—¿Visitando viejos amigos? —Alessio estaba en una especie de shock inicial. No sabía a ciencia cierta si estaba pasando o no. No sabía cuál de las dos opciones eran peores.
Ivette por su parte se negaba a hablar, no sabía que hacer. Se estaban apuntando con armas y al más mínimo descuido alguno de los dos podría salir herido, pero tampoco se quería arriesgar a bajar el arma.
La luz de la habitación era tenue, solo iluminada por la luz de la luna.
Alessio soñaba cada noche con volver a verla, así que cuando le dijeron que el sistema de seguridad se había disparado solo pensó en ella, seguro fue el instinto, la premonición o su fe de volver a verla. No sabía lo que fue, pero funcionó. La tenía al frente aunque no supiera que hacer.
—¿Estuvieron los Cesare aquí? —Ivette fue directo al grano o terminaría tirándosele encima y que la abrazará.
—Sí.
Continuaban con las armas arriba, ninguno se movía, ninguno hablaba. No sabían cómo actuar.
Al final lo que tanto habían deseado les llegó y no sabían que hacer con ello.
—¿Qué haces aquí Ivette? —Al fin lo pregunto.
—Vine a verte —Esa confesión fue arrancada de sus labios y su corazón se saltó un latido de la emoción o tal vez del susto.
El ambiente se relajó un poco, Ivette bajo el arma lentamente y la guardo en su tobillo. Apuntarle a Alessio era lo más duro que había hecho, al menos así lo sintió.
Suspiró profundo y se sentó en el suelo a espera de que decidiera que hacer. Ella no tenía mucho tiempo y perderlo apuntándose le parecía absurdo en más de un sentido.
—¿Por qué ahora? —Alessio continuo apuntándole. No sabía que tenía que hacer.
—Porque ahora pude —Levanto la vista y miró por todo su alrededor —. Podrías dejar de apuntarme, me hace sentir rara.
—¿Te hago sentir rara? —bufó —Te enterré hace casi tres años y tú te sientes rara porque te esté apuntando.
Bajo el arma y la dejo sobre la mesilla se sentó a orillas de la cama y espero.
—¿Cómo estás? —Ivette empezaba a estar eufórica.
Lo tenía al frente, su corazón palpitaba cada vez más rápido y no recordaba la última vez que se sintió así de emocionada.
No tenía nada que perder, así que ¿Por qué no arriesgarse?
—Impresionado —Ivette lo miro, apretó los puños. La necesidad de ir y tocarla lo iban a volver loco.
Ivette se puso a cuatro patas y gateo hasta donde estaba Alessio, no lo pensó y mucho menos las consecuencias, pero luego volvía en si, y se decía que no había nada que perder. Lo había perdido todo
Si había una mínima oportunidad de recuperar algo, lo tomaría.
—Hola —Llego hasta donde estaba él y separó sus piernas para luego ponerse en medio —¿Estás bien? — Subió las manos hasta sus rostros y lo acarició.
Alessio cerró los ojos al sentir su tacto, agradecía al cielo haberse sentado porqué de seguro se habría caído. Se sentía a ella, hablaba cómo ella, la sentía como ella, su cuerpo seguía reaccionando a ella y dudo si era una alucinación o la realidad.
—¿Por qué ahora? —Volvió a preguntar desesperado y contrariado por todo lo que estaba sintiendo.
—Tenía que ver que estuvieras bien, que nadie te hiciera daño —susurro cada palabra con miedo. Sus manos no se apartaron de su rostro ni siquiera cuando él atrapo las manos de ella entre las de él.
—¿Vienes a cuidarme? —La miro a los ojos —¿Por qué?
—Porqué eres lo único que tal vez me quede —Era imposible dar mas explicaciones que eso.
Bajo la luz de la luna en medio de aquella habitación, dos almas confusas se miraban. Tal vez lo único en común era su manera de sufrir, haber perdido sin posibilidad de luchar. Fue duro para él enterrarla pero duro fue para ella que aun sabiéndolo vivo le lloro y maldijo a quien le habían hecho daño, le habían apartado y la habían convertido en un monstruo.
—He hecho cosas muy malas, Alessio —Negó con la cabeza mientras se confesaba ante él —, muy malas.
Alessio dejo las manos de ella en su pecho y puso sus manos en su pelo, le hizo levantar la cara. Sus grandes ojos negros reflejaron la luz de un pozo negro.
—¿Te arrepientes?
—No.
—¿Lo volverías a hacer?
—Sí.
Ivette intento perderse en la claridad de los ojos de él y no pudo hacerlo.
—¿Y por qué me lo cuentas?
—Porque hay dolores que no se pueden llevar por mucho tiempo y yo jure nunca tener ningún secreto contigo —Una leve lagrima rodo por su mejillas mientras terminaba la oración.
—Y yo jure escucharte pasara lo que pasará.
La abrazo. Envolvió sus brazos alrededor de ella.
Ella necesitaba consuelo, pero él también, hay heridas que solo se curan si se vuelven a abrir y se deja salir todo lo malo que ha ido acumulando.
—¿Te quedarás?
—No, pero recuérdame, porque intentaré volver.