Los sonidos de los tenedores vibraban entre ellos, el constante tintineo del corte, del roce con el plato, el leve susurro de la copa siendo depositada en la mesa.
―¿Qué tal tu día? ―pregunto Dominic, introduciendo un trozo de carne en la boca.
―Bien ―. Mejor si no estuviera aquí, pensó Ivette tomando la copa de agua y bebiendo.
―¿Qué piensas hacer esta noche? ―Continuo Dominic forzando la conversación.
―Dormir.
―¿Nada más?
―Sí, nada más ―Ivette continuaba imperturbable, que sentido había de estar allí sentados hablando de nimiedades.
―Estoy intentando ser cortes Ivette ―Dominic empezaba a perder la paciencia ―, ¿Por qué no pones un poquito de tu parte?
―Porque yo no quiero ser cortes y no quiero que tú seas cortes conmigo.
―Siempre tienes que ser tan imperturbable e indeseable. ―Dejo los tenedores sobre la mesa, esperaron hasta que les recogieran y dejarán el té de frutos rojos de ella y el café de él.
―Eres muy halagador, pero te aseguro que soy así de naturaleza.
―No siempre has sido así.
―Tú no me conoces Dominic. ―Ivette movía muy despacio la miel en la taza ―Ni me has conocido nunca, que no se te pase ese pequeño detalle.
―Has estado conmigo tres años, yo creo que si puedo decir que te conozco.
Una mirada triste y una sonrisa risueña se curvo por los labios de ella, no entendía la referencia del tiempo en las personas cuando se trataba de conocer a alguien realmente. Muchas cosas se podían medir con tiempo en el mundo, pero el conocimiento de una persona no era una de ellas. Siempre estaban variando, un estimulo podía ser peor o mejor que el anterior o el posterior. No existía una formula mágica para definir, un examen que identificara la realidad o la ilusión sobre conocer una persona.
―He estado junto a ti, tres años, pero no contigo. Nunca contigo.
―No noto la diferencia entre ambas cosas.
―Es muy diferente Dominic, y si supieras esas diferencias te aseguro que en este instante no estaríamos sentados en la misma mesa.
Más silencio en la sala. Ella negaba en silencio con la cabeza.
No estaba muy segura de cual era el sistema de pensamiento de un hombre, sin embargo creía que estaba muy mal. No se puede odiar y luego querer conquistar.
Es mentira, no se pasa del odio al amor de un momento a otro. Los sentimientos tenían que poder controlarse, modificarse o simplemente opacarse con la razón.
Y por otro lado. La razón debía de empezar a hacer su trabajo, ¿Por qué permitir el denigre de puros sentimientos?, ¿Por qué no solo evitar un final trágico, un corazón roto, unos sueños perdidos o simplemente una vida destruida?
¿Qué había de malo con amar con la cabeza y sentir con la razón?
Realmente, que había de malo en ello.
―No sé puede odiar eternamente. ―Dominic basada toda la actitud de Ivette en los recuerdos de Edna, en su mala actitud.
Por dentro de si mismo, Dominic, quería redimir lo malo que había hecho y lo que pudo haber evitado y no lo hizo. Intentaba arrepentirse con el mundo, con él mismo y con ella. Sin embargo allí estaban, mirándose sin confiar incondicionalmente el uno en el otro.
¿Podría existir el amor en una atmosfera como esa?
No, no podría. Determino Ivette segundos después.
―Acompáñame Dominic ―Ivette termino su té y se puso de pie, camino fuera de la sala con Dominic detrás de ella.
Caminaron hasta uno de los coches que, por norma general, solo se usaba de turismo. Espero hasta que él se subiera y se acomodara con su bastón y luego fue ella al asiento del conductor. Encendió el motor y espero que se calentara mientras se ponía el cintura de seguridad.
Estaba muy claro que no existiría amor entre ellos, pero era muy seguro, que podría existir una noche diferente.
¿Por qué la seguía? No lo tenía muy claro. Dominic caminaba pasos atrás de ella, Ivette tenía la mirada a lo lejos. Caminaron por un pequeño zig zag y se detuvieron frente a un ascensor, la vio meter una llave de seguridad y las puertas de este se abrieron.
No preguntaba, aun en un estado de nervios y de ignorancia por lo que pasaba, decidido esperar. Dios sabía que si ella intentaba matarle no haría nada para detenerle.
Ivette espero en la puerta de la azotea hasta que Dominic pasará. Por una sola noche se permitiría ser agradable, amable y tal vez cariñosa con él. Cumpliría un ultimo deseo y eso sería todo.
Respiro profundo el aroma frío de la noche, Dominic miraba el paraíso de luces bajo sus pies. Se sentó en una pequeña silla que le había tendido ella y disfrutó. Su alma se aquieto y su mente pareció estar en el más fiel descanso, fue como si todo su cuerpo hubiera alcanzado la paz máxima.
―Cuando tenía diez años ―cuenta Dominic con voz sublime ―, mi mama solía llevarme a todos lados con ella. Siempre estaba buscando esa paz espiritual que, en sus palabras "le robábamos a los demás", así que constantemente estábamos en movimiento. Me llevo a conocer los lugares más encantadores del mundo, me enseño la sencillez de la felicidad y siempre me decía que sin importar lo que pasará a mi alrededor, tenía que intentar ser feliz.
―Muy sabía tu madre.
―Lo sé ―Él sonrío con tristeza ―, no pude ser feliz mientras ella se moría en una cama, en su habitación. En sus últimos días me tomo de las manos, me hizo sentarme a su lado y luego me hizo cerrar los ojos ―Una lagrima broto de su ojo izquierdo ―. Yo no dejaba de llorar, pero me hice el fuerte y cerré los ojos. Ella empezó a contarme sobre un viaje en particular.
»En uno de esos viajes fuimos al desierto de Atacama a ver las estrellas, a mi me pareció una idea estúpida ir a un desierto a ver estrellas, así que fui a regañadientes, pero cuando llegue allá no pude parpadear. Era impresionante. -Ivette escuchaba sin interrumpir.
»Ella, mi hermosa madre, en medio de una crisis me dijo: No importa cuanto dolor pases si tienes buenos momentos que recordar.