El vacío volvía a crecer, su futuro se le estaba escapando de las manos como si fuera agua, respiro profundo mientras seguía con aquella posición de Yoga, no podía concentrarse. Volvió a respirar profundo.
Los pasos resonaron contra el suelo y no se inmuto para nada, estaba detrás de unas rejas en un cubículo en el que apenas podía moverse sin chocar contra las paredes o las rejas, estaba atrapada por una familia rival. Que suerte tenía, se dijo a si misma, había sido secuestrada por segunda vez, teóricamente era la tercera pero nunca contaba lo de Alessio como un secuestro, al menos no la primera vez. ¿Le habían arrebatado de la vida que conocía? sí, ¿había tenido que renunciar a muchas cosas? sí, ¿Se quiso quedar con sus padres? definitivamente no, eso nunca se le había pasado por la mente ni en el mas mínimo segundo.
Si bien sabia que una acción conllevaba un reacción nunca pensó que irse de casa de sus padres, traería problema tras problema, tras problema, pura ironía si señor.
Dejaron una bandeja frente a los barrotes y la acercaron lo mas cerca posible de los barrotes sin entrarla, Ivette respiro profundo y no sintió ningún aroma a comida, lo que significaba que le llevaban era peor que comer caca si eso fuera una opción.
—¿No vas a comer?, no puedes ser tan mala agradecida —gruño el guardia de turno, sin acercarse.
Todos conocían aquella chica, decían que era despiadada, que no le temblaba la mano a la hora de matar, que había aguantado cincuenta latigazos sin lloriquear una sola vez y lo más impactante es que era la única que le hacia frente a su jefe, Dominico Cesare. Todos le temían, sin embargo eso no evito que la emboscarán de la manera mas ruin; utilizando a James de cebo, Ivette se pregunto como habían sabido de la existencia de aquel chico, pero lo sabían, y aun peor, habían llegado a él y ella ni siquiera se lo había sospechado. Así que estaba furiosa, curiosa y ofuscada en partes iguales por la situación.
Y si todo aquello no era malo ya, no tenía ni la mas mínima idea de quien la tenia allí.
—¿No vas a comer?
Ivette abrió los ojos y miro al hombretón de uno noventa frente a ella y se imagino pateándole la entrepierna, conectando su rodilla en contra su nariz y luego que estuviera en el suelo le pisaría entre las piernas, movería la punta de su bonita bota sobre sus pelotas hasta que lloriqueara como un niño, luego le rompería las rodillas y los codos, pisaría sus manos hasta que cada hueso se rompiera bajo su peso, entonces solo lo dejaría allí con todo el dolor recorriendo su cuerpo hasta que muriera o se matara, no le importaba o preocupaba esa parte en particular.
—No tengo hambre, gracias —murmuro con una sonrisa que le envió escalofríos de miedo a aquel sujeto.
Si que daba miedo, pensó para si mismo. Se dio media vuelta y salió de aquella cárcel personal, no quería volver a entrar allí mas nunca si la decisión dependía de él. Camino por un largo hasta la puerta mas grande de todo aquel edificio. Toco dos veces y entro, su jefe le miro al instante en el que entro y le levanto la ceja derecha, interrogándolo.
—No quiere comer —Puso las manos en su espalda —, ni siquiera se mueve, parece una estatua. —Y me da miedo, pensó para si mismo.
—Es muy buena haciéndonos perder la paciencia —Alessio bajo la mirada hasta la fotografía que tenia en su mesa, en ella estaba Ivette con James, fue difícil cogerle el ritmo, aun no sabía a donde iban, lo único que tenía claro era que estaba viviendo en Italia, tal vez siempre lo estuvo y lo segundo es que ella hacia viaje constantes a España y justo ahí la tenia atrapada. Giro todas las fotos bocabajo, se puso de pie y arreglo su traje azul oscuro. —Le hare una visita a nuestra invitada.
Primero fue solo una, dos, tres, las pisadas empezaron a ser constantes, pero no lo suficiente como para llegar rápido. Eran lentas y firmes, la suela del zapato, se imagino que un zapato italiano hecho a mano, impactaba entero sobre el suelo, el sonido rebotaba y llegaba a ella en forma de vibraciones. Al menos así las empezaba a sentir ella.
Estaba muy segura que conocía aquella manera de sonar los zapatos, el ton constante de un impacto tras otro, pero con tanta calma que podría destrozar los nervios de un maestro budista. Cuando Alessio entro por la estrecha puerta de hierro ya Ivette sabía que era él.
No tuvo que abrir los ojos, oler su perfume o mirar su bello rostro. Toda su piel se erizo.
También odio toda aquella situación.
Ivette había aprendido a odiar su situación desde hacía unos cuantos años, pero siempre oraba para que nunca pasará aquello.
Las cosas siempre podían empeorar, siempre. Internamente se golpeo la frente con las manos tan fuerte que si el golpe hubiera sido de verdad seguro estaría mareada del dolor.
—¿No vas a comer? —Alessio se acerco a los barrotes, miro el plato e hizo una muesca, al parecer nadie recordaba que Ivette había sido su esposa, no había creído la necesidad de decir que quería que le dieran comida de verdad, no aquella cosa grasienta y pegajosa que ni siquiera poseía olor.
Cualquier otra persona que estuviera en aquella cerda podía comer de eso porque de seguro se lo merecían, pero Ivette no, aunque se lo mereciera.
—Tampoco vas a hablar —Metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta y saco una llave, segundos después abrió la puerta —¿Sales o no? —Le pregunto sin saber que esperar.
Ivette no se movió ni un centímetro.
—Bien —. Volvió a cerrar la puerta y se cruzo de brazos —¿Qué esta pasando con tu vida Ivette? —pregunto realmente interesado. Desde la primera vez que la había conocido le había comentado sus metas, ella tenía metas e ilusiones.
¿Qué había pasado con ellas?
—¿Qué quieres de mí? —Ivette se rindió, no se estaba concentrado y se podría decir que estaba dolida, muy dolida. No se esperaba aquello de él.