Entre matar y morir, siempre estaría primero matar. A veces no importaba a quien se mataba, otras veces sí.
La diferencia era determinada por quien mataba, en lo duro de su corazón, lo negro de su alma, lo inaccesible de su conciencia y lo serena de su mente. Cuando aun en los mas desastrosos de los escenarios, su mente podía estar inaccesible y solo podían escucharse olas chocar unas contras otras.
Ahí se encontraba la diferencia, porque no importaba el lugar o el momento. Todo eso perdía importancia antes las verdaderas intenciones de los participantes.
—¿Cómo se encuentra él? —James sostuvo el saco de boxeo en cada golpe de Ivette.
—Bien —respiro profundo —, parece que esta todo bien.
Dio tres pasos hacia atrás, levanto la pierna derecha la impacto contra el saco, giro casi sobre el aire e impacto la pierna izquierda contra el saco, fue un movimiento perfecto. Dejo los guantes y tomo la soga, empezó a saltarla.
—Bien —Él se sentó cerca, pero no demasiado —, ¿Cuándo lo volveremos a ver?
—Nunca.
Solo fue una palabras, pero no sabia que mas decir. ¿Cómo le explicaba a James todo lo que pasaba por su mente? Era imposible, podría ponerlo en peligro y por supuesto eso no estaba en el plan. Cerro los ojos mientras saltaba y se imagino una vida muy lejos de allí.
Se vio en una casa de la playa, sintió el agua tibia del mar mojarle los pies, siento el aire de la noche recorrer su piel, olio la sal en el aire, todo su cuerpo se erizo. Escucho a James llamarla a los lejos, luego vio una sombra alta, de hombros anchos y de apariencia familiar acercarse a ella.
Su cuerpo se lleno de plenitud y en ese momento tuvo que volver a abrir los ojos. Toda la fantasía de momentos antes desapareció como por arte de magia.
Ese tema en particular no se volvió a mencionar, James ya conocía lo suficiente a Ivette para saber cuando y con que rendirse. Sonrío con tristeza, pensó en las pocas veces que había sabido de Alessio y le gusto. También recordó a Ivette y de como por unos breves momentos, se había ablandado, como si todo el peso en sus hombros hubiera desaparecido, pero solo fueron breves momentos, unos cortos pero muy bonitos momentos.
¿Por qué la vida siempre tenia que ser complicada?
Se pregunto mientras caminaba hacia la habitación de Dominic, toco la puerta tres veces con los nudillos y dos veces con la mano abierta antes de abrirla, esa era su llamado secreto.
Dominic estaba tirado en la cama, sus ojos abiertos miraban el techo, su cuerpo parecía desparramado como si no poseyera huesos. James se acercó sin hacer ruido y le toco la frente, estaba muy caliente. Sus ojos estaban sin vida, Dominic giro la cara y miro a James.
Intento levantar la mano y no pudo, movió los labios varias veces sin que se le oyera nada. Cerro los ojos y su respiración casi imperceptible se detuvo por varios segundos. James corrió por toda la casa pidiendo auxilio, el ambiente se estremeció. Fue tarea de Ivette sostener a James mientras llevaban a un Dominic inconsciente a la ambulancia.
Nadie en esa casa o nadie en el mundo, sintió la enfermedad de Dominic mas que James, Ivette lo odiaba, pero hasta ella misma tenia que admitir lo bueno que había sido con James, en mas de una ocasión pensó en perdonarlo.
Porque aunque seguía siendo cierto que le arrebato una vida, se había portado bien con otra y aun portándose mal, había descubierto varias cosas sobre él y sobre todo su entorno.
La mas sorprendente de todas ellas, fue darse cuenta que no era un monstruo, poco a poco entendió porque Edna había ido con él, entendió el porque la mayoría de las veces los desconocidos podían ver cosas que nadie mas en nuestro entorno podía.
Sencillamente nos veían a nosotros, sin prejuicios, sin pasado, sin pecado, solo a nosotros siendo nosotros mismos.
Y tal vez eso se fue buscando él, ella también lo había intentando; al parecer la suerte viene dada desde el nacimiento. Abrazo fuerte a James y acarició su pelo, ya estaba más grande que ella, pero aún así era su niño.
Lo había visto crecer en esos dos últimos años, lo conocía como a nadie más, incluso lo conocía más a él que a si misma. Quería absorber su dolor, no podía hacerlo, así que solo lo abrazo.
Lo alejó de los ojos de todos y lo llevo a la azotea, lo acompañó a ver las estrellas según se anochecía, luego cuando lloro hasta el cansancio lo llevo a su habitación, se hizo un millón de preguntas, se preguntó a que edad se perdía el miedo a perder; la necesidad de controlar, que exactamente se hacía con la impotencia de querer hacer y no poder.
No tenía respuestas para ninguna de esas preguntas, así que hizo lo más ilógico e irracional que pudo haber hecho.
Cuando estuvo frente a la verja de la casa de Alessio se lo pensó por unos instantes, justo en ese momento a su pecho volvió esa aprensión, el dolor, la incomprensión. Cientos de sentimientos irracionales se apoderaron de su cordura y casi la obligaron a volver al único lugar, a la única persona con la que se sentía a salvo. Con quien volvía a sentir la tierra estable debajo de sus pies.
Fue aparentemente fácil sortear cada medio de seguridad, fue sencillo destrozar el seguro de la puerta del balcón sin activar la alarma.
Lo más duro fue verlo.
Alessio estaba de pie en medio de su habitación, sentía la adrenalina corriendo por todo su cuerpo. Nadie en la tierra estaba lo suficientemente loco como para colarse en su casa, nadie excepto ella.
La vio abrir la puerta y detenerse unos segundos antes de entrar. Siento su aprensión y no dijo nada. Solo la miró ir hasta él y abrazarlo, luego sintió su cuerpo agitarse muy levemente y la humedad en su pecho hizo que la abrazará.
Ella se refugió en él.
Estaba cansada y agotada, lo abrazo por la cintura con todas sus fuerzas.
Se estaba desgastando, cinco años, ya habían pasado cinco años y seguía siendo esclava de quien la había raptado. Se había hecho más fuerte, pero para eso había tenido que renunciar a su alma, básicamente se había arrancado el corazón para poder vivir y ahora, cuando lo tenía todo planeado.