.
—¿Qué quieres? —Varios días antes se había propagado el rumor de qué Ivette quería venganza sobre quién la había secuestrado. No entendía con exactitud lo que eso significaba, cumplía órdenes.
—Tu cabeza bajo mi pie —Ivette se fue acercando a dónde estaba él y una chica, está tenía las manos amarradas para atrás y verle la cara por primera vez y darse cuenta de que era nueva. Esos cerdos convertían el abuso en iniciación. Rodeo la silla y soltó el nudo de sus manos, se quitó la chaqueta y se la puso en los hombros luego de ponerla de pie, le susurró un vete al oído, espero hasta que estuvo fuera y el sonido de la puerta cerrárse antes de volver a mirarlo. Se sentó en la silla y le sonrió —¿Quieres intentarlo conmigo? Recuerdo que intentaron hacer lo mismo.
—No lo tomes personal, Ivette, le hacemos lo mismo a todas.
—No lo tomo personal. —Saco una pistola de su tobillo y le disparó en la pierna —. Esto si lo puedes tomar personal. —Se acercó a la puerta y la cerró desde dentro, uno de los días que más había esperado al fin había llegado.
Estaba sentada en el capo del coche con un helado sabor dulce de leche en la mano, respiró profundo y se trató de quitar la excitación que le recorría todo el cuerpo. Al fin sabía cómo la habían secuestrado, cómo la habían podido sacar de aquella fortaleza, una inquietud pronta también se coló por su alegría ¿Qué pasaría ahora?
¿Estaba pensando escapar? No, no eso pondría en peligro más de una vida y dañaría por completo su plan.
—¿Qué haces? —Dominic estaba a su lado.
—Viajando por el mundo —. Le disgustaba hablar con él, Dominico seguía hablando de ellos como si fueran hermanos, pero no, jamás sería hermano de un ser tan despreciable.
—En una de esas tardes en las que no quedamos en casa —Dominic miraba hacia delante, en sus ojos había un destello soñador —, Edna quiso ver esa película donde hay un tetrapléjico que se enamora de esa chica muy alegre —Ivette sabía de cual hablaba, ella la había visto porque Edna se la había recomendado —, se paso el resto de la tarde llorando. Se acurrucó contra mi cuello y decía: «El amor no puede doler tanto Domi, no debería doler tanto».