—¿Ahora que esperas exactamente? —James se sentía incrédulo, tal vez un poco lastimado y no sabia como iba a gestionar todo aquello.
—Nada, por ahora —Ivette se le acerco y lo abrazo —. No se trata de entender todo los que nos pasa en la vida, es más bien superarlo —Acariciaba su pelo —, aprovechar las pocas cosas buenas que puedan haber escondidas de esa experiencia y luego seguir adelante.
—Lo dices como si fuera fácil.
—Lo digo porque es necesario.
Él le devolvió el abrazo, se dejo mimar. Aprecio todo lo que estaba dando en ese preciso momento.
—¿Crees que la vida siempre nos da lo que merecemos?, ¿o solo nos da lo que puede?
—No tengo ni la mas mínima idea, supongo que un poco de ambas —Recorrió el rostro de él con la yema de sus dedos —. A veces un poco más de uno que de lo otro, pero siempre de ambas.
—¿Sabes? —James trago el nudo en su garganta —, en todos mis años de vida, aun cuando era pequeño nunca sabia lo que tania o lo que tendria o lo que ya no veria. Deje de desear cosas, por lo mas minimo que sea, simplemente ya no lo deseaba porque podia tratar con la realidad, pero no con la decepción de esperar sin ver si quiera un rayo de luz. No ver nada en lo absoluto.
»Lo aprendi muy pronto, pero a los once, creí que se habia hecho realidad todos mis sueños. Tenía un hogar, comida, iba a empezar a tener educación, pero no fue así. Yo solito me vendí, me compre y luego vote mis propios sueños, que terminaron siendo pesadillas.
»Pero entonces me decía que iba a salir de alli, no importaba el como, solo saldría de una manera u otra. Luego apareciste tú —Su voz se quebro, aun no habia lagrimas, solo se avecinaban —. Y de verdad me salvaste, aun de mi mismo.
»Solo sé que seras el mejor ejemplo que tendre siempre, que seras mi fuerza aunque nadie lo sepa, y que en definitiva haré por ti lo que me pidas, hasta que me aleje y me dejes si es lo que quiero.
Ivette estaba tan conmovido como él, tantas palabras bonitas saliendo de su boca solo para ella. Jamas sentiría un amor mas sincero y agradecido, ya tampoco lo daría. Ahí era el fin de todo.
—Al igual que tu, aprendí que pocas veces tendría lo que quisiera, solo tendría cosas.
De la muerte y de la suerte nadie se salva, tampoco del dolor de un corazón roto ni de la desesperanza de quien ya tiene su destino predestinado.
Ivette y James encendieron el televisor y vieron Deadpool uno y dos; se rieron, compartieron las palomitas. Ella sintió que lo protegía y él se sintió protegido.
Casi a las cuatro de la madrugada él se quedó dormido, Ivette le arropó y salió de su habitación sin hacer ruido. Camino despacio por el pasillo y llego a la habitación de Dominic.
—¿Sin dormir aún? —Ivette se sentó al lado de la cama. Agarró el oki Doki que estaba encima de la mesita y lo apago.
—Me duele la pierna —Dominic llevaba toda la noche y no había podido dormir nada y cuando al fin se cansaba, cerraba los ojos y solo podía ver a Edna en el suelo de la cocina, escuchaba el tronar de su cuello al romperse y volvía a despertarse.
En los últimos años, cada aniversario, cada noche de esos meses, su mente le recordaba una y otra y otra vez lo que había hecho. Sentía como su cuerpo se debilitaba cada vez un poco más. No podía hacer nada para evitarlo, tampoco sentía que lo mereciera.
Tenía ganas de morir y que al fin se fuera el dolor.
—Sueño mucho con ella, el punto psiquiatra dice que es la culpa, yo digo que es el karma. —A veces era cruel consigo mismo para poder soportar aquella agonía.
—El karma es una putada. Pero es de los acontecimientos más justo que vivimos.
—¿Y la culpa?
—La culpa es el reflejo de lo que piensas sobre ti mismo.
—¿Entonces que hago? —Dominic aprisionó las sábanas entre sus puños, el dolor se estaba haciendo insoportable —, no puedo dejar de pensar mientras siga vivo.
—Muerete —le dijo Ivette poniendo una mano sobre su hombro —, o ayudame.
—¿Ayudarte? —Sentia la fría mano de ella sobre su hombro y por unos instantes sintió miedo —, ¿a qué exactamente?
—A desaparecerte.
Ivette endureció su mente y sus pensamientos, tenía que seguir al pie de la letra el plan que tan fríamente había planeado.
No se podía improvisar.
—No entiendo.
—No lo tienes que hacer, pero si tienes que elegir —Ivette presionó aún más la mano en su hombro, Dominic presionaba sus labios para no emitir ningún sonido —. ¿Salvas tu vida o la pierdes?