Volví a casa con la cabeza llena de preguntas y la sensación de que me estaba metiendo en un berenjenal del que tal vez no saldría ilesa. Pero bueno, ¿quién dijo que iba a ser fácil? Si la vida fuera fácil, Netflix no tendría material para tantas series de misterio.
Mientras cruzaba la puerta, mi conciencia se puso a chillar en modo maratón:
—Mariana, ¡¿qué hiciste?! ¡Te metiste con un circo de locos y ahora tienes a uno de ellos caminando entre nosotros! ¿En serio? ¿No pudiste elegir algo más sencillo, como aprender a hacer cupcakes o algo?
—Shhh —le dije—, que no quiero que la gente se entere que soy un manojo de nervios con sentido del humor negro.
Subí a mi cuarto, me dejé caer en la cama y fijé la vista en el techo. Tenía que pensar, pero cada pensamiento serio venía acompañado de un comentario sarcástico de mi parte interna. A veces creo que tengo una tía dramática viviendo en mi cabeza.
“Segunda advertencia”, había dicho el encapuchado antes de desaparecer. ¿Y la primera cuál fue? ¿Cuando nos torturaron con reggaetón en la camioneta?
Bzzzz. Vibró mi celular. Era Steve: “¿Estás bien? Hay algo que tienes que ver.”
Le respondí un rápido “ven a casa, trae a Natali también”.
Media hora después, estábamos los tres en mi habitación, sentados como en una reunión secreta de “Los Vengadores del Fracaso”.
—¿Qué es eso? —preguntó Steve, señalando una hoja que yo había estado examinando—. No estaba antes.
—Eso mismo pensé —dije—. Apareció entre los papeles de la mochila. Parece… un símbolo.
Era una especie de círculo incompleto, con una línea cruzando el centro y tres puntos alineados en un extremo. Sencillo, pero algo en él me daba escalofríos. Como si estuviera diseñado para inquietar. O para abrir portales al infierno. O ambas.
—Eso lo he visto antes —murmuró Natali—. Estaba en uno de los libros viejos del archivo del colegio. Se usaba en rituales para atar almas… o invocar a alguien que no debe ser invocado.
Yo solo parpadeé.
—¿Invocar? ¿Atar almas? Ok… ¿en qué momento pasamos de testigos accidentales a protagonistas de “La monja 2”?
—Esto no es broma —dijo Steve—. Mira esto.
Sacó su celular y nos mostró una foto. Era del mural del pasillo norte del colegio, ese que nadie mira porque siempre huele a cloro y soledad. En la esquina inferior, apenas visible bajo la mugre, estaba el mismo símbolo.
—Ese mural es antiguo —dijo Steve—. Nadie lo ha restaurado nunca. Y sin embargo, hoy… ese símbolo brillaba. Como si alguien lo hubiera activado.
—¿Activado? ¿Como Alexa? ¿O como una trampa mortal? Porque quiero saber si debo pedirle perdón a todos los fantasmas que he insultado mentalmente.
El teléfono volvió a vibrar. Otro mensaje sin remitente:
“Tu tiempo corre. Uno de ustedes ya está marcado.”
—¿Qué significa eso? —pregunté con un nudo en la garganta.
—Tal vez... —dijo Natali, mirando su brazo con nerviosismo—. ¿Nos revisamos? Por si acaso…
Nos levantamos como robots y empezamos a revisar nuestros brazos, hombros, cuellos. Parecíamos modelos de una campaña anti-sarampión.
Y entonces, lo vimos.
En el antebrazo de Steve, justo donde solía tener un lunar en forma de papita frita, había ahora una pequeña mancha negra con forma del símbolo. Muy tenue, pero ahí estaba.
—Ay no… —dijo Steve, pálido—. ¿Me estoy convirtiendo en uno de ellos?
—¡No! —dije, aunque no estaba tan segura—. Tal vez es… una advertencia. Como una marca temporal.
—O como cuando marcas tu almuerzo en la nevera —añadió mi conciencia—. Solo que aquí el almuerzo es Steve. ¡Ups!
El silencio se instaló unos segundos, hasta que Natali, muy seria, murmuró:
—No podemos esperar a que nos den más advertencias. Si ese símbolo está en el colegio, entonces algo o alguien allí tiene relación con los encapuchados. Y no vamos a esperar a que nos vengan a buscar otra vez.
—¿Qué sugieres? —pregunté.
—Nos colamos esta noche al colegio. Buscamos ese libro. Encontramos más símbolos. Y nos aseguramos de que nadie más esté marcado.
—Perfecto —dije—. A medianoche, en una escuela oscura y embrujada. Justo como me imaginé pasar mi juventud.
Y así, armados con linternas, una mochila con galletas, una cámara, una libreta y un palo de escoba porque no teníamos armas, hicimos un pacto improvisado. Porque si nos querían jugar... nosotros íbamos a jugar también.
Aunque probablemente íbamos a perder.
Pero hey… al menos nos íbamos a reír en el camino.
O gritar. Gritar es otra forma de liberar el estrés, ¿no?