Se recostó del poste, cruzo las piernas y no se sorprendió cuando llegó el automóvil por ella, no tenía ni la más mínima gana de volver con ellos, pero no tenía otra opción. Sólo Dios sabía los locos que están los Cesare y los daños que podían causar por puro amor al arte.
Recogió su mochila del suelo y se acercó al coche, dentro solo estaba el chófer.
—¿Cómo estás Mario?
—Mejor que llegó señorina —Mario la miro por el espejo del retrovisor y le regaló una media sonrisa —. Los jefes han estado un poco irritado últimamente.
—¿Sólo un poco?
—Temían que no volviera.
—Ya.
Recostó la cabeza del asiento y disfruto de sus últimos segundos de “libertad”. Tenía solo tres meses para llevar a cabo sus planes, tres meses.
Los dedos en su pierna se movían deprisa, la música por sus oídos era suave; las puertas seguían abriéndose cada dos minutos lo hicieron sin fallar. Hizo el recorrido dos veces, uno de ida y el otro de vuelta, aparentemente estaba tranquila, pero por dentro su mente bullía y su corazón estaba a punto de explotar. Sentía mucha rabia, Ivette no sé podía creer lo que estaban haciendo los Cesare. Mientras estuvo en el Tíbet pensó que lo mejor, al menos para ella, sería volver sin avisar. Sólo le informo a Mario unos minutos después de bajar del tren y seguro que él no le había dicho nada a nadie.
La sorpresa se la estaba llevando ella al enterarse de que estaban con Alessio y aparentemente está era la segundo vez que lo hacían ¿Qué demonios estaba pasando?
Respiro profundo, se puso de pie y camino dos vagones más allá. Se quedó parada en una de las esquinas y se volvió a sumergir en sus pensamientos ¿Que iba a hacer? ¿Que iba a hacer? Recostó la cabeza de la columna y dos segundos después se había decidido y como mandado por Dios el tren se detuvo en su parada. Si ellos no sabían que ya estaba en la ciudad podía pasar desapercibida.
Camino dos cuadras, la última casi la corrió, el corazón le bullía y las piernas amanezaban con irse más rápido cada vez. No sabía muy bien lo que iba a hacer, por primera vez en muchos años estaba muy nerviosa y a punto de perder los estribos. Se acercó los últimos metros antes de que la alarma la pudiera sentir.
Años antes, cuando los Cesare le permitieron “ser libres” lo primero que hizo fue buscar a quienes le habían arrebato de lo que bien pudo ser una vida feliz, no tranquila pero si feliz. Sabía muy dentro de sí que en algún momento volvería y que no sabría cómo hacerlo, los modelos tecnológicos de seguridad no eran su fuerte. Se quedó sentada en sus piernas media hora mientras repasaba una y otra vez, en su mente había un plano muy específico. Todo sistema de seguridad tenía un falló, irónicamente un pequeño cable podía derrumbar la seguridad de un edificio, solo que en este caso derrumbaría la seguridad de una fortaleza. Se puso sobre sus rodillas y oro.
Nadie entendería la inquietud de quién ora cuando sabe cada pecado que ha hecho, cuando necesitas fuerza para reencontrar lo que nunca se le ha perdido, sería difícil de explicarle a cualquiera que nunca haya vivido el desafiante sentir de amar el odio a sí mismo, ser destructivo y caótico y aún así desear con todas sus fuerzas que alguien la amará.
Al volver a levantarse sobre sus pies camino lo más cerca que pudo sin ser vista y luego se sento espero con paciencia, se recostó en su espalda y miró las estrellas.
—Deja que hable —Cantaba en voz baja —, deja que hoy te cuente. Cómo quema que te vayas entre lágrimas me duele —Se detuvo y limpio la pequeña lágrima que había resbalado de su ojo izquierdo —. Si supieras la agonía decir adiós, perderte y no volver a verte más
Si pudieras revivirme prométeme buscarme como
Una vez lo hiciste porque te vas si yo me pierdo, mi cuerpo entero en llamas, recuérdame ahora que ya decidiste ir con el...
No tarareo nada más, sin importar los fuertes que nos veamos a veces las simples cosas podían rompernos. En cuanto a Ivette se trataba ella se creía rota en un millón de pedazos, y no tenía claro si quería ser armada y amada. A ambas les temía y ansiaba, se juzgaba a sí misma por tanta indecisión, tantos problemas por qué la desearan y desear. En esos años nadie la había tocado, no soportaba el contacto. No importaba si hombre o mujer, solo no le gustaba que nadie más la tocará. Su cuerpo lo rechazaba y ahora deseaba que la tocarán.
—Maldicion —murmuro enojada consigo misma. Una inquietud poco conocida empezaba a subirle por el estómago, sentía un cosquilleo en las manos.
Espero que las manillas marcarán las dos de la mañana, la luna estaba en los más alto del cielo y solo tendría esa luz para hacer lo que tenía que hacer. Con una piedra que encontró por ahí se acercó a una de las esquinas y empezó a cavar, solo necesitaba encontrar la caja de cables exteriores. Lo hizo sin que le temblará el pulso, tendría dos minutos de retraso en el sistema y las cámaras se apagarían en el último minuto, así que era ahora o nunca. Escaló las verjas y se mantuvo a una distancia para cuando le volviera la electricidad no quedarse electrocutada, corrió por la sombra hasta detenerse debajo de la ventana que fue suya.
Bloqueo su mente y se visualizo en un trabajo, esa era la única manera de hacer aquello o sus sentimientos la iban a bloquear. Subió al balcón y se quedó de pie en un lado, escucho perros ladrando y hombres investigando, las liternar se movían por todos lados. Ivette no pestañeo, ni siquiera cuando sintió que la puerta del balcón se empezaba a mover. El tic dé que quitaban el seguro y luego nada.
Dejo salir el aire muy despacio de sus pulmones, espero hasta que ya no oyó ningún sonido, todo parecía sumido en el sueño más profundo. Se sentó muy despacio alarga la mano y tomó el arma en sus manos.
Volvió a mirar al cielo en busca de fuerza y algo más, ese algo más podía ser cualquier cosa. Sin perder su posición en la pared movió la puerta con la mano libre, espero unos segundos y entro a la habitación. Su visión aún no se acostumbraba a la oscuridad, no pudo ver qué le apuntaban hasta segundos después.