El Segundo Acto

LOS QUE SALIERON DEL FUEGO

La iglesia estaba llena. Las paredes, blancas y altas, devolvían los ecos del coro como si el edificio intentara alzarse en plegaria. Afuera, el viento se deslizaba entre los árboles como si también buscara refugio. Como si supiera lo que habíamos visto. Como si temiera que eso que escapó del circo todavía nos estuviera siguiendo.

Yo estaba sentada en la banca del medio, entre Steve y mi mamá. Tenía la Biblia abierta sobre las piernas, pero no la estaba leyendo. Solo la sostenía. Como si aferrarme a esas páginas pudiera contener el temblor en mis dedos. Como si pudiera calmar la voz en mi mente que no se callaba desde aquella noche.

—Después del fuego, viene la reconstrucción —decía el pastor desde el púlpito—. Pero a veces, antes de sanar, Dios nos muestra que algunas heridas todavía supuran…

Miré de reojo a los demás.

Steve, serio, con los ojos clavados al frente, pero sus nudillos estaban tan tensos sobre sus rodillas que parecían piedra.
Natali y Javier, abrazados, con expresión tensa; sus manos entrelazadas buscaban seguridad.
Percy no dejaba de mirar el vitral. Perdido. Como si necesitara una señal que lo devolviera a la realidad. Como si no creyera que lo habíamos logrado. Que habíamos salido.

Y mis padres…
Bueno, ellos aún no sabían todo. Solo que "vivimos algo terrible". Sin detalles. No podrían soportarlos. La verdad era un abismo al que no podía arrastrarlos. Todavía no.

Los padres de Steve estaban sentados unas filas más adelante. Su madre oraba con los ojos cerrados, moviendo los labios con fervor. Su padre le agarraba el hombro sin soltarlo, como si tuviera miedo de que Steve desapareciera de nuevo, tragado por la oscuridad.

Y al fondo, casi invisible… ella.

La chica que rescatamos.

Sentada sola, como un susurro en una habitación llena. El cabello, antes ceniza, ahora recogido en una trenza temblorosa que caía por su espalda. Vestía ropa prestada, demasiado grande. El suéter le cubría las manos. No decía nada. No había dicho mucho desde que salimos del circo.

Pero sus ojos…
Sus ojos parecían ver más de lo que nosotros podíamos imaginar. Como si conocieran secretos que el fuego no pudo quemar. Como si, de algún modo, ella supiera lo que viene… y no pudiera advertirnos.

—Por favor, tomémonos de las manos —pidió el pastor—. Vamos a orar.

Sentí la mano de Steve en la mía. Caliente. Firme. Como aquel día, cuando creímos que moriríamos. Como cuando lo besé temblando, sin saber si ese sería nuestro último aliento juntos.

—“Dios, líbranos de lo oculto. De lo que acecha. De lo que aún no comprendemos…” —susurró el pastor con los ojos cerrados.

Y entonces, algo dentro de mí se movió. Como una chispa encendida en el pecho. Como un eco que regresaba desde un lugar que aún ardía.

Una imagen fugaz:

Payasos sin rostro.
Sillas vacías en la carpa.
Un carrusel que giraba solo.
Una sombra entre los focos rotos.
Y una voz. Fuerte. Nítida. Familiar.

“El segundo acto empieza pronto, Mariana. No todos saldrán con vida esta vez.”

Me soltaron la mano.

La oración había terminado. El coro volvió a cantar. Las personas comenzaron a sentarse. Todo parecía normal.

Pero yo no me moví. Solo me quedé ahí, helada. Como si alguien me hubiera llamado por dentro. Como si algo hubiera despertado.

Y en mi mente, lo supe.

El circo había vuelto.

Y esta vez, no esperaría a que fuéramos por él.
Esta vez, vendría por nosotros.



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En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

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